martes, 15 de octubre de 2024

XXIX CONCURSO DE NARRATIVA CORTA REAL VILLA DE GUARDAMAR 2024


MODALIDAD: RELATOS DE TEMÀTICA DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES ENTRE MUJERES Y HOMBRES


GANADOR: ISABEL GARCÍA VIÑAO

TÍTULO: PRIMERA VENTANA, SEGUNDA, TERCERA, CUARTA Y ACTO.

 

       

                  PRIMERA VENTANA

Se abre la ventana. Corre el año 1950. Los visillos de ganchillo ondean ligeramente con el viento. Los guisos humean en cacerolas de porcelana granate en la cocina de leña. La radio está enchufada. Suena “Acércate más” de Luis Mariano. Las sillas son de anea. Algunas de las trenzas de los juncos de la anea están deshilachadas porque los gatos se afilan las uñas. Hay dos sillones, también tejidos con las hojas de esta planta, que son utilizados por los dos patriarcas para reposar la comida. Salen los efluvios de un intenso olor a cocido. Los comensales van llegando y se acomodan en su lugar habitual. Son siete. Los dos suegros de Aurora que están delicados de salud y ella es la encargada de cuidarlos; su marido, un hombre rudo que no reconoce ni valora las faenas de su mujer; los tres primeros hijos, las dos más pequeñas son gemelas y no se sientan a la mesa porque todavía gatean; y Aurora que es la actriz principal del reparto por ser la que se mueve en el escenario, la que no para, a la que todos los comensales reclaman para que les preste sus servicios.

               PRIMER ACTO Y ÚNICO

 

El día es soleado y diáfano: no se ve ni una sola mota de polvo que lo enturbie. A  Aurora le gusta abrir la ventana de par en par a buena hora para ver las flores del jardín y que el olor a hierba recién cortada inunde la casa. Nuestra primera protagonista tiene treinta y cinco años pero viste con riguroso luto por el dolor que le causó el fallecimiento de su abuela –de esto hace casi dos años–. Ha cortado en tajadas sobre un mantel blanco la gran hogaza de pan que ella elabora y cuece en un horno de la casa. Las migajas las echa al alfeizar de la ventana y mira a los petirrojos y gorriones que acuden a picotearlas. Durante la comida no tiene un rato de sosiego, pues, cada dos por tres, se tiene que levantar para buscar algún puchero o para rellenar el porrón con vino encubado o la jarra con agua o…  Antes le echaba una mano su suegra, pero, debido a su frágil salud, se acabó su ayuda. Reparte los alimentos siempre en el mismo orden: primero sirve a su suegro, luego, a su esposo, a la suegra, a los hijos. A su plato, la comida llega en último lugar y los pedazos con más huesos. Está totalmente claro que se trata de una familia patriarcal. Nada más acabar de comer, todos van desapareciendo de la visión de la ventana. Bueno, todos, no. Su marido se repantinga en uno de los sillones de anea. En este momento se estaba produciendo la mezcolanza de varios sonidos: una canción de Rafael Farina, los ronquidos de su marido y los ruidos de fregar la vajilla. A Aurora, aunque le gusta mucho la canción de Farina, “Por Dios, que me vuelvo loco”, baja el volumen de la radio, pues sabe que, si su marido se despierta, le espera una reprimenda. Por ello, friega intentando no hacer ruidos porque varias veces ha escuchado: “¿Es que no puedes dejar el fregoteo para cuando me despierte o qué? No me dejas tranquilo ni este rato”. Y Aurora sabe que esa, justamente esa, es la hora de hacer la faena porque los minutos de la jornada los tiene contados. Todos sus días se impregnan del olor de la costumbre: resultan ser lo mismo pero sin interrupción posible. Sus días son como si entre sus manos tuviese bolillos. Entreteje los hilos de las faenas cotidianas pero al día siguiente, en sus encajes, se vuelven a repetir las mismas cenefas. Igual es un día que otro, un festivo, todos los del año. Bueno, todos, todos, no. Los festivos va a misa con su mantilla negra y habla con otras mujeres del pueblo, por ello, esos días tienen un poquito de color. Por supuesto, hay circunstancias que surgen de pronto, por ejemplo, en el momento que Aurora está enjabonando la vajilla, las gemelas se acercan gateando, tiran de su saya y le reclaman la teta. Ella deja su faena y se acomoda en una de las sillas de anea. Sienta a las gemelas en cada una de sus piernas. Le cuesta sacar sus pechos entre sus vestimentas negras. Ellas lloran ansiosas. Les sonríe y cuando, después de mamar, se quedan adormecidas en sus pechos, las acuesta en su cama. Nuestra actriz se pierde de la escena un corto instante, en la que queda únicamente su marido que continúa durmiendo, que continua roncando. Duerme tan profundamente que un gato se ha acomodado en sus piernas y ni se ha enterado. Pero la protagonista principal regresa enseguida al plató de la ventana para aclarar la vajilla. Cuando finaliza, barre. Más tarde se arrodilla para fregar el suelo. A la fregona todavía le quedaban catorce años para que la inventase el señor Jalón, un mañico que debió pensar en  lo dura que era esta faena cotidiana de la mujer. Sus hijos mayores pisotean el suelo mojado antes de ir a la escuela. No le importa. Les sonríe. Son traviesos, están en la edad, cuanto más tiempo hagan travesuras, mejor. Luego ya les exigirá la vida, piensa. Más tarde, le echa agua limpia y alpiste al canario y este le gorjea contento y agradecido. Aurora se pierde del escenario, quizás descanse, lo tiene sobradamente merecido, pero…. Pero la puerta  principal de la casa se abre y sale con una azadilla para escardar las malas hierbas del huerto y airear la tierra. El sol se está ocultando cuando acaba de entrecavar los surcos. En todo este tiempo solamente se ha sentado una vez para dar de mamar a las gemelas que, hambrientas, se han despertado llorando. También ha tenido que entrar rápidamente en la casa ante el reclamo de su esposo: “Pero se puede saber dónde te has metido. ¿Pero es que todavía no me has preparado el café de puchero? ¿Será posible que se te olvide? ¡Y luego dicen que las mujeres están en todo! ¡Pues, anda, que esta mía!”. Las palabras le salen a borbotones. Su marido no es expresivo, solamente lo es cuando quiere transmitirle mensajes de este tipo a su esposa. Por fin cae la tarde y cierra la ventana. Los visillos impiden ver lo que ocurre dentro, pero no hace falta descorrerlos, las escenas son fáciles de imaginar. Más de lo mismo, la repetición de la costumbre: los pucheros, repartir la comida, estar pendiente de todos, fregar, barrer, limpiar los suelos… y lo más probable, porque nadie se habrá acordado, recoger al canario de la ventana. Ahora, por fin, llega la hora de coger el camino hacia la cama, su descanso más que merecido, pero, ¡ah!, tiene que recoger la ropa del tendedero, plancharla y prepararla para que sus hijos acudan limpios a la escuela. Y después… entonces sí. Bien pasada la media noche, dándole vueltas a su cabeza se acuesta y se adormece pensando en las cenefas del día siguiente. Aunque la ventana ya esté cerrada siempre tiene sus vistas. Sus vistas nítidas y bien definidas.

                                                

                                      SEGUNDA VENTANA

Se abre la segunda ventana. Es la misma que la primera pero con algunas reformas. Corre el año 1988. Los visillos de ganchillo también ondean con el viento. Siguen allí. Para Vanesa, la hija de Aurora, es un orgullo conservar lo que tejió su madre. En la cocinilla de placas eléctricas, la válvula de la olla a presión va liberando el vapor. La televisión está encendida. Salta la noticia de que del Titánic, (el transatlántico británico, después de haber sido encontrado en el fondo del océano, tras sesenta y seis años desde el naufragio al chocar contra un iceberg), se rescatan algunas existencias. Se produce un cambio de canal para ver algo más animado. Suenan las canciones de los 40 principales, entre ellas, “La puerta de Alcalá” de Ana Belén y de Víctor Manuel. Solamente hay tres cubiertos sobre la mesa: el del marido, el de la hija de ambos y el de Vanesa. Se sientan los comensales. Vanesa ya no va a ser la protagonista principal al cien por cien. El asunto del protagonismo comienza a ser interesante, aunque, en el reparto, ella cargue con bastante más del cincuenta por ciento que su marido. Pero es un avance a considerar. Son los primeros pasos de la paridad aunque sean todavía escasos y tambaleantes. Las escenas comienzan a ser más alentadoras, a elevar el ánimo en muchas almas porque estas no tienen género.

 

              PRIMER ACTO Y ÚNICO

 

En el cielo azul asoman algunas nubes subrepticias que acercan voces de mujeres con nuevos cantos y renovadas esperanzas, con un poquito más de ecuanimidad. Un cumulonimbo rechoncho anuncia que existen conferencias mundiales sobre la mujer que abogan por sus derechos, la superación de algunos obstáculos y la eliminación de discriminaciones… En definitiva, se intenta que se empiecen a abrir senderos con trazados de igualdad. Son nubes que poco a poco irán soltando sus gotas, aunque en algunos escenarios no se atrevan o lo hagan a cuentagotas. A Vanesa, como a su madre, le gusta ventilar la casa, abrir la ventana para ver el jardín y que entren nuevos aires: aires renovados. La hija de Aurora lleva un vistoso traje chaqueta masculino con patrones femeninos. Ella es una de aquellas gemelas que tantas veces estiraron de la saya de la madre para pedirle teta. Ha cumplidos treinta y nueve años y le encanta vivir en la casa de su infancia. Ahora es madre, y su hija, durante la comida, reniega. Arruga la cara por no gustarle la verdura. Pero mientras Vanesa come, su marido le va dando cucharadas a la pequeña. De pronto, el matrimonio fija su mirada en la pantalla de la televisión. Está hablando Rosa Conde, la portavoz del gobierno. Algunas mujeres empiezan a escalar montañas siendo que antes no se entendía que pudieran apoyar sus pies en las laderas para ascender. Quizás, piensa Vanesa en voz alta, esta portavoz y ministra pueda ir abriendo puertas a la mujer para que seamos más visibles y salgamos de la oscuridad. Sus pensamientos fluyen con palabras, en soliloquios, y su marido los escucha. Jorge le sirve una copa de vino para alargar la sobremesa. Brindan. El brindis de Vanesa es para que la mujer vaya surgiendo con luz de la penumbra. Con tantas cavilaciones, su mirada se ha perdido pero pasado un momento vuelve al blanco y negro de la pantalla. Ahora, las imágenes son sobre la Huelga General, pero, ¿qué pasa?, se pregunta. La señal de la televisión queda interrumpida. Apuran el último sorbo de vino. Mientras ella va fregando, su marido le acerca unos vasos que quedaban sobre la mesa. Llega la hora de desaparecer de la escena pero, antes, ella dobla unas ropas y deja dos montones sobre sendas sillas para colocarlas en los armarios cuando regrese. Ambos van a acostar a la niña. Jorge será el que esté al tanto de la pequeña por la tarde porque Vanesa tiene que acudir a su trabajo, a un taller de costura. Ahora sí que la ventana se ha quedado sin actores. Vanesa no tarda mucho en salir de la casa con su maletín de costura. Habrá que esperar… Sí, habrá que esperar y estar atenta para cuando sus personajes vuelvan a ocupar el espacio. Pero, al rato, ¡oh!, ¿¡qué ven mis ojos!? (Me permito escribir los dos signos de puntuación juntos por cuestionarme la sorpresa). ¡Ni que estuviese viendo a un ovni!  Es Jorge que recoge los dos montones de ropa que ha dejado su esposa. Ahora, mis ojos quedan de nuevo vacíos y mis oídos también. Durante tres horas reina el silencio que es interrumpido por el sonido del motor de un coche. Llega Vanesa. Elegante con el traje chaqueta hecho por ella pero con los ojos llorosos. Hace frío, mucho frío, pero el enrojecimiento de sus ojos no se debe a las bajas temperaturas. En su pensamiento reina la idea de que su marido le prepare leche caliente. Y así es. Mientras la toma, dialogan. Le cuenta que se ha encontrado con su gemela y que no está contenta en su trabajo. Leonor trabaja en las oficinas de una empresa privada con un compañero que ocupó el mismo puesto que ella pero diez años más tarde. Sin embargo, a él lo han ascendido de categoría haciendo las mismas tareas y en su nómina queda bien reflejado. La diferencia en las retribuciones es considerable. A esto no se le llamaría brecha salarial, se le llamaría brechón. El sufrimiento de su gemela no es en sí por la diferencia de sueldo si no por la injusticia que veja su dignidad y su autoestima. A Vanesa no le ocurre. Gana un humilde sueldo. En su trabajo de costura todos los puestos están ocupados por mujeres y en el taller reina la igualdad. Cuando le está contando todo esto, se nota que Jorge la comprende porque la abraza. Él es que cierra la ventana. Los visillos de ganchillo velan la escena pero, ¿qué más da? Siguen siendo un ambiente fácil de adivinar. En esta casa, casi cuarenta años después, sigue existiendo el olor de la costumbre: preparar la cena, -su marido es experto en tortilla de patatas y a veces es él quien se pone frente a la cocina -; Ruth, la hija del matrimonio, arruga su rostro también con la sopa que pacientemente se la va haciendo comer el padre, mientras Vanesa recoge la vajilla, friega, limpia las encimeras…Quizás, hoy, llegue a la cama más tarde que su marido porque tiene que poner los garbanzos a remojo y planchar unas ropitas de su hija. Quizás. Algunas noches se acuestan a la misma hora.

                     TERCERA VENTANA

Se abre la tercera ventana en la misma casa. Ahora se trata de un ventanal grande para que penetre la claridad del día. Comienza el año 2019. Los visillos de ganchillo están guardados como una reliquia. Los grandes cristales no son cubiertos con nada. Sobre la vitrocerámica hay una cacerola de vapor. A Ruth y a su compañero David les gusta cocinar a baja temperatura para que no se destruyan las vitaminas y los minerales. Un televisor Smart de gran calidad de imagen con pantalla curva está encendido. Un nuevo caso de violencia de género salta y mancha la pantalla. Esta vez, ha ocurrido en Zaragoza. ¡Es lamentable! ¡Es…! No hay palabras. El compañero de Ruth apaga rabioso el televisor. No soporta la violencia y no quiere que su pareja se entere. Enciende el equipo de música con altavoces estéreos. Sabe los gustos de su amada y quiere endulzarle el aperitivo que le ha preparado. Suena “La puerta violeta” de Rozalén. ¿Qué mejor para este momento? Es un himno contra la violencia de género. Quizás, piensa David, si esa mujer de Zaragoza hubiese dibujado una puerta violeta en la pared se hubiese liberado de ese hombre y desplegado la vela de su barco pero… Sus pensamientos quedan en suspenso cuando Ruth se acerca tarareando la misma canción. Al aperitivo también se apunta Ivana, la hija de la pareja, que alarga su mano para coger patatas fritas y olivas rellenas. En este plató se respiran aires de igualdad, un reparto alentador en paridad.

 

                PRIMER ACTO Y ÚNICO

 

El día es ventoso y sopla el ábrego. Acerca pentagramas con letras de canciones nuevas en pro de la igualdad entre hombre y mujer. Las ráfagas hacen hincapié en palabras que van creando estribillos. ¿Pero qué le ocurre hoy al viento? Es especial porque exhala sus propósitos hacia distintos rumbos. Al ábrego de dirección suroeste se unen soplidos del cierzo, del levante y del poniente, de la tramontana, del siroco… Son soplos que representan las voces de distintas comunidades autónomas de España en alianza, que predican la igualdad. Se trata de ráfagas valientes. No se parecen a las nubes en 1988, en la época de la madre de Ruth, que no se atrevían a soltar gotas en determinadas esferas. Ahora, estos aires son voces que predican nuevos mandamientos, con acento cántabro, castellano, aragonés, andaluz… ¡Ah, y también llega la brisa del mar de las islas! Ahora, la luna nace en la oscuridad al fulgor de las estrellas y el sol recorre los cielos contemplando rincones con menos sombras fragmentadas de la mujer por la desigualdad. Por la ventana se ve a Ruth alegre que reconoce lo injusto del pasado de su abuela, de sus tías, de su madre, y que con ilusión mira al frente con la cabeza alta. Ella tiene suerte en su trabajo pero aún quedan recovecos en los que la mujer debe emerger a la luz. ¡Aún quedan! ¡Cada día menos, pero los hay! Se asoma a la ventana con una sonrisa. Hoy tiene dos motivos para manifestar la alegría: su hija Ivana cumple dos años y sabe que los paisajes que verá serán mucho más abiertos, con más equidades que le reconocerán y le concederán la integridad, el derecho de ocupar cargos públicos, una remuneración justa e igualitaria…En definitiva, la eliminación de todas las formas de discriminación con la mujer que tantísimo daño hacen. Seguramente cuando su hija esté en la edad laboral no se llevaran a cabo ninguna exclusión basada en el sexo. El otro motivo es que hoy también han bajado las estrellas del firmamento a sus pies, pues la han elegido responsable de ventas en su empresa. Ella establecerá objetivos, motivará e incentivará a los vendedores, estará al tanto de las demandas para responder con la producción… En tiempos de su madre, y menos en tiempos de su abuela, las estrellas pocas veces saltaban a los pies de las mujeres. Ruth lleva la melena larga y suelta, las rachas de viento alteradas la despeinan y su cara resulta más desenfadada y aniñada. Lleva un pantalón vaquero roto por diversos sitios (si lo viera su abuela lo remendaría como tantas veces hizo en los pantalones de sus hijos para que pasaban de hermanos mayores a pequeños), y un top de tirantes ajustado sobre una amplia camisa. Tanto por el cumpleaños de Ivana como por el ascenso laboral, su compañero le tiene preparado un aperitivo. ¡Ah, y también la comida! Todo a gusto de Ruth. En ella la dignidad está intacta y su autoestima bulle con el nuevo cargo igual que cuando asciende el champán al descorchar una botella previamente agitada. La mujer de nuestro tiempo está fulgurante y muestra felicidad. El sonido de los altavoces estéreos sale por la ventana. Ahora, en concreto, se escucha “Ella” de Bebe. Una “ella” que cansada de llorar decide apostar por su vida. Ruth la tararea. También David. Son soplos de vientos que sueltan palabras: “Hoy vas a reír porque tus ojos se han cansado de ver llanto… Hoy vas a mirar “pa lante”…Hoy vas a conquistar el cielo sin mirar lo alto que queda…Hoy…” A decir por la expresión de sus caras, tanto el aperitivo como la comida están suculentos. Hablan, ríen, brindan, beben. Brindan, beben, ríen, hablan. Pero el tiempo les apremia. El gran ventanal me enseña que los dos se ponen delantales. En el de David hay dos bordados: en letras grandes “ÉL” y una cara de gatita con lazo rosa. El de Ruth dice “ELLA” y como adorno lleva un gato con corbata. ¡Qué originales!, pienso. Ambos intentan compartir todo en la vida, incluidas las faenas al cincuenta por ciento. Aunque hoy es un día especial y David le quita el delantal a Ruth y la hace permanecer sentada. Solo hay una cosa con la que no puede David: planchar. No tiene maña en las costuras y la raya en los pantalones le sale torcida. Pero, al menos, lo intenta y espera mejorar. Ivana, la pequeña, a los nueve meses, comenzó en la guardería y es sumamente sociable. Llega la hora de ocupar cada uno su puesto. La escena se queda sin personajes. El gran ventanal recibirá a sus actores al atardecer. Un ocaso en el que el sol será testigo de nuevas vistas, y, la luna, en la noche, verá cómo brillan las estrellas. ¡Ay, ay, ay! ¡Ay lo que pueden conseguir las alianzas de los vientos!

     

   CUARTA VENTANA (SUPUESTA)

¿Se abrirá este ventanal grande en 2050? ¡Ojalá! Aunque lo más probable no esté para contarlo. No obstante se pueden hacer suposiciones. El sol dará mucho calor y las nubes tan apenas soltarán gotas. Un robot preparará la comida mientras Ivana manejará una computadora que será capaz de conocerla mejor que nadie: su ánimo, su alma, su corazón. Será multifacética con derechos indiscutibles, con gran capacidad de decisión pues las luchas de nuestro pasado nos permitirán recoger los frutos a capazos. Quizás Ivana tarareará canciones con ritmo irreconocible y con nuevos instrumentos. Tal vez acudirá a su trabajo con un coche que se manejará solo. Ya no habrá luchas para la igualdad entre hombres y mujeres. ¡Eso quedará ya lejos! Si acaso las batallas se realizarán contra la inteligencia artificial que se va originando con nuevas tecnologías. Quizás estas sean las luchas. Otras luchas. Por supuesto, bien distintas. Luchas para esos tiempos.

 

                                           Seudónimo: Ángeles de todo tiempo.

 

 

 

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