"CON LOS OJOS DEL ALMA"
ÁNGELES-REYES GONZÁLEZ GARCÍA: AUTOR LOCAL
Ángeles-Reyes
González García, nació en Madrid pero es Guardamarenca de adopción. Estudió
Geografía e Historia, Psicología y Arte en la UNED. Se ha dedicado a la pintura
profesional, exponiendo sus obras en salas reconocidas de Cáceres, Toledo,
Alicante y Madrid.
Intenta dotar sus creaciones de cuerpo y
espíritu, a la vez que de sentimiento y forma, expresándolos con sencillez y
naturalidad.
Fue
la ganadora del XVII Concurso de narrativa corta “Real Villa de
Guardamar del Segura, 2012”, también en la modalidad de AUTOR LOCAL.
La
enfermera entró en la habitación termómetro en mano. Aún no había amanecido y
allí estaba ella, arrastrando los zuecos y haciendo con sus movimientos
lascivos, recrujir el almidón de su uniforme. O eso era lo que les pasaba cada
día por la cabeza en cuanto se abría la puerta y la sentían entrar. Los que
ocupaban las dos únicas camas estaban despiertos. Siempre lo estaban. Uno,
porque tenía insomnio y el otro, porque decía que tenía el sueño cambiado. El
caso es que siempre los pillaba con los ojos como platos. Como un par de búhos.
Habían ingresado el mismo día, hacía dos
semanas, solo con unos minutos de diferencia. Uno, era un hombre de mediana
edad que tenía un politraumatismo con varias fracturas en las costillas y los miembros inferiores
hechos picadillo. El otro, era un anciano con la muñeca vendada y enchufado al
oxigeno. Al primero, le colocaron en la cama interior y al segundo, pegado a la
ventana.
Las
primeras noches que pasaron juntos fueron tranquilas. El del politraumatismo
estaba sedado y el anciano, el pobre, enganchado al gas, se entretenía sumido
en sus pensamientos. Pero la paz y la tranquilidad de aquél cuarto terminó en
cuanto dejaron de meterle en vena al politraumatizado los medicamentos que le
dejaban hasta ese momento en el limbo. Su despertar, en un principio sereno, se
tornó en un auténtico griterío, en un lamento. Los dolores en sus miembros
inferiores eran lacerantes y no tuvieron más remedio que volver al tratamiento
anterior. Su familia le visitaba todos los días, por la tarde. Una mujer
entraba, a eso de las cinco y se sentaba junto a su cama. Le acariciaba la cara
y le cogía la mano apretándola con amor. Él se despertaba un momento, sonreía y
volvía a dormir. Entonces, ella, le besaba en la frente y se despedía. El
anciano de la otra cama siempre le decía: adiós. Minutos más tarde, entraba
Marisa, la enfermera de la tarde con el dichoso termómetro pero también con una
misión: incorporar hasta dejar sentado en la cama al anciano. No era un
capricho, ni él lo pedía. La causa era más bien médica. Sus pulmones debían
drenar y la mejor posición para ello era colocarle en ángulo de noventa grados.
Le ayudaba a limpiar de forma rápida sus bronquios atascados y a descansar de
la mascarilla del oxígeno. Entonces, el anciano, solía canturrear una melodía
que en otro tiempo se parecería a un bolero. Algunas notas desafinadas eran la
ocasión para repetir la cancioncilla una y otra vez. Y así pasaban los días…
El del politraumatismo mejoraba
poquito a poco, a su ritmo. Había pasado de estar en el limbo al atontamiento
controlado. Cuando tenía sus momentos de claridad mental, conversaba con su
compañero de cuarto.
-Lo que son las cosas…-decía desde su
cama tieso como un garrote-con lo activo que yo soy, que no me puedo estar
quieto, y mire, ¡mire cómo me he quedado!.
-Tranquilo hombre, que pronto va a estar
en forma para seguir dando lata, en su casa quiero decir -le contestaba el
anciano.
-¿Cómo dando la lata?
-Es una forma de hablar, no se enfade por
dios.-es ese momento entra en la habitación la mujer que le visitaba todas las
tardes- ¡Mire, mire, tiene visita!
La mujer le saludaba efusivamente, le
contaba los percances del día, incluso las conversaciones telefónicas con sus
familiares y amigos. Le daba ánimos, le acariciaba la cabeza y se marchaba por
donde había venido y todo en un tiempo record. Al politraumatizado ni le dejaba
abrir la boca, pero se sentía mejor cada vez que venía.
-¿Es
su mujer?-preguntó el anciano.
-Llevamos veinte años casados y como ha
podido comprobar, ella se lo guisa y ella se lo come-dijo con sorna-una cotorra
más nerviosa que un tití.
-¿Está comparando a su mujer con un mono?
-No lo tome al pie de la letra, me ha
entendido perfectamente.-terminó muy serio.
-Claro…
La enfermera de las cinco entra rapidito
para levantar al anciano.
-Vamos, don Julián, su horita de recreo.-
dijo mientras destapaba la sábana y le ayudaba a incorporarse- Hoy hace un buen
día para salir a pasear, a ver si nos ponemos bueno y nos da un poquito el
aire.
-Hija, qué más quisiera… Si por mí fuera,
estaría disfrutando sentadito en un banco al sol.
-¡Qué suerte tiene!-dijo el otro cuando
salió la enfermera.
-¿Suerte?
-Por lo menos a usted le levantan y encima
tiene la cama que está cerca de la ventana.-continuó dando un suspiro- Puede
ver el mundo exterior, no como yo, aquí, tirao, tieso. Solo puedo mover la
cabeza, como un teleñeco.
Poco
a poco, las horas que pasaban charlando aumentaban.
-Pues como le dije, don Julián, me casé con
la moza más guapa del pueblo-le contaba un día-era hija del maestro, con un
montón de pretendientes, pero mira, se casó conmigo. Yo por entonces era
maestro albañil y ahora soy constructor. ¿Cómo lo ve?
-Uy, yo muy bien.... Mi matrimonio fue
distinto, hijo. A mí, me casaron.
-¿No es usted cristiano?
-Jajajaja-rió el anciano con ganas- ¡si
hombre, si!, lo que quiero decir es que me casaron por poderes.
-Sin conocer a la novia.-Dijo el otro.
-Exacto.
-O sea, que le podía tocar una venus o un
morlaco…
-Más o menos, aunque yo ya tenía
referencias.
-En el siglo dieciséis los reyes se
casaban más o menos así, se mandaban retratos pintados para conocerse antes del
enlace. ¿Usted cuántos años tiene?-preguntó el del politraumatismo aguantándose
la risa.
-Ciento cinco, menos veinte, más nueve.
¡Hala, un ejercicio mental!-aguantándose la risa ahora él.
Todas las tardes, cuando le sentaban en
la cama, el anciano describía lo que podía ver desde su atalaya. Un parque muy
hermoso, plagado de árboles con sus ramas rebosantes de hojas de todas las
tonalidades verdosas, un lago con su agua cristalina y una pequeña cascada, un
puente de madera lo cruza y muchos patos y cisnes juegan a perseguirse en la
superficie. Los niños, dan rienda suelta a su vitalidad en un corralito de
tierra con juegos infantiles y sus madres los vigilan sentadas en bancos a su
alrededor. Las parejas pasean entre las flores, unas cogidas de la mano, otras abrazadas…
Algunos llevan ropa de deporte, van corriendo. Allí, a lo lejos, se ve en el
horizonte la ciudad, con sus moles de ladrillo. El cielo despejado hace que los
rayos de luz penetren a través de los árboles del parque y bañen con su calor a
todo aquel que se deje tocar. Un batiburrillo de pájaros cantores se persiguen
por entre las ramas jugando al escondite. Incluso las ardillas suben y bajan de
los troncos para coger cualquier cosa comestible.
Mientras
el anciano describe, el politraumatizado cierra los ojos e imagina la idílica
escena. Se ve a él mismo paseando del brazo de su mujer, cruzando el puente del
lago, mientras los niños dan de comer a los patos. Abrazándola y besándola,
como cuando eran novios, de forma furtiva. Se recrea en sus pensamientos y sonríe.
Es feliz. Ahora, se imagina sentado en
un banco mirando a sus hijos pequeños jugando en la arena. Comprando un helado,
un Frigodedo, ese que tanto le gustaba a Juanito, su niño del alma. Su mujer
sentada a su lado, le guiña un ojo y le saca la lengua. ¡Cuánto le gusta ese
gesto! En el césped hicieron un picnic. Una cesta enorme de mimbre transportaba
todo lo necesario, el mantel, los platos de plástico, las bebidas, las
viandas…sobre la acolchada yerba desplegaron una manta de cuadritos escoceses
que les protegería de las hormigas. Mmm, ese bocata de tortilla de patatas… Sí,
todo era idílico hasta que entraron a la habitación a recoger los termómetros.
-A ver, mozos, veamos la temperatura-
dijo la pizpireta enfermera mientras miraba al trasluz y apuntaba en la hoja de
control-todo muy bien. ¿Don Julián, le tumbo ya?
-Si hija, que estoy un poco
cansado-contestó el anciano mientras se dejaba hacer.
En las noches, en esa habitación se
descansaba poco. Uno, porque tenía insomnio y el otro, porque decía que tenía
el sueño cambiado. En esas noches de vigilia, los dos hombres se contaban sus
experiencias de juventud, sus novatadas en la mili, hablaban de sus hijos, de
sus familias, de sus trabajos… El
anciano, escuchaba las historias del politraumatizado con atención, con cariño,
con los ojos cerrados y asintiendo, oyendo las alegrías o las cuitas de un
hijo. El otro, atendía con verdadero fervor cuando el anciano compartía sus
batallitas, comprendía que el hombre le
sacaba medio siglo, que iba varias generaciones por delante, que era sabio en
muchas cosas y él en esos momentos no tenía nada mejor que hacer. Además, se
dio cuenta, que esperaba ansioso día a día el momento mágico en que el hombre
de la ventana le describía lo que pasaba al otro lado.
Una tarde calurosa y ardiente, el sol
entraba por la ventana inundando la cama y al anciano sentado en ella.
-¿No suda, don Julián?-dijo el hombre de
la cama en la pared.
-Me sienta bien el sol, hijo. Hace tanto
que no me da de pleno que no siento calor sino placer-contestó mientras se
rascaba la pierna-¡mira, un desfile!
-¿En el parque?
-Una banda de música está tocando frente al
lago.-dijo emocionado- Van vestidos de azul oscuro, el pantalón tiene una raya
vertical de color amarillo que va de la cadera al pie, en el lateral, llevan
gorras de plato con una cinta roja, como las que llevaba yo en la mili y van en
fila de a cuatro. Cinco filas por cuatro hombres, veinte tíos tocando y me
parece que es un pasodoble, porque la gente apelotonada a su alrededor se han
arrancado a bailar.
-¡Qué envidia le tengo don Julián!, cómo
me gustaría poder asomarme aunque solo sea un ratito. Yo siempre aquí, tieso,
con picores, sudando como un gorrino.-Se quejó amargamente el politraumatizado.
-Hijo, no te impacientes, todo a su
tiempo.
El anciano contaba y el otro podía ver
con los ojos de la mente.
Una mañana la enfermera entró termómetro
en mano.
-Vamos, vamos… ¿Qué pasa don Julián, hoy
está dormido?-se acercó a su cama y movió con ternura al abuelo.
Pero en la cama se encontraba el cuerpo
sin vida del anciano. Murió plácidamente, serenamente, mientras dormía.
Cuando el politraumatizado se enteró
que pronto vendría un compañero a su cuarto a ocupar la cama del anciano,
rápidamente pidió que le cambiaran a la cama de la ventana. Tal vez pudieran
incorporarle un poquito y con suerte vería algo del mundo exterior. La
enfermera le cambió encantada, se aseguró que estuviese cómodo y siguió con su
ronda.
Lentamente, con dificultad, el hombre
se irguió sobre un codo y lanzó su primera mirada buscando los árboles del
parque. Estaba emocionado. Por fin tendría la alegría de verlo él mismo. No
veía nada. Tenía que levantarse más y él solo no podía.
-¡Hombre mujer, por fin has
llegado!-recibió con felicidad la visita de todos los días.-Ayúdame a
incorporarme un poco para ver el parque de ahí abajo, por favor.
Con mucho esfuerzo y dolor consiguió incorporarse
hasta quedar casi sentado. Miró con
emoción traspasando con su mirada los cristales de la ventana y se encontró con
un aparcamiento repleto de coches. Ni rastro de parque, ni lago, ni niños
jugando, ni pajarillos, ni ardillas… nada de nada.
-Pero, ¿esto qué es?-gritó- ¡No es
posible!-siguió pensando que estaba alucinando.
La mujer pensando que algo no iba bien,
le ayudó a acostarse y llamó a la enfermera.
El politraumatizado les relató a las dos
mujeres las cosas maravillosas que el anciano muerto le contaba mientras estaba
sentado en su cama. Se lo describió con todo lujo de detalles, tal y como él lo
hubo contado.
-¿Qué pudo llevar a don Julián a inventar
de esa forma?-dijo pesaroso.
-Don Julián era ciego, tal vez lo único
que le motivó fue animarle a usted…
Ángeles-Reyes
González García.
No hay comentarios:
Publicar un comentario