miércoles, 23 de agosto de 2017

XXII CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2017

 XXII CONCURSO DE NARRATIVA CORTA 
“REAL VILLA DE GUARDAMAR”, 2017
MODALIDAD: AUTOR LOCAL

GANADORA: GALINA ÁLVAREZ

Galina Álvarez es de origen ruso y nacionalidad sueca y ha vivido en cuatro países: Rusia, Cuba, Suecia y España. Actualmente reside con carácter permanente en Guardamar del Segura, Alicante. Es ingeniera química jubilada.

Siempre se ha interesado por los idiomas y la palabra escrita. Habla libremente cuatro lenguas: ruso, español, sueco e inglés. Ha publicado cuentos y artículos en los periódicos y revistas de diferentes países: Rusia, Suecia, Chile, Alemania y España. Es autora del libro de cuentos para adultos Prefiero que me pongan a volar y del libro de cuentos para niños Aventuras de una estrella perdida, con el que ha obtenido el premio convocado por la editorial Circulo Rojo al mejor libro infantil. Ha participado en varios talleres de creación literaria y actualmente es miembro de la Tertulia literaria de Guardamar del Segura.

En la edición de 2016 de este concurso también obtuvo el premio de Mejor Relato de Autor Local con la obra titulada El cumpleaños.

 

El desayuno

 

Corre el año 1992 y el llamado “Período especial en tiempos de paz” azota, como una plaga, a la pobre isla de Cuba. En medio de sus penurias y vicisitudes, Nereida Martínez se reconcome y sufre. Está en su puesto de trabajo en una fábrica de producción de papel, sumida en reflexiones sobre la vida y susdilemas.

Todavía falta una hora para almorzar. Nereida trata de no pensar en ello. Quiere concentrarse en el trabajo; pero no puede.Su estómago, poseído por el hambre, no la deja distraerse. Tampoco la tareaque está haciendo la ayudaa olvidarse de sus tripas vacías. Si hiciera algo interesante, quizás… Pero loque ella realizano podría inspirar a nadie;ya que no hay cosa más tediosa en el mundo del laboratorio que hacer un inventarioen un almacén de productos químicos.Uno a uno, Nereida saca los polvorientos frascos de reactivos y,fijándose en la fecha de caducidad, pasa lista. Los caducadosse apartan para enviarlos a la destrucción. Y los buenosse ponende nuevo en su sitio,hasta que caduquen un día de estos. Es poco probable que se gasten: la fábrica lleva parada dos años, desde que empezó el período especial con su escasez total,sin petróleo ni materia prima. Entre los trabajadores hayrumores de quemuy prontose va a firmar un contrato con unaempresa sueca, para una producción de un volumen reducido.Debe de tratarse dealgunos suecos extravagantes que simpatizan con el gobierno y quieren brindarle su apoyo.Eso todavía sucede, aunque cada vez menos. Pero poca gentecree que ese contrato hipotético se firme alguna vez. ¿Será posible que en aquel país existancapitalistaslo suficientemente locos como para producir un poco de papel cartucho en una fábrica en paro,en la isla deCuba, tan alejada de su país? Tendrán industria propia;seguramente, más moderna y eficiente que la cubana. Sin embargo, analizandolos tortuosos rumbos de la vida,muchas cosas ocurren sin razón aparente. Y ellos, los trabajadores, necesitan tener una esperanza. La esperanza de arrancar las máquinas y escuchar el ruido de los talleres. Porque el ruido en estas paredes significa vida;mientraselsilencio es la muerte. Esta fábrica, realmente, parece estar en coma.Sumergida en un letargo, con la maquinariaparalizada,con grandes almacenes donde no quedan ni cucarachas, la empresa recuerda una ciudad abandonada en vísperas de una catástrofe. Sólo hay que ver el laboratorio:las mesetas vacías, los equipos cubiertos con fundas y los reactivos químicos sin abrir.

¿Qué hora será? se pregunta Nereida y mira el reloj. ¡Caramba! ¡Ya es la una!Es tiempodeque abran el comedor. Sale apresurada del almacén yexclama:

―¡Chicas, la hora del almuerzo!

Con un rechinado de patas metálicas de las sillas contra el piso, Matilde y Betty se ponen de pie y se dan prisa para salir: hay que marcar en la cola para entrar entre los primeros.

Cinco minutos decamino bajo el sol del mediodía le parecen a Nereida unsuplicio. Frente a la puerta de la entrada hay una muchedumbre.

―¡No lo puedo creer! ―exclama Betty― ¡Está cerrado todavía!

Nereidamaldice al comedor, a la revolución y a su maldita vida, todo eso sin pronunciar una palabra. Tiene un hambre tan atroz que le duele hasta el pecho, no sólo las tripas. Cree que se va a desmayar si no come algo inmediatamente. Desde que se levantó por la mañana, sólo ha tomado agua y una pequeña taza de café. El pan,como siempre, se había acabado la tarde anterior. No puedoseguir así, día tras día, se reprocha de nuevo, hay que buscar otra cosa para la merienda deJorgito. Y dejar el pan para el desayuno de los dos; no se debe ir al trabajo sin echarse nada a la boca. Pero ¿cómo va a decirle a su hijo de diez años, siempre hambriento, que hay que tener más disciplina para comer? Recuerda los ojos ávidos del niño en el momento de regresar ella de la tienda conlos dos panecillos en las manos, uno para cada uno, que les tocan por la libreta. No tiene corazón paranegarle una meriendaa Jorgito después de sus clases; por eso,en cuanto entra por la puerta, le ofrece uno. El otro, lo guarda para su desayuno, quedándose ella misma sin comer nada por la mañana.Un muchacho en pleno crecimiento no puede ir al colegio con el estómago vacío.

La gente frente a la entrada está muy animada, a pesar del retraso con el almuerzo. Todos están mirando unos impresos muy llamativos. ¡Qué milagro! En la fábrica, no sólo en la fábrica, en todo el pueblohace tiempo que no hay papel de ningún tipo, ni para ir al baño. Los periódicos apenas circulan. Son pequeñosy amarillentos, de muy mala calidad; pero resuelven mucho. La gente los corta en pequeños trozos y los pone en el servicio para las visitas. Curiosa, Nereida se acerca a un joven conocido que trabaja en el almacén de materia prima. Este tiene en las manos una revista que pareceextranjera y la inspeccionacon mucha atención.

―Oye,¿qué es eso? ―intervieneNereida―. ¿Qué son todos esos folletos?

―Es la materia prima queacaba de llegar de Suecia ―explica él alegremente―. ¿A que no sabes nada? ¡Resulta que el contrato con los suecos se firmó! Hoy ha llegado del puerto el primer camión conel material para procesar; la gente lo vio y ha podido robarvariospaquetesde revistas.Pero los custodios se dieron cuenta y cerraron el almacén.

―¡No me digas! ¿Será verdad lo del contrato?

―Tan verdad como estas revistas que ves. Son tan hermosas que me da pena que las destruyan. En mi vida he visto nada tan bonito ―dice el chico alegremente y le ofreceunas hojas lustrosas―: ¡Mira esto!

Nereidaobserva la foto en colores y se llena de admiración. Una bola entera de jamón cocido, cortada en trozos por un costado, con su mostaza y perejilde adorno, muestra las carnes rosadas y jugosas. A la derecha la imagen llevaunas letras raras y un número impreso. Debe de ser el precio. Nereidase da cuenta de que se trata de un folleto comercial y lo sigue inspeccionando. Más abajo en la misma páginahay otra imagen, esta vez se muestra unagrancuña de queso con unos agujeros muy apetitosos en la masa dorada, igualitos que en las películas de Mickey Mouse.  Sin poder apartar la vista del folleto, Nereida vuelve la hoja y quedarealmente deslumbrada;una fotogrande a pleno color ocupa dos páginas enteras. El protagonista de esta maravilla es un pan blancode tamaño natural.Una baguette cortadaal medio y convertida en un suculento bocadillo. Sobre el frescor de las hojas delechuga reposan, unos encima de otros,múltiples trozos de jamón, el mismo jamón cocido de la página anterior. Y para rematar, encima deestese acomodanvarias lonchas de queso, unas lonchas finas pero abundantes. El pan se ve fresco y crujiente, un pan que no se ha visto por allí en muchos años. Incapaz de vencer la tentación, Nereida le pregunta al joven:

―¿Podrías dejarme el folleto?

―Claro―acepta solícito―. Quédate con este, tengo más en el cajónde mi mesa. Pude aprovechar para coger unos cuantos.―Después, baja la voz y añade en tono confidencial―: Los hay hasta pornográficos. Hay unos tipos tan listos, que loscogieron para vender en el pueblo. ―Y agrega aún más bajito, demostrándole confianza total―: Se los compran hasta en dólares.

―A mí no me interesa eso ―se ríe Nereida y guarda el folleto con mucho cuidado, no lo quiere estropear. En ese momento se acerca Matilde.

―Ya abrieron ―comunicasatisfecha―. Dicen que se les había roto la hornilla. Tuvieron que cocinar con leña, por eso se handemorado.

La cola del comedor se anima. La gente va sacando sus tarjetas para marcar el consumo y se dirige a la cantina para recoger las bandejas con los alimentos servidos.

Nereida recibe su ración y la observa con tristeza: un plátano verde hervido, un poco de caldo apestoso, debe de estar hecho conlas vísceras de cerdo, y un poco de mermelada de repollo. Ayer la hicieron de berenjena. Como no hay frutas, las sustituyen con verduras. ¡Los cocineros tienen tanta imaginación! En este país surrealista pueden faltar muchas cosas, pero la imaginación, jamás, piensa Nereida.Su hambre ya ha llegado a tal puntoque ella no aguanta más espera y toma rápidamente el caldo, pues necesita echarsealgo caliente en el estómago.El cocido está asqueroso, con una peste a podrido que es difícil de soportar; pero, tratando no aspirar los vapores, Nereida se lo toma todo con la ayuda de una cuchara de aluminio mal lavada. Matilde también lo hace, pero Betty no. Dice que le provoca náuseas. ¿No estará embarazada? Es que no se puede despreciar la comida, ni siquiera una tan repugnante. Ahora le llega el turno al plátano. Nereida lo mastica con avidez.La fruta es verde y dura;hervida, no sabe a nada, pero a ella no le importa. Necesita algo para masticar y tragar; de otra manera, cree que se muere. El plátano desaparece de la bandeja en dos minutos. Pero su estómago sigue igual, exigiendo a gritos más alimento. Tendrá que aguantar hasta la hora de comer en casa. La única y modesta comida del día que Nereida puede preparar para ella y para su hijo con las escasas viandas que se consiguen.

Por fin llega el turno del postre. Nereida lo prueba, pero no puede seguir. ¡Qué asco, Dios mío! ¿A quién se le ocurre mezclarel repollo con el azúcar? ¡Qué fantasíatanretorcida!En esta ocasión a los cocineros se les fue la mano. Mejor hubieran dejado el repollo sin cocinar, como una ensalada. No, ella no puede comer estaporquería. Si la come, vomita. Terminado el almuerzo, Nereida mira alrededor. En el local del comedor hay mucha animación;todo el mundo habla sobre el contrato sueco y la materia primarecién llegada. La gente pasa las publicaciones de mano en mano y las mira con fascinación.

―¡Mira, macho, qué clase de salchichón! ―comenta un obrero en la mesa vecina.

―¡Québistec tan grande, alabado sea Dios―se oye por otro lado―, y con la cebolla frita!

 Hace tiempo que Nereida no había visto a la gente tan alborozada.

Al regresar al laboratorio, ella saca el folleto del bolsillo de su blusa y lo abre con cuidado. Retira las grapas y libera la fotografía grande que muestra el bocadillo.

―¡Vamos a colgarla en la pared! ―propone ella a sus compañeras. Después la fija bien con unas tachuelas.

Las muchachas, embelesadas, contemplan el cuadro.

―Es la foto más hermosa que he visto jamás ―señala Matilde. 

―Yo también ―afirma Betty―. Si soy sincera, no solo la foto. Nunca he visto un bocadillo verdadero tan grande y tan apetitoso.

―Fíjate bien, ¡cuántos trozos de jamón tiene! ―exclama Matilde― ¡Y de queso!

―Esta lechuga verde le da un toque tan especial ―añade Betty.

Las tres mujeres, calladas, se quedan frente a la imagen durante un rato. Ahora Nereida está satisfecha. Ya tiene resuelto el problema del desayuno. Cada mañana, al entrar, puede ponerse aquí y contemplar este bocadillo hermoso durante el tiempo que sea, sin racionamiento ni límites. ¿Qué mejor comienzo del día que este?

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