XXII
CONCURSO DE NARRATIVA CORTA
“REAL VILLA DE GUARDAMAR”, 2017
MODALIDAD:
AUTOR LOCAL
GANADORA: GALINA ÁLVAREZ
Galina Álvarez es de origen ruso y nacionalidad sueca y ha
vivido en cuatro países: Rusia, Cuba, Suecia y España. Actualmente reside con
carácter permanente en Guardamar del Segura, Alicante. Es ingeniera química
jubilada.
Siempre se ha interesado por los idiomas y la palabra
escrita. Habla libremente cuatro lenguas: ruso, español, sueco e inglés. Ha
publicado cuentos y artículos en los periódicos y revistas de diferentes
países: Rusia, Suecia, Chile, Alemania y España. Es autora del libro de cuentos
para adultos Prefiero que me pongan a
volar y del libro de cuentos para niños Aventuras
de una estrella perdida, con el que ha obtenido el premio convocado por la
editorial Circulo Rojo al mejor libro infantil. Ha participado en varios talleres de creación literaria y
actualmente es miembro de la Tertulia literaria de Guardamar del Segura.
En la edición de 2016 de este concurso también obtuvo el
premio de Mejor Relato de Autor Local con la obra titulada El cumpleaños.
El desayuno
Corre el año 1992
y el llamado “Período especial en tiempos de paz” azota, como una plaga, a la
pobre isla de Cuba. En medio de sus penurias y vicisitudes, Nereida Martínez se
reconcome y sufre. Está en su puesto de trabajo en una fábrica de producción de
papel, sumida en reflexiones sobre la vida y susdilemas.
Todavía falta una
hora para almorzar. Nereida trata de no pensar en ello. Quiere concentrarse en
el trabajo; pero no puede.Su estómago, poseído por el hambre, no la deja distraerse.
Tampoco la tareaque está haciendo la ayudaa olvidarse de sus tripas vacías. Si
hiciera algo interesante, quizás… Pero loque ella realizano podría inspirar a nadie;ya
que no hay cosa más tediosa en el mundo del laboratorio que hacer un inventarioen
un almacén de productos químicos.Uno a uno, Nereida saca los polvorientos frascos
de reactivos y,fijándose en la fecha de caducidad, pasa lista. Los caducadosse
apartan para enviarlos a la destrucción. Y los buenosse ponende nuevo en su sitio,hasta
que caduquen un día de estos. Es poco probable que se gasten: la fábrica lleva parada
dos años, desde que empezó el período especial con su escasez total,sin
petróleo ni materia prima. Entre los trabajadores hayrumores de quemuy prontose
va a firmar un contrato con unaempresa sueca, para una producción de un volumen
reducido.Debe de tratarse dealgunos suecos extravagantes que simpatizan con el
gobierno y quieren brindarle su apoyo.Eso todavía sucede, aunque cada vez menos.
Pero poca gentecree que ese contrato hipotético se firme alguna vez. ¿Será
posible que en aquel país existancapitalistaslo suficientemente locos como para
producir un poco de papel cartucho en una fábrica en paro,en la isla deCuba, tan
alejada de su país? Tendrán industria propia;seguramente, más moderna y eficiente
que la cubana. Sin embargo, analizandolos tortuosos rumbos de la vida,muchas
cosas ocurren sin razón aparente. Y ellos, los trabajadores, necesitan tener
una esperanza. La esperanza de arrancar las máquinas y escuchar el ruido de los
talleres. Porque el ruido en estas paredes significa vida;mientraselsilencio es
la muerte. Esta fábrica, realmente, parece estar en coma.Sumergida en un letargo,
con la maquinariaparalizada,con grandes almacenes donde no quedan ni cucarachas,
la empresa recuerda una ciudad abandonada en vísperas de una catástrofe. Sólo hay
que ver el laboratorio:las mesetas vacías, los equipos cubiertos con fundas y
los reactivos químicos sin abrir.
¿Qué hora será? se
pregunta Nereida y mira el reloj. ¡Caramba! ¡Ya es la una!Es tiempodeque abran
el comedor. Sale apresurada del almacén yexclama:
―¡Chicas, la hora
del almuerzo!
Con un rechinado
de patas metálicas de las sillas contra el piso, Matilde y Betty se ponen de
pie y se dan prisa para salir: hay que marcar en la cola para entrar entre los
primeros.
Cinco minutos
decamino bajo el sol del mediodía le parecen a Nereida unsuplicio. Frente a la
puerta de la entrada hay una muchedumbre.
―¡No lo puedo
creer! ―exclama Betty― ¡Está cerrado todavía!
Nereidamaldice al
comedor, a la revolución y a su maldita vida, todo eso sin pronunciar una
palabra. Tiene un hambre tan atroz que le duele hasta el pecho, no sólo las
tripas. Cree que se va a desmayar si no come algo inmediatamente. Desde que se levantó
por la mañana, sólo ha tomado agua y una pequeña taza de café. El pan,como
siempre, se había acabado la tarde anterior. No puedoseguir así, día tras día, se
reprocha de nuevo, hay que buscar otra cosa para la merienda deJorgito. Y dejar
el pan para el desayuno de los dos; no se debe ir al trabajo sin echarse nada a
la boca. Pero ¿cómo va a decirle a su hijo de diez años, siempre hambriento,
que hay que tener más disciplina para comer? Recuerda los ojos ávidos del niño
en el momento de regresar ella de la tienda conlos dos panecillos en las manos,
uno para cada uno, que les tocan por la libreta. No tiene corazón paranegarle
una meriendaa Jorgito después de sus clases; por eso,en cuanto entra por la
puerta, le ofrece uno. El otro, lo guarda para su desayuno, quedándose ella
misma sin comer nada por la mañana.Un muchacho en pleno crecimiento no puede ir
al colegio con el estómago vacío.
La gente frente a
la entrada está muy animada, a pesar del retraso con el almuerzo. Todos están
mirando unos impresos muy llamativos. ¡Qué milagro! En la fábrica, no sólo en
la fábrica, en todo el pueblohace tiempo que no hay papel de ningún tipo, ni
para ir al baño. Los periódicos apenas circulan. Son pequeñosy amarillentos, de
muy mala calidad; pero resuelven mucho. La gente los corta en pequeños trozos y
los pone en el servicio para las visitas. Curiosa, Nereida se acerca a un joven
conocido que trabaja en el almacén de materia prima. Este tiene en las manos una
revista que pareceextranjera y la inspeccionacon mucha atención.
―Oye,¿qué es eso?
―intervieneNereida―. ¿Qué son todos esos folletos?
―Es la materia
prima queacaba de llegar de Suecia ―explica él alegremente―. ¿A que no sabes
nada? ¡Resulta que el contrato con los suecos se firmó! Hoy ha llegado del
puerto el primer camión conel material para procesar; la gente lo vio y ha
podido robarvariospaquetesde revistas.Pero los custodios se dieron cuenta y
cerraron el almacén.
―¡No me digas!
¿Será verdad lo del contrato?
―Tan verdad como
estas revistas que ves. Son tan hermosas que me da pena que las destruyan. En
mi vida he visto nada tan bonito ―dice el chico alegremente y le ofreceunas hojas
lustrosas―: ¡Mira esto!
Nereidaobserva la foto
en colores y se llena de admiración. Una bola entera de jamón cocido, cortada
en trozos por un costado, con su mostaza y perejilde adorno, muestra las carnes
rosadas y jugosas. A la derecha la imagen llevaunas letras raras y un número impreso.
Debe de ser el precio. Nereidase da cuenta de que se trata de un folleto
comercial y lo sigue inspeccionando. Más abajo en la misma páginahay otra
imagen, esta vez se muestra unagrancuña de queso con unos agujeros muy apetitosos
en la masa dorada, igualitos que en las películas de Mickey Mouse. Sin poder apartar
la vista del folleto, Nereida vuelve la hoja y quedarealmente deslumbrada;una fotogrande
a pleno color ocupa dos páginas enteras. El protagonista de esta maravilla es un
pan blancode tamaño natural.Una baguette cortadaal medio y convertida en un suculento
bocadillo. Sobre el frescor de las hojas delechuga reposan, unos encima de
otros,múltiples trozos de jamón, el mismo jamón cocido de la página anterior. Y
para rematar, encima deestese acomodanvarias lonchas de queso, unas lonchas
finas pero abundantes. El pan se ve fresco y crujiente, un pan que no se ha
visto por allí en muchos años. Incapaz de vencer la tentación, Nereida le
pregunta al joven:
―¿Podrías dejarme
el folleto?
―Claro―acepta
solícito―. Quédate con este, tengo más en el cajónde mi mesa. Pude aprovechar
para coger unos cuantos.―Después, baja la voz y añade en tono confidencial―:
Los hay hasta pornográficos. Hay unos tipos tan listos, que loscogieron para vender
en el pueblo. ―Y agrega aún más bajito, demostrándole confianza total―: Se los
compran hasta en dólares.
―A mí no me
interesa eso ―se ríe Nereida y guarda el folleto con mucho cuidado, no lo
quiere estropear. En ese momento se acerca Matilde.
―Ya abrieron ―comunicasatisfecha―.
Dicen que se les había roto la hornilla. Tuvieron que cocinar con leña, por eso
se handemorado.
La cola del
comedor se anima. La gente va sacando sus tarjetas para marcar el consumo y se
dirige a la cantina para recoger las bandejas con los alimentos servidos.
Nereida recibe su ración
y la observa con tristeza: un plátano verde hervido, un poco de caldo apestoso,
debe de estar hecho conlas vísceras de cerdo, y un poco de mermelada de
repollo. Ayer la hicieron de berenjena. Como no hay frutas, las sustituyen con verduras.
¡Los cocineros tienen tanta imaginación! En este país surrealista pueden faltar
muchas cosas, pero la imaginación, jamás, piensa Nereida.Su hambre ya ha
llegado a tal puntoque ella no aguanta más espera y toma rápidamente el caldo, pues
necesita echarsealgo caliente en el estómago.El cocido está asqueroso, con una
peste a podrido que es difícil de soportar; pero, tratando no aspirar los
vapores, Nereida se lo toma todo con la ayuda de una cuchara de aluminio mal
lavada. Matilde también lo hace, pero Betty no. Dice que le provoca náuseas.
¿No estará embarazada? Es que no se puede despreciar la comida, ni siquiera una
tan repugnante. Ahora le llega el turno al plátano. Nereida lo mastica con
avidez.La fruta es verde y dura;hervida, no sabe a nada, pero a ella no le
importa. Necesita algo para masticar y tragar; de otra manera, cree que se muere.
El plátano desaparece de la bandeja en dos minutos. Pero su estómago sigue
igual, exigiendo a gritos más alimento. Tendrá que aguantar hasta la hora de
comer en casa. La única y modesta comida del día que Nereida puede preparar para
ella y para su hijo con las escasas viandas que se consiguen.
Por fin llega el
turno del postre. Nereida lo prueba, pero no puede seguir. ¡Qué asco, Dios mío!
¿A quién se le ocurre mezclarel repollo con el azúcar? ¡Qué fantasíatanretorcida!En
esta ocasión a los cocineros se les fue la mano. Mejor hubieran dejado el
repollo sin cocinar, como una ensalada. No, ella no puede comer estaporquería. Si
la come, vomita. Terminado el almuerzo, Nereida mira alrededor. En el local del
comedor hay mucha animación;todo el mundo habla sobre el contrato sueco y la
materia primarecién llegada. La gente pasa las publicaciones de mano en mano y
las mira con fascinación.
―¡Mira, macho, qué
clase de salchichón! ―comenta un obrero en la mesa vecina.
―¡Québistec tan
grande, alabado sea Dios―se oye por otro lado―, y con la cebolla frita!
Hace tiempo que Nereida no había visto a la
gente tan alborozada.
Al regresar al
laboratorio, ella saca el folleto del bolsillo de su blusa y lo abre con
cuidado. Retira las grapas y libera la fotografía grande que muestra el bocadillo.
―¡Vamos a colgarla
en la pared! ―propone ella a sus compañeras. Después la fija bien con unas
tachuelas.
Las muchachas,
embelesadas, contemplan el cuadro.
―Es la foto más hermosa
que he visto jamás ―señala Matilde.
―Yo también ―afirma
Betty―. Si soy sincera, no solo la foto. Nunca he visto un bocadillo verdadero tan
grande y tan apetitoso.
―Fíjate bien,
¡cuántos trozos de jamón tiene! ―exclama Matilde― ¡Y de queso!
―Esta lechuga
verde le da un toque tan especial ―añade Betty.
Las tres mujeres,
calladas, se quedan frente a la imagen durante un rato. Ahora Nereida está satisfecha.
Ya tiene resuelto el problema del desayuno. Cada mañana, al entrar, puede ponerse
aquí y contemplar este bocadillo hermoso durante el tiempo que sea, sin
racionamiento ni límites. ¿Qué mejor comienzo del día que este?
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