domingo, 8 de marzo de 2009

XIV CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2009

MODALITAT: AUTOR LOCAL


Eric Gilabert Zaragoza.



Natural de Guardamar del Segura, este joven autor nace en 1982.Sus inquietudes profesionales lo encaminan hacia el Derecho, profesión que ejerce en la actualidad. Su vocación literaria se despierta muy pronto, siendo así que colabora y participa en algunos concursos literarios. En el año 2003 también se alzó con el galardón del premio de Autor Local en el VIII Concurso de Narrativa Corta Real Villa de Guardamar.

VOLVEMOS A VERNOS, COMPAÑERO


La verdad es que no fue el reencuentro esperado. Me hubiera gustado escribirte por cualquier otra razón, y a cualquier otro sitio. Hubiera preferido enviarte la carta a cualquier otro lugar del mundo y haber podido decirte que estaba frente a la orilla de la playa, mirando al mar, y escribiéndote con un lápiz de ésos, amarillos y negros, de ésos de la marca Staedtler, que tantas veces usamos en nuestra infancia; pero como sabes, no ha podido ser así.
Te escribo desde mi mesa de trabajo. La tarde se está haciendo noche y en este pueblo ya nada es como hace quince años, bueno, casi nada. Aunque si te soy sincero tendría que buscar dónde está ese “casi”. Posiblemente, el tiempo nos ha hecho olvidar muchas de aquellas pequeñas cosas que vivimos en nuestra infancia, y es que nuestra mente y nuestro corazón son caprichosos. Son como en esos cuartos trasteros en los que dejamos tiradas las cosas viejas, y nunca encontramos lo que queremos; pero en los que, sin embargo, un día, sin saber por qué, nos reencontramos con los muñecos de Playmobil o los álbumes de cromos de fútbol que tanto marcaron nuestra infancia.
En fin, creo que tú eras uno de esos recuerdos que tenía anclados en ese disco duro de mi memoria infantil. Yo te recuerdo como el típico niño pelirrojo, con la cara llena de pecas (al estilo Pipi Calzaslargas), delgadito y físicamente avanzado para aquella edad. Aunque tenías un semblante demasiado duro para los años que tenías, nadie te tenía miedo, o al menos yo no, y eso que siempre fui un miedoso. Siempre te consideré como un niño simpático, agradable, risueño, y cómo no, algo abusón. Tu estatura te ayudaba y seguro que me llevé algún sopapo tuyo, pero ahora no lo recuerdo, o no lo quiero recordar.
Como comprenderás, cuando te encontré sentado en aquel banco apenas me lo podía creer. Desde que empecé en esta profesión, muchas veces me he cruzado por los pasillos con gente a la que conocía de algo, pero entre mis planes no estaba el toparme contigo aquí ni el sentir esta sensación.
No te puedo decir que me haya acordado de ti durante todos estos años, te estaría mintiendo. Pero aquella orla tan cutre que nos regalaron en nuestro último curso del colegio (y que aún tengo colgada en un cuarto de mi casa) me ha servido para retener las caras y los apellidos de todos los que compartimos clase en la infancia y, especialmente, de los que ya no vivíais por aquí.
Hace un rato, rebuscando entre fotos de la infancia, he encontrado que tenía una foto contigo del día de mi primera comunión en la Plaza del Ayuntamiento. Hoy ya no están allí ni la fuente, ni las palmeras, ni los cuatro parquecitos, pero tampoco nuestra inocencia ni nuestra ingenuidad. Como muchos de nuestros recuerdos, los echaron abajo. Eso sí, me guste más o menos, en la Plaza del Ayuntamiento, construyeron un parking subterráneo, y con nuestra ingenuidad y nuestra inocencia todavía no tengo claro qué se construyó.
Y hablando de esto, no sé cómo habrás encontrado Guardamar. No estoy seguro de que sea más bonita que hace quince años, pero sí más grande y menos acogedora. Aunque entiendo que, en estos momentos, esto no te preocupe mucho.
Volviendo a nuestra infancia, igual me equivocaba, pero siempre creí que cuando te fuiste con 14 años era porque tus padres se mudaron a algún país del centro de Europa por trabajo, o al menos eso es lo que creo que se dijo por aquí.
Con lo cotilla que era yo de niño seguro que te pregunté dónde ibas concretamente, pero lo olvidé. No sé si habrás vuelto después de tu marcha alguna vez, pero entiendo que no nos avisaras. Las amistades de la infancia se pierden si no se cuidan mucho, y antes no existía ni Internet ni el teléfono móvil. ¡Qué barbaridad! Parece que estemos hablando del siglo XV, y fuimos niños en los noventa.
Intento hablarte como a cualquier otra persona normal, y me cuesta bastante; pero, como ves, todos aquellos niños nos hicimos mayores, cada uno a su manera, y avanzamos en nuestra vida también, algunos para bien y otros para mal. Y si te soy tan sincero como cruel, yo no creo en tu rehabilitación, porque no he visto a nadie curarse de lo que tú sufres, pero quizás esta carta te sirva para matar tu tiempo de sufrimiento o simplemente para olvidar.
Como te decía, todos aquellos niños que tú conociste, hoy son hombres y mujeres con problemas y dolores de cabeza parecidos a los que pudieran tener nuestros padres en aquella época. Supongo que eso nos sucede a todos al madurar, independientemente del sitio en el que vivas.
La mayoría de nuestros compañeros de clase hoy me saludan y otros, más por comodidad que por enemistad, prefieren no acordarse de mí. De algunos incluso soy amigo y a otros, como a ti, os había perdido definitivamente la pista. Pero, en realidad, os guardo un gran cariño a todos aquellos niños, y cómo no, al niño que tú fuiste también se lo guardo. Por eso, sólo por eso, la extensión de esta carta. Porque tú y el resto de los compañeros del colegio fuisteis una parte fundamental de mi infancia.
Hoy existen muchas contradicciones y mezcla de sentimientos en mi cabeza. Tu imagen sigue reflejada en mi mente. Cada uno de tus movimientos, cada una de tus palabras en aquella sala. Cada palabra que me decías era una losa que enterraba a aquel niño que yo conocí.
Si me hubiera tropezado contigo en otra situación, si nos hubiéramos chocado por la calle apenas una semana antes, te hubiera preguntado por mil cosas. Te hubiera contado que ya no había que entrar al pueblo por el puente de hierro. Que nuestro colegio, el Molivent, lo habían cambiado completamente. Que nuestra profesora Marina, “la seño”, seguía allí como maestra. Para mí aquella era una mujer estupenda y dudo mucho que alguno de sus alumnos pueda tener un mal recuerdo de ella. Hoy valoro más su trabajo porque, además de instruir, se implicaba en su trabajo más allá que otros profesores y nos enseñara más o menos (que sí lo hizo) nos hizo muy felices.
Creo que también te hubiera recordado los ratos de recreo como los mejores de mi infancia (y solo eran veinte minutos al día), los míticos partidos de fútbol sala entre nuestra clase y la de al lado. ¡Que rivalidad! Con animadoras y todo. Aunque creo que siempre miraban más a los chicos mayores que a nosotros.
Pero una sola imagen ha cambiado muchos de mis recuerdos. La casualidad o la desdicha nos ha hecho reencontrarnos en una situación difícil para ambos, pero mucho más para ti que para mí.
De ser otras las circunstancias, por las fechas que son, incluso te hubiera invitado a venir al Canal del Tío Batiste con los amigos que quedamos por aquí. A pasar un día entre pinos, arena y juegos tradicionales. A que te comieras la mona el Lunes de Pascua o el Lunes de San Vicente.
Ahora prefiero, simplemente, escribirte esta carta y olvidarme de nuestro reencuentro para siempre, pero sé que no lo podré hacer. Y no me han hecho daño ni tus gritos de rabia, ni tus lágrimas, porque durante estos últimos años la experiencia profesional y personal me han transformado en un ser bastante frío, mucho más de lo que yo quisiera. Y aunque pueda ser una cualidad importante para mi trabajo, fuera de él me absorbe bastante humanidad, pero no la suficiente como para poder distinguir el concreto límite.
Yo no tengo hijos, pero sé que en Guardamar las calles ya no están manchadas de tiza porque los niños no juegan a “la galleta”. Tampoco los veo jugar en el parque a las canicas. Estoy alejado de la infancia actual, pero dudo mucho que los niños sigan jugando a “beso, atrevimiento o verdad” o “al conejo de la suerte”. Y no me puedo permitir el olvidar todos estos recuerdos.
Ahora que ya termino te preguntarás por qué esta carta. Por qué no un simple formato de modelo de renuncia. Normalmente cuando no estoy de acuerdo con un caso asignado por el turno de oficio, cuando no me llevo bien con mi cliente, simplemente le envío un telegrama y le digo que existe incompatibilidad entre nosotros. En tu caso ha sido distinto.
No quiero ser tu abogado. No quiero defenderte, no puedo defenderte. Mucho más cuando me has reconocido la comisión del delito, algo que lógicamente guardaré como secreto profesional. No quiero estropear los recuerdos de mi infancia, no quiero borrar ni distorsionar más aquellas imágenes, aunque sé que desde que te encontré en los calabozos y supe la razón por la que estabas detenido, parte de mi infancia se ha derruido completamente.
Me gustaría quedarme con la imagen de aquel niño pelirrojo y pecoso que jugaba tan bien al fútbol, que soltaba sopapos al que le llevaba la contraria y al que yo nunca tuve miedo, aunque tuviera la mirada dura y cuerpo de niño mayor.
No puedo ayudarte desde mi defensa jurídica, porque ni siquiera me ayudaría a mí mismo. Como te he dicho, no creo en tu rehabilitación, pero espero que esta carta te sirva para que, si no te queda ningún tipo de remordimiento, te haga florecer recordando la suerte que tuviste de ser un niño feliz y la mala suerte que han tenido todos los niños con cuyas imágenes has comerciado. Aunque dudo, dudo mucho, que llegues a comprender el daño psicológico que has causado a esas criaturas.
Dentro de la frialdad que tengo ahora, he preferido no ver ni saber qué fotos guardabas en tu ordenador ni qué vídeos pasabas con el resto de detenidos. Posiblemente he ido perdiendo juventud conforme he ido asimilando que muchos de mis sueños no se iban a poder cumplir, pero aquéllos que quedaron en mi infancia, no quiero que se pierdan, y menos por tu culpa.
Es más, prefiero despertar ya de esta pesadilla que ha sido tu detención y nuestro reencuentro. Y, como en cualquier otra faceta, tú en tu medida y yo en la mía, debemos asumir nuestras responsabilidades. Entiendo que la mía era el renunciar a tu defensa, el perder el respeto a tipos como tú, a pesar de lo que diga mi código deontológico y que, sin embargo, la tuya es, simplemente, el tener que ir asumiendo tus miserias.
Como te digo, hubiera preferido no saber; no conocer. Haberte encontrado una semana antes en el Paseo Marítimo o en el mercadillo de los miércoles y hablar de nuestra 

XIV CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2009


MODALITAT: NARRACIÓ EN VALENCIÀ

 Heliodor Villanueva Corral



Naix a València al 1973. Estudia Enginyeria Tècnica Agrícola a València (1996). Obté la llicenciatura d’Història per la UNED al 2008 i actualment es funcionari de la Conselleria d’Agricultura.

Aficionat a l’escriptura, té nombroses obres publicades, tant poemes com obra en prosa. En quant a premis, va ser seleccionat per al “ II Concurso Pompas de Papel 2005”i ha guanyat el I Concurs de Microrrelats Ciutat d’Elx a l’any 2005. Com a obra registrada descaquen les novel.les curtes “Davall l’àguila”, “Las lunas de Camelot” i “Les set Gemmes”


REGNUM


1. Plenari
            València, 2039 de l'era comuna, les Corts del Regne obrin el nou curs parlamentari. El president-regent, En Joan Peris, pronuncia el discurs de la XIVª legislatura sota els Nous Furs. Mentre les càmeres d'hipervisió retransmeten per als set milions de ciutadans que habiten esta part de la República Federal Espanyola i els flaixos l'enlluernen, el president activa el vincle magneto-òptic entre l'agenda electrònica i  la retina i comença:
            - Willkommen in die erste Sitzung der vierzehnsten Legislaturperiode.
            Després d'estes paraules protocolàries en la tercera llengua del regne, oficial en tres comarques valencianes, continua en castellà i finalment en el nostre idioma:
            - Siguen benvinguts a la sessió inaugural de la catorzena legislatura...
            Els aplaudiments fan detindre uns moments el regent. Poc després repren l'al.locució. Les seues paraules s'enfilen per l'hemicicle entre les franges de la gran senyera que empunya el colós de bronze davall el qual es troba la tribuna d'oradors.


2. Lliçó
            L'aula d'un blanc asèptic és plena de les rialles dels xiquets. El professor, un home de mitjana edat, alt i lleugerament calb, marxa entre les taules hologràfiques mentre la canalla activa els mòduls interactius corresponents a la història de les primeres dècades del segle.
             Les menudiues manetes dansen en l'aire agafant els símbols acolorits i geomètrics, joguinejant amb les imatges, detenint-se en detalls que els criden l'atenció o tornant-se per comentar-los-en als seus companys del costat, entre gestos sorpresos o interessats.
            La veu d'una naneta rossa i  d'ulls blavencs treu el mestre dels seus pensaments.
            - Marc, què existia abans dels Nous Furs?
            - Bé, Tarja, després de la renúncia del rei Felip VI, l'antic Estat espanyol es convertí en l'actual República, que s'uní als Estats Units Europeus...
            - Clar -els interromp al seu temps Hassan-. Aleshores decidiren fer el Regne...
            - En efecte, pocs mesos més tard, al 2023,  Felip Borbó fou elegir president de la República al mateix temps que es proclamaven els diferents regnes, comunitats i nacions espanyoles... La nostra  trià la forma de Regne que havia tingut als temps medievals i recuperà el nom de Furs per a la seua norma constitutiva.
            - So der Präsident, perdó, així que al president nostre li vam posar de nom regent per això...- intervé un altre xiquet.
            - Si, Johan, mes o menys... Ara per favor, deixeu els mòduls, hem de tornar a la Interfaç Automàtica... -els diu Marc Esteve sospirant amb un breu gest d'enuig esgotat.
            La lliçó continua davall el retrat somrient de Peris.



3. Casa
            La via ciclista corre kilòmetres des de la capital cap al sud entre mars de construccions i jardinets. Pedalada rere pedalada, Marc s'allunya de la figura mastodòntica de la Torre del Regne, el gratacel de set-cents metres d'alçària que clou l'antic llit del riu.
            Fa un bonic dia de primavera i a unes vint passes de la vorera, damunt dels terraplens marxen llançats els expressos de levitació magnètica. El ciclista mira a l'esquerra, on fa decennis encara les platges eren més que una cinta de pocs metres d'amplada. La blava Mediterrània és plena de vaixells d'esbarjo i a uns kilòmetres de la costa es distingeixen les plantes eòliques flotants.
            Finalment aplega a casa. Desmunta i ordena que els electrodomèstics comencen a preparar el dinar. A una comanda de la seua veu, els panells solars del teulat s'activen a plena potència per calfar l'aigua de la dutxa.
            - Hallo -saluda al seu veí Joachim que ix amb el cotxe-. Guten Tag.
            - Bon dia, Marc -contesta el germànic i en adonar-se de la mirada inquisitiva del mestre, afegeix-. Me'n vaig a les Muntanyes. No puc entretindre'm. Estarem en contacte...
            Joachim baixa, li dóna la mà ràpidament i se'n va.
            El professor roman pensatiu uns segons i  entra en la casa.

4. Director
            Des de la seua tarja, el Rat Penat de l'escut de la Generalitat contempla amb mirada irònica l'escena que té lloc al despatx.
            - Senyor Astebe -acusa el director Ferrandis amb un fort accent-. Betx que bosté no cumplix els temps previstos en el programa Interfaç d'aprenentatxe. Ademés per lo que pareix els últims messos ha patit bàries sancions per esta qüestió... sap lo que significa?
            - Si senyor, ho sé i ho tindré en compte -assegura ell gratant-se el crani nou rapat.
            - Me tem que recibirà bosté una bisita per la seua actitud... Deixem'ho córrer,  de qualsebol forma, bolia comentar en bosté la planificació per a les actibitats de fi de curs, què tal una bisita dels xiquets al Temple dels Herois del Regnum?
            - Pot estudiar-se -diu Esteve amb poca dsposició-. Jo proposaria visitar la Gran Biblioteca
            - Biblioteca? ah, Astebe ixes aficions seues per les belles patxines de paper, en els mitxans que en tenim ara...!   -somriu condescendent.

5.  Visió
            Marc acarona la foto bidimensional d'una jove dona bruna quan seu en el sofà per prendre una tassa de té del seu hort hidropònic. Somriu amb una lleu tristor i es pregunta on estarà la Janina. No en sap de fa temps, quan ella li va telefonar, mesos després d'haver-se divorciat. Malgrat tot, havien quedat com a relativament bons amics.
            Després de desengegar l'aparell de tridimvisió que contemplava distretament, fa un rastreig dels escàners governatius i connecta un programa encriptat de la xarxa mundial que li permet contactar amb les Zones d'Ombra.
            El rostre barbat i pèl-roig de Joachim apareix davant d'ell en una fumarada difusa.
            - Hola -li saluda- com va?
            - Bé, instal.lant-nos... i per allí?
            - Al treball, problemes em sembla, la resta ja saps.. molta borumballa, i molts dels teus compatriòtes deixen la costa
            - Ex compatriòtes - apunta Joachim festiu-. Oficialment ni sóc ciutadà alemany, ni ara tampoc figure en els registres del Reich valencià -fa  broma, al temps que la imatge parpelleja- Hmm... escàners del Regnum...  tinc que anar-me, adéu...
            - Fins després...
            Mentre el fum iridescent s'esvaeix, Marc engega el programa de tridimvisió. La veu del narrador explica les inversions en les zones de l'interior per construir noves plantes de biocombustible amb el fons musical clàssic que il.lustren uns camps de gira-sols.

6. Visita
            - Salam aleikum.- diu una jove de cabells foscos i  ulls  verds.
            - Shalom aleijem - li respon una altra pèl-roja
            Aisha i Dèborah alcen les seues respectives tasses de té fent un somriure amistós. De la cuina ve Marc amb una safata plena de pastissets. La ràdio narra la visita del President de la República per fer de mediador a les converses pels recursos entre València i l'Aragó i Catalunya i planificar la nova política d'hipertrens magnètics que connecten amb els Pirineus.
            Les dos amigues de Marc estan fent li broma posant-se la perruca que ell ha fet dels seus cabells rapats quan algú toca a la porta. El majordomòtic torna i els informa amb la seua veu freda però alhora preocupada.
            - Els inspector Ruixà i Perez-Johnson volen fer-li unes preguntes.
            En uns segons transposen el llindar dos figures severes i de vestimentes impecables que apareixen al saló. Un d'ells fa una ràpida lectura cap a les dones amb la interfaç.
            - Senyores Dèborah Ferrer Lizinski i Aisha Zenata Martinez -mormoleja polsant les fosques ulleres que li donen accés a Valenglobal-. Trenta i trenta-tres anys, professores... sense problemes... -ara s'adreça a elles-. Facen el favor de marxar, hem de parlar amb el senyor Esteve.
            Esgarrifades per la mirada de glaç dels agents del Regnum, s'alcen de les estores i arrepleguen les seues coses i se'n van. Intercanvien una mirada amb Marc però ell les tranquil.litza.
            - En volen? -invita el mestre als funcionaris de seguretat, intentant conservar la calma.
            - Gràcies, no. Venim a compondre'l per no ajustar-s´hi al programa -afirma un d'ells tot rastrejant les emissions radio-elèctriques.
            - Per ara això implica una sanció monetària - el seu company assentix- Malgrat les nostres sospites,  l'escorcoll no prova cap tipus d'actuació deslleial.  Fins un altra, senyor Esteve, i, per cert, val més que oblide tots eixos llibres arnats anteriors al nostre benvolgut Regent.
            Els inspectors abandonen la casa. Marc solta l'aire lentament i fa una telefonada.

7. Fuita
            L'autovia permet al vehicle elèctric de Marc abandonar l'urbs ràpidament. Ha demanat uns dies de permís per malaltia i confia tindre un xicotet marge. Els grans edificis commemoratius perfilen un horitzó de formigó, acer i plaques de marbre i van esvaint-se en la distància. Condueix amb calma per la costa cap al sud. Sap perfectament on anar, puix que ho tenia planejat fa temps. Ha canviat tot tant...
***
            Entre l'alarma dels professors i precedits per l'Electro-Ordre Executiva de detenció, un comando d'operacions especials irromp a l'escola amb les seues viseres i escuts energètics. Fins i tot el director s'hi escandalitza, barbollant que encara que Esteve siga un Deslleial de qui sempre ha desconfiat, això no són maneres.
            Dèborah barra el pas als Guardians i els demana que no entren fins que Marc no termine la lliçó i els menuts hagen marxat. Dins, el professor camina entre les taules hologràfiques mentre els xiquets somriuen.
            - Podem esperar -assegura l'oficial en cap- Quan acabe serà nostre.

8. Muntanya
            La platja plena de ciment i camins contempla el  post de guardians que ha tallat el trànsit, prop d'una de les urbanitzacions que els europeus han anat abandonant els últims anys per anar a l'interior.
            - Ara sí que és nostre, senyor Esteve -somriu Perez-Johnson- Ens va enganyar molt be amb l'holograma que va deixar programat a l'aula. Detinga el seu vehicle i  abandone´l amb les mans al cap.
            El cotxe del professor es deté però no n'ix ningú. Els guardians escorcollen les signatures calorífiques i  les emanacions d'ADN i  rebutgen un possible parany. Les forces d'assalt s'acosten als vidres negres apuntant les seus armes. La silueta de dins no es mou. Obrin la porta.
            A dins, l'humanoide majordomòtic amb una perruca els saluda:
            - Volen una tassa de té?
***
            Finalment ha deixat la bicicleta a un marge del Palància i continua a peu, després d'haver-se fornit d'aigua clara.  Ha passat de l'encís dels hortets de tarongers a tota una sèrie de gorges i tossalets on s'enfilen la cendra argentada de les velles oliveres i la verdor lluenta de fruiters i ametlers, coronats els peus pels robins cèrcols d'ababols.
            Quan ja són lluny la remor del riu i les vies ràpides i de levitació que hi corren prop, Marc aplega a unes muntanyes vinoses on li dóna la benvinguda la fragància dels pins i matolls feréstecs i heroics. A causa de les tensions amb el regne aragonés, les patrulles del regent no hi sovintegen. Eixa és una de les Zones d'Ombra, una de les comunitats itinerants de gent rebel al sistema opressiu què els Estats Units està esdevenint en alguns llocs.

9. Amics
            Unes tendes, un campament. Davall de les estrelles, crepita un foc lluent que un home pèl-roig alimenta amb encenalls i  sobre el qual bull una tetera.
            -Algun dia la gent farà fora eixa gran façana buida i se n'adonaran  que la vida és alguna cosa mes que viure còmodament adormits per les paraules del regent... -diu Marc pensatiu.
            - O se'ns uniran... -afirma Joachim donant-li una tassa amb un gran somriure.
***
            La Interfaç dóna la seua lliçó a una aula buida, poblada d'hologrames i  simuladors neurals. A un racó, un cercle de xiquets escolta el conte que Dèborah i  Aisha els llegeixen d'un llibre. Quan acaben i els menuts han marxat, la dona d'origen àrab comenta  a la israeliana:
            - Déu vulga que aviat puguem vore el Marc, està tan lluny...
- Potser no és ara quan està a l'exili sinó abans, quan estava en una terra que ja no sentia seua ni on era realment lliure, ofegat pels símbols i  normes del Regnum.

Fi


XIV CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2009


MODALITAT: ACCÈSIT AUTOR MENOR 

DE 18 ANYS


Celia Arroyo Prat




Celia nace en Valencia en 1993. En la actualidad cursa 4º de Educación Secundaria Obligatoria, y en su corta trayectoria ya ha participado en varios concursos literarios. 


EL ÚLTIMO COMBATE
Si hubiera podido pedir cualquier deseo, si hubiese tenido la certeza de que se cumpliría, habría solicitado su libertad. Se recriminó a sí mismo de inmediato; era un gladiador, un mirmillón, entrenado para matar y para desafiar a la propia muerte; no podía temerla, era consciente de que terminaría sus días desangrándose sobre la arena del Coliseo. Sin embargo, no cabía en él la desesperanza. Cuando se permitía soñar, imaginaba que lograba las suficientes victorias para comprar su liberación, salir de allí, y entonces…Entonces ¿qué? ¿Qué sería de su vida si lograba salir de allí? ¿En qué trabajaría? ¿Cómo se ganaría la vida? Él mismo desmoronaba sus propios sueños e intentaba encerrar en un rincón de su mente la fogosidad de su joven alma, que clamaba por la libertad. A su alrededor, demasiado alboroto. Sus compañeros, con los que debía enfrentarse unas horas más adelante, bebían y comían sin pensar en nada más; tal vez serían aquellos los últimos manjares que probaran en sus vidas. Se consentían incluso reír aún sabiendo el funesto destino que les aguardaba. Porque todos vivían en la misma cruda realidad; o matabas o morías. En una de las pocas veces que se decidió a alzar la mirada la vio, aunque hubiese deseado no hacerlo. La criatura más hermosa que jamás había visto se posaba ahora ante sus ojos. Ella también lo vio a él, y quedó atrapada en aquellos salvajes ojos verdes que recordaban a los de un león. Realmente, aquel joven poseía un cierto parecido a los grandes felinos: los músculos que se adivinaban bajo la fina camisa de tela estaban aparentemente tranquilos, pero en tensión; sus ojos parecían de esmeralda y lo observaban todo en silencio, desafiantes.  Su corazón dio tal vuelco que no pudo más que acercarse a él. Se sentó a su lado sin decir nada, sin osar respirar apenas. Él la miró entonces; era una mirada de reproche:
            _Quiero estar solo._su voz era firme y no admitía réplica.
            No obstante, ella sentía curiosidad por aquel gladiador:
            _ ¿No deseas compañía en el que puede que sea tu último día?
            El joven respiró hondo y tragó saliva. No podía apartar su mirada de aquella joven. Y se negaba a ser débil. Nada debía rondar por su mente excepto la necesidad de sobrevivir un día más. Haciendo un esfuerzo posó sus ojos en la otra punta de la estancia:
            _ ¿Qué puede desear un hombre que puede ver tan cercana su muerte? Lo único que deseo es sobrevivir. Nada debe distraerme mañana. No puedo fallar.
            Al escuchar esto, la muchacha se levantó y se marchó de allí dejando al guerrero solo de nuevo. Un extraño sentimiento que no supo definir le invadió entonces, y es que nunca antes había sentido prender la llama del amor en su corazón.

            Sobrevivió a aquel día pero, desde entonces, no pudo dejar de pensar en aquella misteriosa muchacha, aquella que le había ofrecido su compañía y a la que él había rechazado. Pasaron los días y hubo de nuevo un gran banquete dedicado a los gladiadores que ofrecerían sus vidas a la mañana siguiente. De nuevo él se había retirado a un lado, alejado del barullo que tan nervioso lo ponía. Y de nuevo estuvo ella. Cuando la joven localizó al mirmillón sus músculos se relajaron y una sonrisa se dibujó en su rostro reflejando el tremendo alivio que sentía. Corrió junto a él y se abrazó a su cuello. El gladiador, visiblemente sorprendido, no supo si apartarla o corresponderla. Cuando se separaron, dos largas lágrimas recorrían el rostro de la muchacha. Él, mirándola con extrañeza, preguntó:
            _ ¿Qué ocurre? ¿Por qué lloras?
            _Ha sido el verte aquí, sentado, sano y salvo. Cuando me marché la otra noche pensé que nunca más volvería a mirarte a los ojos, que no regresarías, que tu cuerpo descansaría sin vida en la arena del Coliseo. Estas lágrimas son lágrimas de alegría. Lo siento si con ellas te he incomodado.
            Entonces una extraña fuerza se apoderó de él. La tomó entre sus brazos y la besó, con pasión. A partir de aquel momento ambos empezaron a compartir todas las vísperas de los combates, en todos los banquetes estaban juntos. Cada momento que podían verse era como un pequeño rayo de luz entre la más espesa niebla. Todo parecía nuevo e iluminado cuando estaban juntos. Y él, sin embargo, sentía una inquietud en el fondo de su alma. Cada vez le costaba más y más concentrarse en los combates. Cada vez sus heridas eran más profundas. Cada vez se sentía más cercano a la muerte. Llegó a plantearse el dejar de una vez aquella locura, pero cuando miraba a la joven no se sentía capaz. Y sintió miedo por primera vez en su vida; miedo a la muerte, miedo a perder todo aquello. Temía morir porque por primera vez había descubierto lo que era la vida; porque por fin tenía algo por lo que luchar, por lo que vencer, por lo que sobrevivir. Aquel miedo le hacía débil, frágil, quebradizo como el más fino cristal. Pero guardó todo su desasosiego para sí mismo, nadie más debía padecer por él. Una de las noches anteriores a un combate, al mirar a la joven a la cara, sintió como un terrible pánico le sacudía por dentro. No podía soportar la posibilidad de perecer en el Coliseo y de no volver a verla jamás. Ella lo notó de inmediato:
            _Tiemblas. ¿Tienes frío?
            Él agachó la cabeza de modo que algunos mechones de su melena castaña le cubrieron los ojos:
            _No. Estoy bien.
            _No es cierto. Algo te ocurre.
            El gladiador se levantó bruscamente:
            _No puedes presumir de conocerme. No sabes nada de mí; ni mi nombre, ni mi condición. Nada.
            _Sé que te quiero._respondió ella, levantándose a su vez.
            Él la miró, sintiendo como el corazón se le partía. Estuvo a punto de derrumbarse, de confesarle todas sus inquietudes. Sentía la necesidad de desahogarse en su regazo, de llorar como un niño; pero se obligó a sí mismo a recordar que era un gladiador y que debía matar o morir. Simplemente la abrazó en silencio, y ella pudo disfrutar de la calidez de sus brazos y de la dulzura de su corazón. Permanecieron mudos toda la noche. No tenían nada que decirse. Ninguno de los dos sentía la necesidad de conocer la identidad del otro, el sentimiento que los unía era más importante que todo aquello.

            El día del combate ella sintió la imperiosa necesidad de asistir. Cuando lo vio aparecer caminando con aplomo sobre la arena sintió como se le oprimía el corazón. Su mirada saltaba nerviosamente de un arma a otra, todas ellas mortíferas al igual que sus dueños. Fue consciente entonces del terrible peligro al que se exponía el mirmillón, y su respiración se agitó sin poder apartar los ojos de él. Comenzó la lucha. El sonido de los aceros al chocar y de los gritos agónicos de los primeros alcanzados por sus filos llenaban el Coliseo. Los espectadores aguantaban la respiración esperando descubrir un nuevo vencedor. Ella sólo lo buscaba a él. Durante unos segundos que se le hicieron eternos se levantó una terrible polvareda. Cuando la nube de polvo se disipó pudo ver como él caía sobre la arena, sangrando por el vientre, el casco a sus pies, con una herida que no tardaría en arrebatarle la vida. Ella sintió como se le desgarraba el alma y gritó. Nunca antes se había escuchado en el Coliseo un grito que expresase tan hondo pesar. Todo el público guardó silencio y se giró hacia ella, los gladiadores interrumpieron su lucha. Él, con sus últimas fuerzas, alzó la mirada. Y la vio, tan perfecta y tan maravillosa como el primer día. Y el miedo que le había estado carcomiendo por dentro se esfumó de pronto porque comprendió que, para él, ella había sido mucho más que un rostro o un cuerpo, ella había sido la libertad con la que tanto había estado soñando, aquella que tanto había ansiado y que había logrado conseguir en cada uno de sus besos. Antes de cerrar sus ojos de esmeralda para siempre no pudo evitar sonreírle, agradeciéndole todo lo que le había dado. Ella comprendió esto y un mar de lágrimas surcó sus mejillas. Para ella, él había sido toda su vida, por cada sonrisa ella se habría arrancado un trozo de su propio corazón. Y en aquel momento se habría cambiado por él, sin dudarlo un segundo, porque supo que sin aquel gladiador sin nombre nada tendría sentido. Pero después de todo y a pesar de la intensidad de sus sentimientos, el combate acabó como cualquier otro día. Los vencedores regresaron a su encierro y los vencidos fueron retirados de la arena sin ningún tipo de emoción. No obstante, lo que aquel gladiador entendió momentos antes de su muerte fue que la libertad no es poder librarte de las cadenas que te atan, sino elegirlas por ti mismo; pues antes de saber que el amor existía se sentía preso y al vivirlo había sido libre, aún estando tan encerrado y condenado como antes.


XIV CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2009



MODALIDAD: NARRACIÓN EN CASTELLANO


Julio Alejandre Calviño.




Julio Alejandre Calviño ha realizado estudios de magisterio y pedagogía en la Universidad Complutense de Madrid. Durante más de diez años vivió en Centroamérica, donde trabajó con varias asociaciones en el campo de la cooperación para el desarrollo. Actualmente trabaja en Azuaga, en la provincia de Badajoz, en orientación escolar. Sus relatos están inspirados en la experiencia vital de los marginados del Pulgarcito de América, como se conoce a El Salvador.

            Ha obtenido, entre otros, el primer premio del IV Certamen de Relato Breve “Gerald Brenan” 2008, Alhaurín el Grande; el primer premio del 7º Concurso “Leopoldo Alas”, de Quintes, 2007 y el primer premio del XII Certamen Literario “Todos somos diferentes”, 2007.

AL FINAL DEL CALLEJÓN

S
andra vigila, desde el vehículo, una casa cercana en la colonia Las Lomas, que es, con sus calles empinadas y su trazado irregular, una de las muchas barriadas nuevas que han encaramado a la ciudad por las laderas del volcán. Desde que se metió en esta operación lleva empleadas muchas horas en esperas como la de hoy, atenta en alguna esquina. Es un trabajo tedioso que afronta con esa paciencia que ha estado presente en todos los momentos de su vida, desde que era apenas una chiquilina mocosa que aguardaba horas, cuando no días, con el estómago en carne viva a que su madre se serenara lo suficiente para alistarle una tortilla encopetada con arroz. Para este trabajo en el que anda metida, son preferibles colonias como esta, de clase media, donde la vida social se reduce a saludar al vecino cuando te lo cruzas por la calle, a curiosear cuando hay un chisme jugoso y a aparentar lo que no se tiene, para estimular la envidia ajena. En otro tipo de barrios, sin embargo, las cosas son muy diferentes. En los de ricos, donde no hay casas sino fortalezas con garitas, vigilantes armados y vallas electrificadas, nadie camina por sus calles, que ni aceras tienen, y todo el mundo se desplaza en carro y abre los portones a distancia. Y luego son aún peores para aflojar la plata. Además, en este país de mierda no se roba una chibola ni se mueve una libra de sal sin el permiso de los de arriba. Pero así es la vida. Sandra lo sabe bien porque, al fin y al cabo, para alguno de ellos trabaja. Si pudiera, se haría igual de rica y viviría también en uno de sus castillos. Así que, cuando la buscaron, no lo pensó dos veces. Aquí hay plata de la buena, se dijo, plata para salir de la miseria, para terminar de una vez con los vestidos remendados, con los viajes en buses topados y cochambrosos, con el hambre mientras se espera la quincena y con pedir de fiado en las tiendas; plata para olvidar aquellos momentos en los que sólo le ha faltado tantito así para hundirse entre tanta porquería como la rodea, con todo y su última esperanza. Por eso está aquí, completando el último encargo de un trabajo que no es difícil pero sí arriesgado, y cuando lo termine le habrá ganado un enorme montón de billetes. Entonces se irá con el Ricky, lejos, a pegarse la gran vida en las islas de la bahía o en cualquier otro rincón caribeño donde pueda desquitarse de toda la mierda que lleva aguantada desde que su mamá la botó al mundo.
Angelita sale de la casa con su hija. Aquélla es más bien menuda, con la piel morena y el pelo muy negro; la niña, sin embargo, es algo chelita y tiene el pelo castaño, finito y suave, como el de su padre. Viven desde hace casi un año en la colonia. A ella no le gusta mucho, que siempre ha sido de campo y las ciudades la atosigan. La familia quedó lejos y la gente de la ciudad es altanera; la miran de arriba a abajo. Le notan su origen en el habla, en las ropas, en la trenza gruesa hasta la cintura, en las chancletas verdes, desgastadas pero cómodas. Pero a Darío, su marido, como empezó a ganar bien cuando se colocó en la empresa eléctrica, le dio por venirse para la capital. Se vive mejor, le decía, hay más comodidades, buenos colegios para que vaya la nena, lugares elegantes donde poder salir,… y además la guerra azota menos. Por eso están acá. Por eso y porque, en el fondo, él no se conformaba con ganar su buen pistillo, sino que además quería aparentarlo y que comentaran en el caserío lo bien que nos va, y que se admiren cuando les dice dónde vivimos. Pero a ella poco la convencen las supuestas ventajas de la ciudad, se dice; y salir, lo que se dice salir, lo hacen poco. Quizá unas tres veces hayan ido al cine; y a comer fuera, poco más. Angelita disfruta más los domingos que se van a la costa en la troca de la eléctrica, a comer pupusas de arroz, y se acercan después a la playa de la bocana para pasar la tarde jugando con las olas, la niña y ella; o cuando van a visitar a sus padres, allá en el caserío, y ayuda a su mamá a quebrar la masa, a tortear, a cocer los frijoles y a lavar los trastes, mientras su hermana la pone al corriente de todos los chismes de los últimos tiempos o se cagan de la risa con las pasadas que les cuenta Libreta, el tontito. Fuera de eso, es poco lo que salen. Aparte, Darío siempre está viajando, recorriéndose el país de acá para allá, reparando el tendido donde se arruina por un rayo o lo bota un vendaval, cuando no se lo echa abajo la insurgencia. Y luego vuelve a casa rendido, sin ánimo para nada, ni siquiera para lo que a un marido le corresponde. Pero así es la vida y también tiene sus ratos buenos, que sólo estar con Darío ya vale la pena el sufrimiento. Qué tendrá este hombre, se pregunta, que desde la primera vez que me miró me derretí como manteca puesta al sol y así me sigue pasando aunque ya vaya para cinco años de conocerlo.
Siempre tiene las manos calientes, calientes y secas, que nunca suda el cabrón, ni en las socazones ni en la cama, piensa Sandra cuando siente la mano cálida del Ricky en la rodilla. Un calor que recuerdan bien todos los rincones de su cuerpo. Qué galán es sentir esas manos tibiecitas recorriéndote la espalda y demorándose un rato en las paletillas. Nota el calor a través de la falda. Precisamente así empezó su historia con él. Lo habían buscado sus jefes especialmente para este volado. Mira Sandrita, este es Ricky, los presentó el Mayor, y te va a acompañar en todo. Le aseguró que era de confianza. Este buey es guardia, con ese aspecto, había pensado ella. Y ahí anduvieron juntos en todas las vueltas, concentrados en el trabajo y punto. Al principio, no pensó en él de otra forma que como compañero. Cierto que tampoco él anduvo con indiques ni pretendió cuenteársela. Es raro, pero así fue. Hacían su trabajo, platicaban lo necesario y, durante las tediosas esperas, ella le contaba algo de su perra vida, porque el Ricky, al principio, no soltaba prenda. Sandra le hablaba de su hijo, que vive con la nanita en Santa Bárbara; de su marido, que se fue para el norte hace años y nunca más supo de él, aunque se callara los detalles que más le ardían, como que se vio obligada a compartirlo con dos o tres viejas putas y ni aún así juntó nunca fuerzas para dejarlo; o del Mayor, de cómo la ayudó ofreciéndole algunos trabajitos, babosadas al principio, pero cosas más serias después, hasta llegar a este de ahora. Pero el Ricky hablaba poco y sobre todo se la pasaban en silencio dentro del carro, cada cual encerrado en sus propios pensamientos. Había entre ellos un límite que un buen día cruzó, de repente, la mano de Ricky acariciándole el muslo a través de la falda. Sandra recuerda que sintió como un chispazo que le inundó el cuerpo y se lo dejó ardiente y tembloroso. Ese mismo día se lo llevó a su casa de la colonia Zacamil: un apartamento diminuto, con paredes de durapán, que rentaba a medias con una amiga. Pero toda esta miseria ya se va a acabar, piensa con fiereza, que de esta vez las cosas cambiaban sí o sí. ¡Ahí se acercan! Hay que ver qué calma se gasta la criada. Estas indias, parece que les sobrase vida.

Suben la calle hasta media cuadra y de ahí llegan a la esquina por la otra acera. Se ha fijado Angelita en una troca parqueada, grande y negra, que tiene los vidrios oscuros; a pesar de lo cual se nota que hay gente dentro. Decide, sin mucha lógica, que no le da buena espina ese carro. Angelita se fía mucho de sus intuiciones y le gusta darse pisto de que es medio adivina. Pero al doblar la esquina ya se ha olvidado y sigue pensando en sus cosas y contestando a las preguntas que su hija hilvana en una retahíla interminable. Se dirigen al súper de la esquina. Le gusta acercarse allí cuando tiene tiempo y dinero. Hay más variedad que en las casatiendas de los alrededores, y además venden un queso que a Darío le chifla para untarlo en los trozos de tortilla que van sobrando. Al entrar, la tendera saluda a Angelita y ofrece un dulce a la niña. Hay que ver, Angelita, que niña más rechula tiene usted, que ojazos, vea, le dice, mientras la niña se come el dulce y señala  a su madre unas galletas de chocolate que le gustan. No hija, que de esas aún quedan; pero la verdad es que no las compra porque son caras y no carga mucha plata encima. A Angelita le gusta dar a su hija todo lo que le pide, incluidos caprichos. Ay, pero qué hija más preciosa tengo, le dice a veces, y la coge en brazos y se la come a besos hasta que la niña le reclama: mami, mami, que me aprietas mucho, con su vocecita tan fina y con una pronunciación precisa y cursi, de niña precoz. Lo de Angelita por su hija es pasión. A ella le gustaría tener otro hijo, un varoncito, a pesar de lo duro que fue tener a esta y lo que sufrió, pero Darío no quería que se cargara de chinos tan joven y se dedicara solamente a criarlos. El año que viene, cuando la niña empiece a ir al kinder, le había dicho él, te inscribes en el instituto y terminas tu bachillerato, que sólo dos años te faltan. Y después, ya veremos. ¿Quiere alguna cosa más, Angelita? No, doña Tencha, sólo dígame cuánto le debo. Le paga, recoge la compra y sale con la niña de la mano. Adiós preciosa, le dice la tendera, y le regala otro dulcecito para el camino.
Al verlas salir, Sandra se disfraza con una peluca rubia, se cala unas gafas oscuras y grandes y mete en el bolso un cuchillo que extrae de la guantera. Se retoca ayudándose del espejito auxiliar, se vuelve hacia el compañero, lo besa y se baja del carro. Ya en la acera mira de reojo y las ve venir, tan confiadas. Esto va a ser fácil, se dice, más que otras veces. La agarro, la meto al auto, llegamos al destino y la entregamos. Allí una cuidadora la recoge y se hace cargo. El lugar está aislado como un penal, con tapias altas y alambres de púas. La casa es grande y se ve confortable, aunque Sandra sólo ha entrado hasta el vestíbulo. Sabe que sedan a los chigüines, para que no hagan bulla. Los meten en algún cuarto y, cuando se juntan varios, llega el doctor y los opera. Entonces viene la parte más sucia del trabajo, que es deshacerse de los cuerpos. Los meten en bolsas de basura, troceados, y después los botan por ahí. Para esto, Ricky es especialista. Eficaz, el baboso. Conoce lugares en las afueras que ni el mismo cadejo ha de haber pisado; refundideros solitarios que sólo pensar en quedarse allí sola da miedo, a donde para llegar hay que dar cien revueltas por callejas de tierra estrechas y solitarias. A saber cómo los conoce, si no es que ha sido guardia. Algunos muertos llevará a cuestas el Ricky, con todo y esa carita de chico serio que tiene. Sí, este negocio es peligroso y desagradable, pero hay mucha plata por medio y, de todos modos, alguien va a hacerlo. Si no nosotros, otros serán, así que mejor nosotros. La vida es así, una mierda. A Sandra le ha tocado pasársela trampeando sobre la línea divisoria, donde no hay lugar para compunciones ni sentimentalismos. O te salvas, o te hundes, de ti depende. De ti y de la suerte, que si no acompaña un poco te quedas igualmente en el arroyo. Sandra camina con paso firme hasta la esquina donde se detiene, mira a ambos lados, deja pasar un carro y cruza con tranquilidad, encaminándose a un maquilishuat grande y frondoso que hay al otro lado. Al llegar se vuelve, con la cabeza baja, mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y levanta la vista.
Sus miradas se cruzan e instantáneamente nota algo raro en la mujer. Qué hace ahí esperando. Y vaya figura estrafalaria, con ese rubio teñido que más parece una peluca. Angelita está mirándola fijamente y al llegar a la esquina, casi sin pensarlo, decide no cruzar y dobla a la izquierda, por la misma acera. Mami, que es por allí. No, corazón, sigamos por este lado, que voy a la tienda de la niña Ester. La niña quiere empezar una batería de preguntas pero Angelita no está para juegos ahora, le dice que se calle y su hija, con esa intuición que tienen los niños, le hace caso de inmediato. Camina despacio, sin acelerar el paso, porque quiere parecer natural. Es una tontera mía pensar que esa mujer sea un peligro. Soy muy desconfiada, siempre me lo dice Darío, pero qué le voy a hacer, son mañas que se me han pegado de estos tiempos tan revueltos, pero con la guerra. Nadie está seguro y se vive siempre con la angustia de si le pasará algo a la familia, a los conocidos. Dios guarde, cuántas calamidades. Y suelta un suspiro profundo, desalentado, mientras continúa calle abajo y busca con disimulo a la mujer, que ya no está bajo el maquilishuat sino que avanza por la otra acera, a su misma altura. Su temor aumenta un punto y quiere entrar en la tienda de la niña Ester, que es una mujerona enfadada que suele tratar con algo de desprecio a quienes considera inferiores, pero no hay nadie en ese momento. Angelita golpea la reja con una moneda y la llama con voz suave, pues conserva esa timidez campesina que la hace casi incapaz de hablar duro. Pero no sale la niña Ester, sino Yanira, la hija mayor. Tendrá unos once años y le dice a Angelita que su mamá no está, que anda trayendo mercancías. Angelita, con verle la cara, ya sabe que no va a abrirle la puerta, por lo que ni siquiera pregunta, pero le deja la bolsa de la compra, tome Yanirita, cuídeme esto que ya voy a regresar, y agarra a la niña de la mano y sale afuera, casi frente a la mujer, que está ahora sentada en los escalones de entrada a una casa. Parece tranquila, como si descansara o esperase a alguien, pero Angelita es buena observadora y la nota pendiente. Está segura, ahora sí, de que la vigila a ella. No eran tonteras mías, que esta vieja viene a por mí. Si supiera que yo plata no ando, más que unos pinches pesos que me han sobrado de la compra. Pero con esta ropa que llevo, ¿tengo cara de andar plata? Ay, Dios, si va a ser la niña lo que quiere, uno de esos secuestros que se oyen en los noticieros. Alza la cabeza en busca de quien le pueda ayudar, pero no ve a nadie. Ni hay tales de que aparezca el vigilante de la colonia, que sólo se deja ver a fin de mes, cuando reclama el pago de puerta en puerta. Así que agarra con más fuerza a su hija, poniéndola del lado de la pared, y aprieta el paso calle abajo.
Qué carajo me habrá encontrado, que me mira tanto. Esta india pasmada se recela algo, pero no se me va a escapar. Se levanta y la sigue por la acera opuesta, caminando despacio, aunque sin disimular ya. La calle se prolonga un trecho más y termina en un descampado que baja hacia una quebrada. El contraste de la tierra blanquecina del descampado con el verde profundo de los arbolones le trae a la imaginación una playa tropical de arena fina y altas palmeras donde ella y Ricky se mecen pausadamente en sendas hamacas y gozan del sol y del sonido del mar. El paraíso que imagina Sandra es así, pero una playa vacía y enorme, para ellos dos, sin más ruido que el batir de las olas, no como estas playas de acá, abarrotadas, sucias y bullangueras. En el descampado va a ser mejor, piensa. Pero la mujer no llega hasta allí, sino que se mete por un callejón estrecho que arranca casi al final de la calle. Bueno, ya está bien de pendejadas, vamos a por ella. Sandra abre el bolso y saca el cuchillo. Lo sujeta con fuerza y lo esconde en la bocamanga. Cruza la calle y se dirige hacia la entrada del callejón.
Es largo y estrecho, y sólo da servicio a los portones traseros de algunas casas. Angelita ya lo sabe, pero ha preferido tirar por ahí que no arriesgarse por el descampado de más allá. Todas las portadillas están cerradas, pero al fondo, frente a la última, hay un montón de arena, materiales y unos chunches de obra. Ahí ha de haber gente trabajando, piensa ella; no van a dejar todo eso botado para que se lo lleve cualquiera, y avanza sin saber bien qué hacer, fija la vista en la mancha oscura del portón que no logra aún apreciar si está o no cerrado. No vuelve la cabeza, ni oye los pasos de la mujer, pero siente su presencia a su espalda y puede imaginar cómo se acerca y acorta distancia. Está tensa y aprieta con fuerza la mano de la niña, que ha captado el peligro, o al menos la preocupación, y no se queja. Al contrario, camina deprisa y en silencio. Apenas tardan unos instantes más en llegar al final del callejón, despiadadamente cegado por una pared alta de cemento rugoso. El portón junto a la obra presenta golpes y manchas de óxido. Angelita apoya la mano en el postigo, que está ardiendo por el sol, y lo presiona con fuerza, pero no cede. Tampoco hay llamador, así que golpea el portón con la palma de la mano, no tan duro. Lanza una mirada rápida, de reojo, hacia el callejón pero no logra ubicar a la mujer. Tiene que haber alguien ahí dentro, se dice, y golpea nuevamente, esta vez con los nudillos, un poco más recio, venciendo la timidez y la pena que siente ante la idea de molestar a unos desconocidos. Pero no se oye nada. No sabe qué hacer. Angelita se encuentra acorralada como nunca antes lo ha estado, y tan nerviosa que casi empieza a perder la capacidad de raciocinio. Por fin gira alrededor del montón de arena, se sitúa en el centro del callejón y se encuentra de frente a la mujer con la peluca rubia y las ropas estrafalarias que se le acerca armada con un cuchillo. Da un grito sofocado y rápida, instintivamente, esconde a la niña tras de sí.
Está a dos pasos, quieta. Le parece de una torpeza ridícula, con esa estampa de campesina, las ropas baratas y las chancletas verdes gastadas, protegiendo a la niña como si fuera suya, paralizada como la presa ante su predador. Al final va a resultar que es tonta, piensa, pero si no aprovecho ahora, que se ha bloqueado, puede ponerse a gritar o intentar resistirse. Amenazándola con el cuchillo, le dice con voz dura dame a la niña o te mato, tú verás si quieres morir por la hija de otra, mamita. La mujer sigue inmóvil, paralizada, y Sandra amaga un viaje con el cuchillo que su víctima esquiva con unos reflejos que la sorprenden. Pero ha logrado agarrar a la niña y tira de ella con fuerza. Coma mierda india sonsa, la putea Sandra, suéltala de una vez, suéltala te digo. La niña empieza a gritar mami, mami, con una voz aguda que cualquiera va a oír, así que, medio desequilibrada por los tirones, lanza otra cuchillada a la mujer, a muerte, alcanzándole un tajo por el que brota al instante sangre; pero Sandra ha puesto tanta fuerza en el envite que se va al suelo y se golpea con un bloque y se le cae la peluca. De dentro le sale una rabia ciega contra la criadita del carajo que ahora resulta que es la mamá, pero se le desvanece al percatarse de que la niña se le ha zafado. Así que se levanta como puede, medio resbalando en la arena suelta que hay en el suelo y tira de ella, que chilla, y la arrastra, y enfila la entrada del callejón dándole la espalda a la india caída en medio del montón de arena.
Tiene una mano hundida en él, buscando un punto de apoyo firme para levantarse y lanzarse sobre esa mujer que quiere llevarse a su hija. Angelita no siente el corte, ni ve la sangre que le tiñe la blusa, ni nada más sino los ojos de la nena, enormes, llenos de lágrimas, que la llaman con más fuerza que las voces y los gritos, y que la impulsan a saltar hacia delante para recuperarla. Y lo hace con tal ímpetu que casi se le quiebra el hombro del porrazo que se da con el puño de la pala. La violencia del jalón desentierra la herramienta y entonces ella se percata de que la pala está allí, con su extremo de metal, contundente. La agarra y, en la misma zancada en que reduce la distancia que la separa de la mujer, la balancea y le asesta en la nuca un golpe rabioso.
Sandra cae en un pozo oscuro, girando en una espiral interminable hacia una playa azul y amarilla que brilla al final, donde la espera Ricky con la troca en marcha, sonriendo, pero la visión se aleja cada vez más hasta convertirse en un puntito diminuto, como una estrella, y se pierde en un vacío negro y absoluto.■