MODALIDAD:
RELATOS DE TEMÁTICA LIBRE DE AUTOR LOCAL
GANADOR:
J. MANUEL SÁNCHEZ MACHOTA
TÍTULO: TECNOLOGÍA MADE IN SPAIN
J.
Manuel Sánchez Machota nace en Madrid en 1956. Estudió Magisterio en la Escuela
Universitaria Santísima Trinidad de Madrid, perteneciente a la Universidad
Complutense. Su vida laboral le ha llevado lejos de las aulas puesto que
ingresó en 1979 en la primera promoción
de la Policía Nacional. Sus destinos le han llevado por muchas ciudades
españolas: San Sebastián de los Reyes, Madrid, Barcelona, Getafe y finalmente
Elche. Con ocasión de este traslado se afinca en nuestra localidad, donde
reside en la actualidad.
Es
2021 se jubiló y es cuando tiene tiempo para dedicarse al mundo de las letras.
En la actualidad también es voluntario y vocal de la Asamblea local de Cruz Roja Guardamar y mimbro de la Tertulia
Literaria de Guardamar.
Tecnología made in Spain
Manuel
Lechuga Zarrías fue un inspector del Cuerpo Nacional de Policía que en los años
70 ingresó en lo que entonces se denominaba el Cuerpo General de Policía y que
más tarde cambió su nombre por el de Cuerpo Superior a finales del año
1978, los famosos “chapas” de la época
de la transición, para terminar unificados con la policía uniformada en marzo
de 1986. Total, que sin cambiar de trabajo pasó por tres cuerpos diferentes sin
quererlo ni pedirlo.
Nuestro
protagonista era natural de Cádiz, “la tacita de plata”, que algunos estudiosos
dicen que tomó ese nombre de la forma que tiene la ciudad y de que las casas
estaban encaladas para reflejar el sol y refulgían como la plata. Si no es este
el origen, tampoco nos importa para la historieta que vamos a contar.
Este
personaje estudió telecomunicaciones, pero a él lo que le gustaba era hacerse
policía como lo fue su tío Rufino, hermano de su madre, y por el que profesaba
una admiración tremenda. También tenía una pasión que le venía no solo de la
familia, sino también del barrio y de la ciudad, consistente en ser un
componente de una chirigota llamada “Los equilibristas del alambre”, donde se
ponía en solfa con escarnio cualquier acontecimiento nacional e incluso
internacional.
Cuando
le llegó la edad se incorporó al ejército para hacer la famosa “mili”, no
teniendo que desplazarse mucho pues le correspondió La Marina y el Cuartel de
Instrucción de Marinería estaba ubicado en la localidad próxima de San
Fernando. Allí y en su patio central dio más vueltas al cabestrante desfilando
que un cura loco barriendo, que diría mi padre, explanada que con el tiempo se
hizo famosa cuando el actor Alfredo Landa recreó a un marinero en la película Cateto a Babor.
Una
vez acabada la mili y varios concursos fallidos de ganar con su chirigota en el
Teatro Falla de su ciudad natal, tomó la decisión de ingresar en la “Policía”,
aprobando la oposición y trasladándose a Madrid donde le formaron para luego
destinarlo a una comisaría de distrito de la capital del reino.
Cuando
se creó la comisaría local de Torrejón de Ardoz se fue allí, pues se había
comprado en ese pueblo un piso a bajo precio, quizás debido a que en aquella
época tenían mucho ruido ambiental, por causa de los vuelos de los aviones caza
procedentes de la base americana en esa localidad.
Bueno,
pues ya estamos ubicados en la ciudad donde se dio la historia que vamos a
contar y donde nuestro héroe fue el protagonista, y todo debido a lo guasón que
era. Por cierto los compañeros le conocían por el nombre de “pixa”, por su
manía de llamar a los conocidos y no conocidos por este apelativo.
Ahora
pasamos a ubicarnos en el tiempo, quizás en el último trimestre del año 1978,
aunque este dato no puedo aseverarlo con certeza, pero año arriba o abajo por
esa época, y también que era después del verano. Quiero recordar, si no me
falla la memoria, que tuvo lugar antes de la fiesta del patrón de la policía,
por tanto antes del 2 octubre.
Tenemos
que tener presenta también otras cuestiones, por ejemplo, que en aquella época
los americanos estaban desarrollando el Global
Positioning System, o lo que es lo mismo, el archifamosísimo GPS que hoy
todos conocemos. Por supuesto a los teléfonos móviles les quedaban años para
ser utilizados en nuestro país, y de Internet mejor no hablamos. Las
comunicaciones que realizaban los coches policiales con su base estaban casi en
mantillas. Era una cosa impensable que un funcionario policial pudiera desde su
vehículo consultar la matrícula de un coche, o saber los antecedentes de una
persona in situ. Se hacía todo desde
la base, e incluso para hacer el señalamiento del robo de un vehículo debían
mandar la matrícula al servicio de Informática, y quizás con suerte constaba al
día siguiente como sustraído dicho automóvil.
Pues
ya tenemos las bases de la historia, y sin recrearnos más en los antecedentes
pasaremos a contaros este dislate que al final no fue uno sino dos, y que
nuestro héroe con su guasa dejó a los americanos con la boca abierta. Por
supuesto no tuvo mala intención, y además no creo se parase mucho a pensar en
las posibles consecuencias que hubieran deparado sus aseveraciones.
Por
cierto, esta historia puede que la hayan contado otros anteriormente cambiando
lugares e incluso personajes, pero os aseguro que ésta es la real y verdadera,
por mucho que os asombre al conocerla. Y sin más dilaciones pasemos a narrar
nuestro cuento.
Estando
una noche de servicio Manuel, “El Pixa”, como inspector de guardia de la
comisaría, llegó el cabo primero de la Policía Nacional, o quizás fuera por esa
época Policía Armada, ya os digo que no tengo muy claras las fechas del
acontecimiento, y que estaba a su vez al mando del vehículo policial de los
llamados “Z”, los conocidos por el vulgo como “lecheras”, debido a su color blanco. Le comunicó que en las proximidades de la
estación de RENFE habían observado un vehículo americano de grandes dimensiones,
comparado con los Seat, Mini-Austin, Renault y Citröen, que circulaban por
nuestras carreteras. El vehículo estaba abierto, pero eso no era raro, pues los
ladrones los abrían con suma facilidad, y por otro lado no tenía signos de
haber sido revuelto su interior ni nada por el estilo.
También
podía darse el caso que su dueño se encontrase muy perjudicado, es decir,
borracho como una cuba, y lo hubiera
dejado allí para retirarlo al día siguiente.
Consultadas
las matrículas de coches sustraídos no figuraba la del “carro”, nunca mejor
dicho por ser americano.
——Cabo,
déjame la matrícula y ya se verá ——le
dijo Manuel al funcionario del cuerpo auxiliar, y apuntando la matrícula en un
papel que dejó sobre una mesa del interior de la oficina. Se preparó para pasar
lo mejor posible lo que quedaba de la noche. No era el caso de ponerse a llamar
a una grúa y trasladar el coche hasta el depósito municipal, y más, como he
dicho anteriormente, en la localidad era frecuente que los militares americanos
se emborracharan bebiendose hasta el agua de los floreros, y luego dejaran sus
coches donde mejor les parecía, y al día siguiente los rescataban. Eso sí, si
eran capaces de recordar donde lo habían abandonado.
Una
hora después, aproximadamente, se presentaron en la comisaría un coronel de las
fuerzas aéreas americanas con otro compatriota que hablaba aceptablemente el
español, cosa en la que el militar era menos hábil, aunque se defendía
relativamente bien. Expusieron que al coronel le habían robado de la puerta de
su casa el coche de su propiedad de una marca americana, la cual no recuerdo
ahora, pero posiblemente un Chevrolet, y de la matrícula la recuerdo menos todavía.
——Deme
la matrícula, si hace el favor ——le
solicitó el policía.
Una
vez que se la dieron les pidió que esperasen un momento y se introdujo en el
interior de la oficina, comprobando que efectivamente se trataba del coche que
había localizado el cabo, y saliendo les dijo que se pasaran por las cercanías
de la estación de trenes y que posiblemente estaba en este lugar su coche.
También
les indicó que si realmente estaba el vehículo en ese lugar se pasaran más tarde
a poner la denuncia de la sustracción, pero sin prisas.
Así
lo hicieron el militar y su acompañante y encontraron el vehículo tal como se
lo dijeron, pero como no tenía grandes daños se lo llevaron y no hicieron la
denuncia, si bien el coronel se quedó intrigado de cómo la policía sabía dónde
podía encontrar el coche que le habían robado.
No
pudiendo refrenar su curiosidad, el coronel, que atendía por el nombre de
Martin Randall (mira por dónde el nombre sí es necesario saberlo para la
resolución del cuento, aunque la verdad me lo he inventado), llamó a la
comisaría, pero no quería darse a
conocer pues no pensaba ir otra vez a las dependencias policiales para hacer el
trámite de la recuperación y perder más tiempo, además de que le tendría que
acompañar su amigo y vecino para poderse entender mejor con los policías.
El
coronel, como digo, llamó a la comisaría y solicitó hablar con el inspector de
guardia que en esos momentos estaba arrullado en los brazos de Morfeo. La
llamada no le hizo saltar de alegría al inspector, pero sí de la improvisada
cama donde dormía Manuel, contestando de
mala gana.
——¿Quién
llama? —preguntó.
El
coronel en su mal español le contó que habían recuperado su coche, pero que no
deseaba interponer denuncia toda vez que estaba bien y no le habían hecho ni
siquiera el puente para arrancarlo.
Manuel
pensó que por una parte mejor, pues era
un delito menos a contabilizar, y le expresó que estaban a su disposición para
cualquier otra cosa que necesitasen.
Antes
de despedirse, el coronel le preguntó por el artilugio o método para conseguir
saber dónde buscar las cosas desaparecidas, y fue ahí donde le salió la vena
chirigotera a Manuel.
——¡Ah,
eso!, pues por la máquina que tenemos de buscar coche robados, sencillamente,
la policía española dispone de una máquina de buscar coches robados ———recalcó
despreocupadamente——. ¡Patente española ciento por
ciento!
El
militar, que había trabajado en programas del GPS se quedó anonadado, pues no
podía ser que un país tan por debajo en tecnología como era el nuestro, y con
falta de satélites de localización, hubiese desarrollado antes que ellos, los
americanos, un método de búsqueda. Se despidió y le propuso hablar del tema
otro día si no le importaba, a lo que el gaditano con su gracejo le dijo que
sin problemas.
Hemos
de decir que Manuel tenía un pequeño taller donde se dedicaba a arreglar aparatos
electrodomésticos y así de paso sacarse un sobresueldo, por lo que a la mañana
siguiente no tuvo reparos en ir a trabajar un poco, pues la noche, quitando el
incidente del coche de los americanos, había sido plácida y había podido
descansar e incluso dormir sin grandes problemas. Mientras manipulaba cafeteras
y transistores recordaba la broma que le había hecho al americano y él solo se
desternillaba de risa.
Un
par de días después se presentó en su local el yanqui, y le sondeó sobre la
tecnología que representaba la máquina de buscar coches, a lo que Manuel, con
sus conocimientos de telecomunicaciones, le dio unos conceptos generales sin
pillarse demasiado los dedos. Eso sí, le recalcó que estaba basado en otro
método distinto del seguimiento por satélite y que era un invento español.
El
americano con su spanglish no captaba muy bien los conceptos pero le insinuó
que Estados Unidos podría ser muy generoso en cualquier aspecto si consiguiera
saber algo más de la máquina, y nuevamente la vena chirigotera de nuestro héroe
le hizo seguir la broma.
——Bien,
no creo que haya ningún problema en pasarle unos planos o croquis de sus
componentes, pues al fin y al cabo somos países aliados, pero yo no quiero nada
para mí, me conformo con que nos envíen un donativo para la celebración del día
del patrón, para ya sabe, compra de embutidos, vino, etc. ——le contestó el
guasón.
El
militar convino en llamarle en otra ocasión para quedar en un sitio discreto y
hacer el intercambio de los croquis de los componentes por una cantidad
suficiente para que los policías celebrasen por todo lo alto el día del patrón.
El
chirigotero no salía de su asombro y no sabía si seguir la broma o qué, por eso
quiso indagar un poco más y solicitó el registro de las personas que estuvieron
aquella noche del incidente en la comisaría, comprobando que el americano se
llamaba Martin Randall (ya os he dicho que es un nombre supuesto).
Tomó
unas fotos de una vieja radio e hizo con sus conocimientos unos planos del
funcionamiento de un transistor.
Días
después, estando de servicio y siendo media tarde recibió la llamada del
americano y cuando Manuel le solicitó el nombre a su interlocutor éste no quiso
dar su verdadera identidad, y se inventó uno al azar, dijo llamarse Mr. Steve y
de apellido McQueen.
Bueno,
bueno, lo que le faltaba, el americano era también un cachondo o le quería
tomar el pelo, le había dado el nombre de un actor muy conocido por aquellos
años, y puestos a jugar juguemos, pensó.
Nuestro
protagonista sabía, como digo, quién le llamaba y guasonamente le dijo ——Vamos
a ver, aquí tenemos un sistema de identificación por voz y me dice que está
llamando el señor Martin Randall.
El
coronel se quedó de una piedra, primero saben localizar su coche y después
saben quién les llama por la voz, eso no podía ser.
Manuel
sigue con la broma y le dice: ——diga ¡A! varias veces
para ratificar la identificación.
El
americano desconcertado comienza a decir ¡AAAAAAAAAAAA!
——Efectivamente,
usted no es Steve McQueen, usted es Martin Randall.
——No,
su máquina se equivoca, señor ——balbuceaba
el americano.
——Bueno,
pues hagamos una nueva prueba, ahora diga ¡E! varias veces.
Nuevamente
el americano repite ¡EEEEEEEEEEEEEEEE!
—— Pues
el sistema nos dice que usted es Martin Randall y no Steve McQueen.
El
silencio se hizo patente y en vista de que el interlocutor americano no hablaba
y casi podía oír los engranajes de su cabeza pensando, le conminó a que se
vieran dos días después, a media tarde, en el “Parque de los patos”, lugar muy
frecuentado por los vecinos de la localidad, donde procederían a hacer el intercambio del
dinero por los planos de la máquina de buscar cosas.
Pasados
dos días se presentaron en el lugar los dos protagonistas de la historia, y
como en las películas de espías hicieron el intercambio del sobre del dinero
por otro con la fotografía y los dibujos de los circuitos de un transistor, los
dos sentados en un banco mirando el lago de los patos y casi sin mirarse.
Antes
de marcharse del lugar, el estadounidense le insinuó que si podía ser que días
más tarde le pasara también los planos del sistema de identificación por voz, a
lo que nuestro compatriota se negó en redondo, y levantándose se alejó del
lugar sin mirar ni una sola vez atrás y con ademán airado dijo ——¡¿Pero qué se
piensan que soy un espía?!
En
comisaría “el Pixa” dijo que había conseguido el dinero para la celebración del
patrón que tendría lugar pocos días después, y dejó escapar someramente la forma en la que
había conseguido la financiación. Así fue, la celebración supuso la mejor de
todos los años y donde se degustó junto al queso manchego, el mejor jamón pata
negra del país, y todo acompañado, o como diría el otro, regado con los mejores
caldos de La Rioja y de Jerez. También en los discursos hubo alusión a lo
generosos que habían sido los americanos de la base aérea con su donativo para
la celebración.
Con
respecto a lo ocurrido en la parte americana no lo sabemos, posiblemente
montarían un buen transistor con los planos, pero no serían capaces de
encontrar con él ningún automóvil sustraído. También decir, por lo que cuentan
las crónicas, que no se quedaron de manos cruzadas, pues un buen día llegó al
comisario una carta de la Dirección General de la Policía en la que solicitaban
aclararan en qué consistía eso de una máquina de buscar coches robados. Petición
de la Embajada de Estados Unidos y que también estaba interesado en ello el
Ministerio de Asuntos Exteriores.
El
comisario, que conocía de oídas la historia, dijo entonces: ——¡Llamad a Manuel,
“el Pixa”, que le voy a cortar los
cojo...!
No
han llegado hasta mis oídos las explicaciones que se dieron al respecto, ni si
a Manuel lo tildaron de héroe por el engaño y lo ascendieron de categoría, o
por el contrario, que sería lo más fácil, terminó en un puesto fronterizo de
los Pirineos, como es Camprodón, por ejemplo, perteneciente a la provincia de Girona.
El
caso es que se había reído del país más poderoso de la Tierra en aquellos
momentos. Bueno, su intención fue solo
hacer una broma a un militar americano, y el hecho que al final trascendió terminó
siendo tema de chirigota, llevando el nombre, como no podía ser de otra forma,
de “La máquina de buscar coches robados”,
consiguiendo un meritorio tercer premio en el concurso del Teatro Falla de
Cádiz.
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