martes, 24 de agosto de 2010

XV CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2010

 CONCURS DE NARRATIVA CURTA

 "REIAL VILA DE GUARDAMAR" 2010

 

MODALIDAD: RELATO DE AUTOR LOCAL


GANADORA: SARA FERNÁNDEZ GARCÍA


Sara Fernández García Nace en Guardamar en 1980. Dentro de sus inquietudes personales la música y la  escritura ocupan un lugar muy importante, reflejándose en los premios que a nivel local ha conseguido. Así, ha sido la ganadora del Premio de Narrativa Federico García Lorca, que anualmente convoca el Instituto de Secundaria de la localidad. Y ganadora asimismo durante las convocatorias de 2005, 2006, 2007, 2008 Y 2010 del Concurso de Narrativa Corta Real Villa de Guardamar en la modalidad de Autor Local.

 

Memorias de un sombrero de copa

En 1962, año en el que Barcelona sufrió la gran nevada, la ciudad tenía 1.557.863 habitantes entre los que se encontraba un pequeño de 10 años con ojos curiosos  siempre en busca de algo con que saciar su sed de conocimientos.

-          Josep Maria Puig Soler vine de seguida!

Si hay una generalización cierta es, sin lugar a dudas, que cuando una madre llama a su hijo por su nombre completo y apellidos se avecina una reprimenda de las que hacen historia, y Josep no estaba por la labor de recibirla.

Pegado a la pared que comunicaba la portería en la que vivían con la escalera, se deslizó hasta la pequeña puerta entreabierta y, con su agilidad infantil, se escabulló de los gritos de su madre.

Una vez en la calle tomó una gran bocanada de aire y echó a correr Passeig de Gràcia abajo riéndose de forma nerviosa, sintiendo la euforia propia de una fuga victoriosa.

Aquella tarde de Mayo el sol jugueteaba con las hojas de los árboles y la ciudad rezumaba vida.

En su carrera llegó a Plaça Catalunya y se entretuvo provocando el vuelo de las palomas, persiguiéndolas y gritando como un bárbaro.

Pasados unos minutos el juego había perdido toda su gracia. Así que Josep se enfundó las manos en los bolsillos de su pantalón corto y siguió caminando ramblas abajo  hasta llegar a la rambla donde pollos, tórtolas, conejos y demás animales domésticos se exponían para su venta.

-          Bona tarda Josep

-          Bona tarda Don Biel

-          ¿Qué me cuentas chico?

-          Poca cosa señor. No hay manera de convencer a mi madre- decía el niño encogiendo los hombros y mirando a un pequeño cachorro negro que estaba en una caja de cartón frente a él.

-          Bueno hombre, tú sigue intentándolo, ya sabes que la insistencia puede…

-          …derrumbar las más fuertes murallas, sí lo sé Don Biel –se frotó la nariz con la manga de la camisa y se enderezó- bueno, me marcho. Que tenga usted un buen día.

-          Tú también pequeño.

Subió de nuevo hacia Plaça Catalunya y giró a la derecha por la calle Canuda. Como todos los días se asomó al gran portón del Ateneo Barcelonés y observó la escalinata mientras se mordía el labio inferior. Sabía que en la planta de arriba había un jardín y una sala donde jugaban al ajedrez, pero nunca había conseguido entrar.

Tras comprobar que no había nadie en el interior echó a correr subiendo los escalones de dos en dos, abrió bruscamente la puerta de cristal y ¡zas! se dio de bruces contra el conserje.

- ¿Otra vez tú?

El hombre agarró el brazo del pequeño con brusquedad, abrió la puerta que acababa de atravesar como una exhalación y tiró de él escaleras abajo.

-          ¡Me hace daño, oiga!- protestó

-          No te lo haría si dejaras de intentar entrar.

-          Pero ¿por qué no puedo entrar?

-          Porque no eres más que un mocoso – Josep se zafó de la mano que aprisionaba su brazo y se cuadró- Además no eres socio. ¡Vete a jugar a otra parte!

El chiquillo volvió a meter las manos en sus bolsillos y se dirigió a la puerta arrastrando los pies. Al llegar a ella, miró hacia atrás para comprobar que, efectivamente, el bedel le observaba, dio entonces un puntapié al dintel y salió corriendo como alma que lleva el diablo hacia Portal de l’Àngel.

No dejó de correr hasta que llegó a la catedral. Se paró, apoyó las manos en las rodillas y respiró profundamente.

Una vez recuperado el aliento siguió andando sin un rumbo marcado. En la calle de la Princesa número once Josep frenó en seco. Era una tienda con la fachada de madera color rojo sangre, en el letrero se podía leer en letras doradas: El Rey de la Magia. Sus escaparates captaron la atención del chico de inmediato.

Allí estaba yo junto a cartas, cubiletes, pelotas, dedales, flores de plumas y otros muchos artilugios que no supo definir. Miró entonces la puerta de dos hojas estrechas. Los cristales inferiores estaban cubiertos por una tela color escarlata colgada por la parte interior, lo cual impedía saber qué había al otro lado.

Intentó ver qué se escondía allí pegando la nariz al vidrio y la puerta cedió a penas unos centímetros. Josep se retiró en un acto reflejo, frunció el ceño, ladeo la cabeza y soltó un “bah” que ayudara a sacudirse esa sensación extraña de intriga con una pizca de temor.

Posó entonces su mano en la puerta y la abrió lentamente. Ésta rechinó y se quejó de ser abierta. Dentro, la iluminación era tenue y el espacio reducido.

Había una vitrina en la pared de la derecha que llegaba al techo y otra más bajita que hacía las veces de mostrador, enfrente otro mostrador y más allá una cortina negra con cuatro ases tejidos en terciopelo blanco. En la pared izquierda otra vitrina con objetos similares a los de los escaparates y fotos, varias fotos en blanco y negro.

Josep dio un pasó más y dejó libre la puerta que se cerró de golpe haciendo sonar una decena de campanillas. Aquel estallido de ruido le sobresaltó y se quedó parado con los ojos muy abiertos en el centro de la estancia.

-          Tranquilo muchacho- el niño dio un salto al descubrir que junto a la pared de los retratos había un hombre sentado en una silla.

-          Pe…perdone, es que … es que no le había visto

El hombre soltó una carcajada y se levantó con dificultad.

-          Pero no porque fuera invisible que eso aún no lo he conseguido muchacho. Al estar la puerta abierta no podías verme, estaba tras ella.

-          Ahá- acertó a decir mientras alzaba la vista y descubría las campanas causantes del alboroto.

Su interlocutor acercó y le tendió la mano. Él, aún mirando a su alrededor, la aceptó y ofreció la suya.

-          Bienvenido al Rey de la Magia jovencito.

La puerta volvió a abrirse y entraron dos jóvenes de unos diecisiete años vestidos con pantalones largos de pinza y camisa blanca impoluta. Ambos llevaban consigo una cartera que Josep imaginó llena de libros.

El  pequeño observó los zapatos de los nuevos visitantes. Eran como los de los señores que vivían en el piso de Gràcia. Debían estar estudiando para notario o médico porque su madre siempre que él le pedía unos zapatos nuevos como los de los vecinos le contestaba que ellos eran notarios, médicos, gente importante, y que cuando él fuera un notario conocido y respetado podría comprarse unos.

Pero Josep no quería ser notario, a él sólo le interesaban tres cosas: el ajedrez, averiguar como funcionaba la maquinaria de las cosas desmontándolas (para desesperación de su madre) y ver a la señorita Eulàlia subir las escaleras.

Y mientras pensaba en el movimiento de las caderas de la mujer escuchó aquella voz, una voz que se le quedaría grabada el resto de su vida. Una voz firme, regia y contundente.

-          Buenas tardes caballeros

-          Buenas tardes- contestaron los estudiantes al unísono

-          Y ¿bien?- Josep intentó ver desde donde estaba al dueño de aquella voz, pero le era imposible y sentía cierto reparo a acercarse al grupo.

-          Ya hemos terminado el libro que nos dio del padre Ciuró.

-          Y supongo que ahora buscan algo de material.

El hombre que momentos antes le había dado la bienvenida apoyó su mano sobre los hombros del chiquillo y le invitó a aproximarse. De puntillas el mostrador le llegaba a la barbilla, suficiente para poder escrutar la figura que aparecía tras la cortina en ese momento con un objeto entre las manos, que a él le pareció ser muy preciado por la delicadeza con la que lo manipulaba.

El hombre al que pertenecían dichas manos era mucho más bajo que el que le había saludado al entrar, pero parecía un gigante. La expresión de su cara era serena y pétrea. Su nariz alargada y fina y su mandíbula cuadrada parecían haber sido talladas con cincel, solo sus cejas y sus pequeñas orejas suavizaban aquel rostro iluminado por una mirada llena de fuerza que no prestó atención al asombró del niño.

Aquello era importante. Cada movimiento, cada pose y expresión de aquél rostro formaban parte de un todo magnífico que culminaba con un hecho inesperado, imposible y la admiración de las cuatro personas que se encontraban allí.

¡Era magia, magia auténtica!

Tras varias demostraciones la mirada del mago se dirigió a Josep. El pequeño sintió un escalofrío que le recorrió la espalda y creyó empequeñecer.

-          Y usted, ¿qué desea?

-          ¿Yo?, na… na… nada señor, ya me marchaba. Gra… gracias.

Tras una reverencia automática giró sobre sus talones y fue hasta la puerta con la mirada de los cuatro hombres colgada en la nuca y un sudor nervioso que le apremiaba a salir de allí.

El sonido de las campanillas le pareció una odiosa risa burlona, aceleró el paso hasta que se convirtió en una carrera y así, corriendo, llegó hasta el portal de su casa mordiendo todas las palabras que podía haber dicho.

Con la rabia en la mandíbula y en los puños entró en el rellano y se dirigió hacia la portería.

Un golpe certero y el escozor en la nuca le devolvieron a la realidad.

-          ¿Pero se puede saber de dónde vienes?, tira “pa” dentro y tira “pa” dentro que como te coja…

Miró a su madre que alzaba la mano y movía la cabeza como signo de desaprobación tras de sí y entró en la portería con la cabeza gacha mientras escuchaba como un vecino se pronunciaba en su defensa.

-          Pero mujer es sólo un muchacho

-          Un muchacho que va a acabar conmigo a disgustos

Durante los siguientes días veía a  Josep paseando por la calle Princesa delante de la tienda con la espalda muy recta y mirando de soslayo la entrada. Observaba como miraba a los clientes que se adentraban en el establecimiento con facilidad y sin temor, pero él sólo alcanzaba a petrificarse junto al escaparate con aquella pregunta clavada en la mente: Y usted, ¿qué desea? Sin llegar a encontrar una buena respuesta.

Y así pasaron varias semanas.

Una tarde en la que la indecisión hacía mella en su cuerpo junto a la puerta del establecimiento ésta se abrió. Un joven cargado de libros salía por ella intentando no perder ningún ejemplar en la maniobra y antes de cerrar miró al niño y le preguntó:

-          ¿Pasas?

-          ¿Yo?

-          Sí, tú, ¿pasas?

-          Eh… sí, sí

Al entrar Josep se tomó un poco más de tiempo en saborear cada detalle: el cortinaje de terciopelo rojo que cubría lo que parecía un altillo, las botellas de la vitrina más alta, el sonido del suelo de madera bajo sus pies, aquel olor tan especial que no conseguía definir pero que le agradaba y las diferentes reacciones de los allí presentes ante el espectáculo que se ofrecía tras el mostrador.

Se acercó un poco más situándose a un lado del mismo de tal forma que pudiera ver la cara de las tres personas que se encontraban en aquel momento en la tienda.

Sintió el despertar de la inocencia que dormitaba en ellos y cómo lo que acababan de ver había zarandeado todas sus creencias previas fijadas a conciencia en su razón, como surgía la sonrisa y luego la afirmación: “¡no es posible!”

Josep lo tenía claro, aquello era exactamente lo que deseaba.

Carraspeó mientras se erguía como cuando recitaba los reyes godos en la escuela y esperó la mirada del mago

-          ¿Algún problema pequeño?

-          No - aquella no era la pregunta para la que había estado buscando respuesta tanto tiempo. Sintió que la inseguridad intentaba instalarse de nuevo en su interior, pero no estaba dispuesto a pasar otro mes y medio sin decirle a aquel hombre lo que quería.

-          Ningún problema señor, pero sí una pregunta- alcanzó a decir Josep.

El mago se dio por vencido ante la seguridad de aquel diminuto crío y su persistencia.

-          ¿Y bien? ¿cuál es esa pregunta?

-          ¿Qué hay que hacer para ser el mejor mago?

Una risa inundó la tienda, pero el muchacho se mantuvo firme y el mago vio esa mirada, aquella que hacía tiempo buscaba en sus discípulos, demasiado acostumbrados a conseguir todo lo que querían, y supo que no era un capricho de infante.

Por primera vez el gigante se puso a la altura del niño y le dijo unas palabras al oído, le tendió la mano y se forjó un pacto.                      

Aún hoy, antes de salir a escena, Josep acaricia mi ala y lanza una mirada al espejo. Y así, conmigo, su primer y único sombrero de copa, a modo de corona, rememora las palabras susurradas por quien fue su mentor en la magia durante tantos años y, mientras una voz conocida o extraña enumera sus éxitos, él sonríe recordando las risas de aquellos que sólo vieron en él a un niño demasiado pequeño como para ver por encima de un mostrador.


lunes, 23 de agosto de 2010

XV CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2010

 

CONCURS DE NARRATIVA CURTA

 "REIAL VILA DE GUARDAMAR" 2010

 

MODALITAT: NARRACIÓ EN VALENCIÀ

 

GUANYADOR: Josep Vicent Lozano-Seser.

 

Jovi Lozano-Seser naix a Ondara al 1979. És llicenciat en Comunicació Audiovisual i està especialitzat en l’ús de la llengua als mitjans de comunicació. La seua producció literària està centrada en el gènere de la narrativa curta, tal i com demostren els nombrosos guardons rebuts, d’entre els quals destaquen, el Premi Josep Pla de Narrativa Curta Palafrugell en 1996 o el Premi Solsciti de Manises, rebut al 2009.

És autor del llibre “Sis contes i una novel.la incerta” i de la novel.la breu “Esbós per a una improbable novel.la històrica”, que va obtindre el XIV Premi Ifach de Narrativa de Calp.

 


La veu de la consciència

(parla més alt que la veu de l’experiència)

 

A les 7:15 hores de la matinada, el fred de gener recrea sobre el parabrisa del vehicle tot un seguit d’ecosistemes diversos que poc o res tenen a veure amb les baixes temperatures d’un darrer dia d’hivern. El glaç dels vidres acull el plugim tardà de la nit, el degoteig de l’aigua arrossega aleshores els vestigis d’un parell de mosques que potser foren interceptades durant el trajecte i l’espés baf del conductor esbufega contra el cristall ombres blanquinoses que semblen espectres escalfeïts, transitoris. Iker sap que no ha d’engegar la calefacció perquè potser la calentor entelaria els vidres i, consegüentment, li dificultaria la visió. Ha d’estar atent al portal número 16 i a l’eixida del seu objectiu. El senyor Guillén deixarà sa casa abans de les 7:30 tal i com fa sempre. El cotxe el té aparcat prop de l’altre cantó, sota un fanal mig rovellat on hi ha cartells amb la seua cara enmig d’una diana. Se suposa que no només Iker i els seus li desitgen la mort. Altres veïns i compatriotes també el tenen en el seu punt de mira. Ja fa temps, però, que l’amenaça està en vigència. En menys de catorze o quinze minuts -possiblement deu: aquest regidor i empresari és puntual i sol avançar-se a l’horari quotidià-, doncs, Iker eixirà del cotxe, el seguirà per la vorera i li dispararà un tir certer al bell mig del tos. No hi ha possibilitat d’errada.

 

La cigarreta del xicot s’esvaeix com la fumarel·la que les cendres extingides desprenen en un polsim imperceptible. Els seus li han dit que no fumara, però el jove és prou tossut i ja ha acceptat massa ordres i manaments com per a reprimir l’addició al tabac. És el seu tercer assassinat i sap que després del migdia ja se n’haurà oblidat. La primera vegada fou més dura perquè no tenia experiència, ni ganes de dur endavant el pla. L’home, al voltant de la setantena d’anys, no fou conscient del tret. Potser se l’esperava. Aquell jubilat no era cap representant polític, motiu pel qual li sabé un poc greu estrenar-se amb un civil innocent. No hi ha innocents al nostre país, etzibà el seu company Mikel la mateixa vesprada que li encomanava el segon crim. Pensa en tot el que encara tenim per davant i deixa’t d’idioteses, li recomanà, abans de passar-li les dades corresponents: un regidor d’un poble veí que s’havia atrevit a insultar-los en una manifestació pels drets dels seus presos, entre d’altres floritures. El dia que el matà sentí per primera vegada la satisfacció interior d’encalmar la set de venjança que caracteritza els membres de la seua agrupació: es tracta d’un sentiment complex que barreja equitatives dosi de nacionalisme i victimisme i que moltes vegades es veu tergiversat per una quantitat letal de malenconia indefinida.

 

Quan xupla el cigarret, Iker desconfia de la metodologia triada per a l’atemptat de hui. Així no s’haurien de fer les coses, collons, maleeix. En teoria, ha de seguir la víctima fins a la cantonada, disparar-li i pujar ràpidament al cotxe que passarà a recollir-lo d’immediat. D’aquest vehicle, a continuació, baixarà un altre company, el qual s’encarregarà d’agafar el cotxe que ell ocupa ara. Sembla complicat, però no ho és. La primera vegada fou així i tot anà bé. A la segona incursió, per contra, s’hagué de demorar l’evacuació dels vehicles i el pla esdevingué un desastre. A la cruïlla següent, per culpa de la mala coordinació dels semàfors, l’Ertaintza aconseguí bloquejar el pas del seu company Fernando, el qual fou detingut a continuació. Aquest tipus d‘inconvenients converteixen els èxits en fracassos i els comandos en minúcies logístiques: aparells indefensos que després poden anar desfullant-se a poc a poc com si foren febles margarides d’entretemps. En tot cas, les margarides no són negres, com els seus passamuntanyes. Iker no en du mai. Diu que són una imbecil·litat, que podrien delatar-lo abans d’hora. Té tota la raó. Fernando en duia un el dia que el van interceptar. Ell, per contra, no va voler posar-se’l i no va cridar gens l’atenció. Ni la policia autonòmica, ni la nacional aconseguiren identificar-lo. En arribar a la caserna, als afores de Biscaia, solament va tindre temps de baixar del cotxe i alenar sonorament. Malgrat estar a solament sis graus, tenia l’esquena suada i el vapor de la seua respiració, en compte d’enlairar-se, queia feixuc sobre la carretera, com si fóra un núvol de pol·lució.

 

Hui sap que ja és l’últim. Ja no ho farà més. El tercer i prou. Mikel, el seu superior, acceptà la seua petició precisament ahir en saber que el seu amic i compatriota anava a ser pare. Miren està prenyada, li confessà, diu que li agradaria passar l’embaràs a França, amb els pares. Seran només uns mesos, després ja en parlarem. I el seu capatàs sacsejà el cap per mitjà d’una lleu bellugadissa que s’assemblava de lluny a una afirmació. Mikel no és molt de parlar. És, més bé, un home de fets. Ell sol organitzar els explosius i ultimar cada comanda. Després, per un altre costat, no té mai por a manyuclar el perclorat ni altres substàncies. L’ull dret, de fet, el té mig cec a causa d’un error de càlcul en la preparació d’una de les mescles. Fa dos anys d’això i encara no se n’ha penedit. Ell continua actuant amb la mateixa empenta, sense cap tipus de precaucions. Sense por. Iker l’admira molt i probablement s’hi emmiralla, sobretot, a l’hora d’actuar. No és el mateix disparar amb por que disparar amb decisió. Creure en la causa accentua la intensitat del tret. Ben mirat, és un fenomen gairebé litúrgic. Cada pistola sintetitza així l’essència d’un calze, d’un ceptre sagrat on la fe escalfa el martell mentre el dit fressa el disparador. El palmell de la mà sosté una empunyadura calenta que caldrà dirigir amb exactitud. L’armassó, mentrestant, ha d’estar ben tibat, incòlume. Tot seguit, la funció del punt de mira és merament anecdòtica. Els objectius no solen estar a més d’un metre de distància entre canó i reraguarda. En polsar el gallet, doncs, la giragonsa del tambor confereix a l’executor la màgia supèrbia d’una deïtat terrenal. La bala emergeix de l’arma com una escopinyada curta, d’aquelles consistents i mocoses. Un sospir aquós de curta singladura. Tot seguit, el projectil travessa la carn distreta de la víctima. D’això no se’n sol parlar, però la bala gaudeix de l’enginy de saber ubicar d’immediat la disposició exacta del cor independentment de l’orifici d’entrada. L’esclat és breu però el trajecte de la munició és una laberíntica ferida que s’estavella contra qualsevol artèria per fer implosionar després uns pirotècnics focs multiorgànics. Quan la víctima s’adona de la intrusió, ja no tindrà temps per acomiadar-se de ningú, ni tan sols del portador de la pistola, qui ja estarà accedint al seu vehicle. El més curiós és que hi ha unes mil·lèsimes intermèdies en què l’agullonat no sap que va a morir i és aleshores quan veu marxar l’agressor com si no haguera passat res. En moments com aquests és quan u perd definitivament la fe –la fe, a seques, com sol dir-se-, si és que n’ha tingut alguna vegada. La pistola, al mateix temps, trascola un tènue i dil.luït fum que remet a l’estela de les llargues i cares cigarretes mentolades.

 

 

Quan només falten quatre o cinc minuts per sorprendre el seu blanc de hui, Iker recorda aquesta retafila d’instants que composen el credo de cada atemptat. Com si poguera permetre’s un mínim desvari filosòfic, el jove etarra sap com i quan hi arribaran la resta de cossos policials, quines seran les paraules dels polítics a l’hora de condemnar la barbàrie i quina serà la protocol·lària cobertura mediàtica. Es tracta d’un guió mil·limètric tan acurat com el de la planificació mateixa de l’assassinat. En tot cas, no hi haurà cap detall que el puga sorprendre. El xicot sap el que fa i no hi ha possibilitat d’error. La comesa d’aquest matí, però, li resulta especial, com aquelles últimes jornades matineres de juny a la ikastola, quan faltaven escasses hores per deixar el centre i acaronar la distesa època de les vacances escolars.

 

Lluny de la infantesa i de tantes altres entendridores evocacions, el present d’Iker tremoleja ara a l’interior del seu vehicle, a l’espera de trepitjar l’últim graó que el separa de la treva espiritual a França. Lluny de les armes, lluny del seu país, però més a prop que mai de la pau –de la interior, per suposat; ni cal dir que la violència enterboleix des de sempre qualsevol altra possible concepció d’aquest utòpic estat de laxitud-. Una baixa més, Miren, una baixa més i ens en pugem cap al poble. I la nóvia l’esguardà amb desconfiança mentre s’enorgullia alhora de la seua lloable tasca. Ara, per sort, ja hi falta ben poc.

 

La porta de l’edifici s’obri de sobte i una dona emergeix des de l’ombra del portal. Iker, alertat, doblega el cap i controla els moviments de la veïna. Mentre badalla i fa passes curtes, aquesta mestressa de casa vestida encara amb pijama i batí guaita el cotxe del terrorista i travessa la vorera fins a perdre’s carrer avall. No s’ho esperava, la possible aparició d’una dona matinera. Soler haver-ne, de dones i homes matiners, al voltant de les portalades o indrets escollits. Es tracta, sense cap tipus de dubte, d’un molest contratemps ja que una de les finalitats estratègiques traçades abans de cada pla és el d’impedir l’aparició de cap testimoni potencial. Solen retindre, els fills de mala mare, dades importants, li recordà un dia Mikel. El seu consell el desconcentra per moments. Sap que el senyor Guillén podria aparéixer ja mateix per la porta i que no hi ha temps per lamentar-se de res, menys encara de cap presència invasora. Podrien haver fet volar l’edifici sencer i s’haurien estalviat tal criva. Que l’objectiu de hui siga un enemic de la nació basca –li calca a Mikel fins les expressions- no implica que s’hagen de castigar tots els seus conciutadans directes, encara que aquest tipus d’observacions pietoses li han estat sempre criticades al novençà. Mikel li diu aleshores que no té collons, mentre ell s’engrapa els seus, restrenyint-los, per evidenciar un incomparable punt d’honor. Trau-te ja tanta mariconada del cap, hòstia, li escridassa per tal d’avortar el mínim besllum de bonhomia que se li escola a Iker entre les paraules. Mikel és infal·lible. Li acaba de fer una senyal amb el mòbil. Tot i que és ben lluny d’ells, el responsable del comando controla amb exactitud el pla de hui. El seu transport està pendent d’Iker també. Qualsevol moviment és l’indici d’un bon començament. Un atemptat no és més que això: un bon començament que precedeix un catastròfic final. Entremig, les morals i l’absència d’escrúpols s’entortolliguen les unes amb les altres sense concloure enlloc. Tot ha de ser perfecte per tal que tot siga calamitós. Està tot a punt. El senyor Guillén podria eixir ara mateix de l’edifici i ha de saber seguir-lo. Un tret. Sols un tret i prou. Miren l’espera.

 

Iker ha apagat la cigarreta fa ja una estona per tal de centrar-se en l’execució de la maniobra. Com que el sol encara no s’ha desemperesit del tot, la llum oneja entre les teulades amb el to esmorteït de les espelmes esblaimades a punt d’extingir-se. La penombra sempre l’ajuda a ultimar millor cada missió. Mikel té raó. La matinada és la millor hora. Els cossos tirotejats, fins i tot, no acaben de ser conscients del plovisqueig que els trosseja la carn per esmicolar-los després l’esperit. Cal remarcar que alguns no s’arriben a despertar del tot, motiu pel qual la mort els retorna d’imprevist als seus somnis mandrosos, a l’aixopluc calent d’uns llençols que ja no els acolliran mai més. És un favor que els fan, en definitiva, amb el fet de matar-los a trenc d’alba. Al migdia ja no seria igual. De nit, al remat, és quan més pendents estem de l’entorn i tampoc no seria una bona idea. Una matinada qualsevol, com la de hui, és idònia. El silenci pren els carrers. Les façanes presenten les pampallugues ocasionals de cada finestra, on cada llar enceta el dia tal i com pot. Pocs cotxes circulen per les avingudes adjacents. Allà lluny, un ancià trau a passejar el seu gosset. Iker es mossega l’ungla del polze i se sorprén per l’acte. Ell no sol sentir-se destemplat, menys encara en vespres d’atemptat. L’última malifeta d’enguany potser l’allunye definitivament de sagnies i matances vàries. No n’ha parlat amb Mikel però en un futur li ho plantejarà. Ser pare és una gran responsabilitat. Tal vegada, tan important o més encara que la de defendre la pròpia pàtria. Això, de fet, no li ho dirà. Iker creu que ja hi ha contribuït prou. Vol passar, doncs, a segona fila. Desdir-se’n. Al capdavall, no sabria com comunicar-li-ho.

 

Al portal del senyor Guillén, un mínim sotragueig somou la porta i predisposa l’agressor, qui empunya el mànec d’una pistola tan reduïda com amanosa. Ara sí. Ara ja no hi ha dubte. Porten tres setmanes controlant-lo i ara sí que li endevina els seus últims moviments. Acaba de tancar la porta de sa casa i baixa a peu els tres pisos que el separen de la porta. Ell no agafa mai l’ascensor. Això també ho sap, de la mateixa manera que sap on aparca sempre el cotxe i altres insolències incomprensibles com la de prescindir de protecció addicional. Els fanfarrons, per imbècils, han de ser els pròxims, decidí Mikel ja fa anys en comprovar l’altivesa i gallardia d’aquests potencials enemics imaginaris. Ens ho donen tot fet, tio, testimonià aleshores.

 

Finalment, la porta sembla que va a obrir-se. Iker guaita el rellotge i certifica l’hora exacta. El senyor Guillén no s’ha retardat. La porta xerrica mínimament en desplaçar-se tot i que l’objectiu no hi surt sol. Als braços, com si fóra una lleugera motxilla, el regidor carrega tal i com pot la seua filla menuda. D’un any. També la tenien controlada, com a sa mare o a l’altra germana. Iker prem el puny i maleeix els refredats tardans infantils o la rebuscada combinació de factors que ha fet que son pare haja de dur hui la seua filla a la guarderia en comptes de la seua dona, qui ho fa normalment una hora després.

 

Ja endarrerit, el xicot no vol perdre més temps. No pot, de fet. El senyor Guillén no ha vist rest estrany i ressegueix tal i com pot el seu camí des del portal fins al seu cotxe, estacionat a uns vint metres de l’accés a la vivenda. En dos segons, Iker deixa el vehicle sense cridar gens l’atenció i s’enfila vorera avall fins a situar-se a les esquenes del regidor. El contratemps de la xiqueta li ha desbaratat el pla ja que volia disparar-li enmig de l’esquena i ara ja no pot perquè és precisament en aquest punt on les mans de la menor s’entrecreuen per tal d’aferrar-se al coll de son pare, qui la sosté amb els braços damunt del seu pit. A més, la xiqueta comença a despertar-se a cada passa, com si haguera distingit la presència posterior de l’etarra. I és que el cap de la menuda sobresurt pel muscle esquerre de son pare per fer un puntual somrís a l’assassí que furtivament els acaça. És un compliment inequívoc del bebés: somriure a tothom, independentment de la desconeixença de rostres o trets, de creences o procedències.

 

Tan bon punt es disposa a alçar l’arma en direcció al centre de les espatlles del regidor, aquest es detén per traure’s les claus de la butxaca i obrir el cotxe. La filla fa aleshores una carassa encara més còmica a l’assaltant mentre emet un gemec propi dels recent nascuts. Son pare no s’ha adonat encara de la presència darrera que l’encalça des que ha abandonat sa casa. Iker sent ara un calfred que no sap desxifrar. Inapetent, manté la pistola erta contra l’objectiu però dubta de l’escaiença de la intervenció de hui. El seu contacte, des del cotxe, se’n fa creus. El retard és incomprensible. Podria fer avortar la missió sencera. Podria fer malbé no solament el pla de hui, sinó la totalitat de projectes que el comando ha programat per a tota la temporada. El senyor Guillén, mentre escorcolla les butxaques per tal d’aïllar la clau definitiva, no percep la calidesa del seu executor, qui en aquests moments dictamina quina és l’estretor i feblesa del fil que ens manté dempeus en aquest món abans d’esllavissar-nos cap al buit incognoscible de l’altre món.

 

Iker se sent confós. No li diria mai a Mikel que no pot disparar a un pare que sosté la seua filla. Altres companys seus ho han fet sense problemes i no voldria ser ell, a hores d’ara, el primer idiota que s’hi oposa. Podria haver-se donat el cas en qualsevol altra circumstància i ell sap que l’hauria assassinat igualment. Ara, però, ja és tard. No pot mantindre l’arma en alt per més temps. El dubte és tan letal com els dipòsits i magatzems que el seu grupuscle atresora en lúgubres soterranis excavats als Pirineus. No hi ha res a fer. Ara pensa en l’embaràs de Miren, en la seua escapada a França, en les excuses que haurà de formular-li a Mikel per tal d’alleugerir el cúmul de renúncies... 

 

Però abans que recapitule totes les idees pendents, la ràfega indefugible d’una bala inesperada ultrapassa la part superior del vehicle del senyor Guillén, el cap de l’esmentat regidor i les enjogassades manetes de la seua filla per encastar-se seguidament al crani del jove etarra. Potser, la certera trajectòria del projectil és el que acaba de frustrar el seu ja de per si fallit encàrrec. La bala penetra en els seus pensaments i s’estaborneix contra l’ètica contradicció que segons abans li havia fet abaixar la pistola. Iker cau a terra i la pistola s’avança al seu defalliment en un despreniment fugisser que col·lideix contra el fred sòl en una limitada dringadissa. L’esfèrica escletxa causada pel tret al costat dret del seu front cauteritza de seguida en un mínim degoteig de sang que espanta la filla del senyor Guillén, el qual es gira contorbat per contemplar tot el que s’ha esdevingut a les seues esquenes.

La senyal puntual d’un comboi policial se suma a l’aldarull causat per la sonoritat del dispar dut a terme per un agent especialitzat. Des de l’altra vorera, el franctirador aixeca l’arma en senyal de victòria. Guàrdia Civil i Policia Nacional s’hi havien coordinat a tal efecte. Per poc, l’expert tirador hauria fet tard. O no.

 

El senyor Guillén abraça amb força la seua filla mentre no gosa a escodrinyar el terrorista que jau mort sota els seus peus. Dos agents de paisà se l’emporten cap a un altre emplaçament en un cotxe policial mentre altres tècnics delimiten l’espai i encerclen Iker en un colorit rogle criminalístic en què cintes i tanques espectacularitzen la fisonomia d’un cadàver ben recent. El contacte del terrorista ha sabut enfugir-se’n a hora i en aquests moments espera pacientment davant del semàfor del carrer contigu abans de tornar cap a la caserna. Li sap greu la mort del company però tem encara més les reprimendes del seu capatàs. A Mikel l’afecten més els fracassos que no les baixes. Ningú no és imprescindible. Ni tan sols Iker, el qual resta bocabadat –literalment- sobre la vorera. Un escorrim de sang li vessa del bescoll per concitar un rierol inconnex que davalla després l’extrem de la pendent del carrer fins a perdre’s pel desguàs i confondre’s amb les corrents que alimenten els embornals. Els agents que l’han tombat el guaiten amb triomfalisme mentre embolcallen i guarden novament les armes en les seues respectives fundes i maletes. Amb prestesa i discreció, l’operació ja ha estat culminada. El cos d’Iker acontenta així tantes ments i consciències assedegades de paritat i justícia mentre altres operaris cobreixen el cos abatut amb un llençol improvisat. Tant de bo el seu company no li conte a Mikel el desenvolupament de l’assalt, així com la lentitud i indecisió del jove a l’hora de disparar l’enemic. Potser aquestes dades entelarien l’heroïcitat del personatge, a punt de ser reivindicat i homenatjat pels seus, així com celebrat i demonitzat pels contraris. Tanmateix, allò que ni el seu contacte, ni Mikel, ni tan sols Miren sabran mai és la dualitat d’impressions que caracteritzaren el seu últim gest en vida.

 

I és que abans que el seu enteniment es fonera en negre, abans que la massa encefàlica esclatara en un mínim xipolleig interior, Iker escoltà la cadència inconfusible d’una veu desconeguda que li parlava amb l’únic anhel d’alentir una acció irreprimible. Tal veu, que potser era la seua, s’avançà a la lògica racional que tard o d’hora el faria abandonar l’agrupació a la qual pertanyia. Durant els últims mesos, de fet, Iker es mirava a l’espill i no s’hi reconeixia. Terrorista, es deia. I se’n reia. Li venia massa gran la paraula. Ni parlar-ne ja del significat. Per això, davant del senyor Guillén –millor dit, darrere: la seua era una competència centrada en el seguiment ocult i el posterior atac covard-, el jove basc s’adonà que la veu de la consciència parla prou més alt que la veu de l’experiència i que les contarelles de gent com Mikel s’esvairien amb el temps, com totes i cadascuna de les seues planificacions a curt o a llarg termini. I que amb els anys, potser a França, la vida li donaria una segona oportunitat. I aleshores tot començaria de nou, com abans. I la seua filla li somriuria arrecerada entre els seus braços, com la xiqueta del regidor Guillén. I cap cotxe apressat l’esperaria a l’altra cantonada per recollir-lo. I la vida, apàtrida i despreocupada, transcorreria al marge de guerres perdudes i altres particulars rebel·lies que l’havien conduït fins al més fosc dels ostracismes: aquell en què u ja no guia el seu propi destí, aquell en què l’infern o el cel són guanyats segons conjecture el nou ordre establert o aquell, en resum, en què perdem la veu abans que la vida.