Blanca, desde muy pequeña
ha sido una niña independiente y con un marcado criterio propio. Tiene una
creatividad muy notable y ha sentido siempre la necesidad de expresarse
artísticamente, destacando sobre todo en el dibujo y en la escritura.
Actualmente cursa 2º E.S.O en el colegio SEK de Ciudal Campo.
Con catorce años recién
cumplidos ya ha sido distinguida previamente en varias ocasiones, entre las que
cabe citar el primer premio 2008 de cuentos del C.E.I.P Tierno Galván de Tres
Cantos (Madrid) por el relato “El muñeco de nieve” o la publicación en 2009 del
poema “El mar” en la revista Dos Pingoletas del Ayuntamiento tricantino.
Le encanta la literatura
fantástica y de ciencia ficción y los relatos dramáticos. El hábito de lectura
lo ha tenido desde bien pequeña.
PIES DESCALZOS
CAPÍTULO 1. (22 Octubre, 1999)
Un varón. Habían
luchado mucho por lograr tener un hijo. Al fin, parecía que lo habían
conseguido. Éstos parecían asustados. El doctor
se disponía a entrar en la habitación cuando descubrió a Mijail.
No estaba permitida la presencia del padre en los partos
y el doctor Sminov no iba a hacer ninguna excepción.
Sminov era el chamán del pueblo, quien se ocupaba de los
partos, de las enfermedades y de las predicciones. Decían que hablaba con los
dioses, pero no muchos le creían. Vivían en una pequeña aldea, cerca del
estremecedor bosque de Germinsh. Muchos cazadores de aldeas lejanas lo llamaban “Леса потеряли” (El bosque perdido). Rondaban muchas
historias y leyendas acerca de un horrible animal que habitaba en dicho bosque.
Decían que, aún, allí se encontraban las almas de todos los cazadores que
habían muerto en su intento de matarlo y, que nadie había salido jamás vivo de
allí. Por este motivo, los habitantes de este pueblo se limitaban a pescar y a
recolectar frutas y hortalizas. Pero esto no era siempre así, una vez en la
vida, cuando los muchachos cumplían veinte años debían adentrarse en el temido
bosque y cazar un олень (ciervo). No todos lo lograban, muchos se perdían o, simplemente no
se volvía a saber nada de ellos nunca más.
No protestó, se deslizó como un lince por la puerta y, en
un abrir y cerrar de ojos, salió. Se sentó en un mullido sofá de pieles que
ocupaba la mayor parte de la cabaña. Había pertenecido a su padre, un noble
cazador de ciervos que era capaz de vencer a un tigre sin necesidad de arma
alguna.
Observó también las camas, unas pieles tendidas en el suelo
que, apenas ocupaban una tercera parte de la casa. Se estremeció, había oído
gritos; y no eran de su mujer, ni del médico. Esta vez estaba seguro de que
ninguno de los dos era el causante del quejido. Había sido alguien diferente,
una voz que nunca había oído.
Se precipitó a entrar en la habitación. Por mucho que lo
intentó, Hudson no logró detenerlo. Era rápido y ágil como un zorro, pero la
caza no se le daba bien, por ese motivo, la pareja deseaba tener un hijo varón.
Pero, esta vez, la suerte no fue con ellos. La recién
nacida resultó ser una pálida niña, asustada e indefensa.
Vivian en un poblado, al norte de Rusia, en lo alto de
las montañas. Por este motivo su única esperanza era tener un niño cuanto antes
para convertirlo en cazador.
Cuando entró, su mujer lo miraba, en sus ojos podía ver
la desilusión y la rabia que poseía Mijail en ese mismo momento.
--Lo siento –murmuró.
Su marido no contestó, se
limitó a salir de la habitación murmurando algo entre dientes. Pero que nadie
entendió.
Galia se despidió mas tarde del chamán y, se dirigió
hasta el enfurecido rostro de su marido. Lo
besó. Por un momento creyó haberlo olvidado todo, pero
desafortunadamente para ella, no tardó en volverlo a recordar.
--Lo siento –repitió ella.
--¡Todo es culpa tuya! –la golpeó --¡Es qué no te das
cuenta de que sin un varón pronto no podremos comer! ¿Es qué soy yo el único
que piensa en eso? –chilló.
No contestó. Sabía muy bien que a su marido no le podía
llevar la contraria… no, a él no.
--¿Qué? ¿Y qué hacemos con esta niña? –Añadió pateando
con más fuerza a su mujer- No podemos cuidar y alimentar dos niños! Pero claro…
¡como el que alimenta a esta familia soy yo! ¡Qué más da! ¿No?
--Buscaremos alguna solución, no te preocupes…
--¿Qué no me preocupe? ¡Es que estás loca! ¿De verdad
crees que no me voy a preocupar? Vamos, dámela.
--¿Qué vas a hacer?
--¿Qué qué voy a hacer? Pues voy a deshacerme de ella
enseguida.
--No, por favor. ¡No! –respondió sollozando entre
lágrimas –por favor... Podemos criarla… Y, cuando nazca el varón la venderemos
como esclava.
--No. Vamos, ¡dámela!.
--Por favor, Mijail, por favor… Podemos cuidarla hasta
que nazca nuestro hijo, entonces, la venderemos y conseguiremos dinero.
Mijail se marchó de la habitación. ¿Significaba eso que
podrían quedársela? Galia dudó por un momento.
Miró aquella
hermosa criatura que la observaba con tanta dulzura. Su escaso pelo era de
color negro azabache y sus ojitos marrones lucían parpadeando.
Sus pequeños
dedos se aferraban a la mano de su madre con ternura y desesperación.
--Tranquila,
no permitiré que te ocurra nada – susurró. La pequeña esbozó lo que parecía una
leve sonrisa.
Se asomó por la ventana. Mijail estaba allí, fuera,
hablando con Andrey.
Andrey era un hombre fuerte
y robusto, y también padre. Tenía dos hijos mayores. Y su mujer, Natasha, era
una mujer muy hermosa y amable. Vivían no muy lejos de su casa, y se reunían de
vez en cuando para hablar, cabalgar, o quien sabe que.
-Mi mujer cada vez me tiene menos respeto. –se quejó Mijail.
– Tengo que hacer algo con la niña esta…
-Deberías reñir a tu mujer, no debe llevarte la contraria
en ningún momento. Y, si tu quieres acabar con la niña, ella no debe opinar.
Recuérdalo, es solo una mujer.
-Tienes razón. No debo acobardarme. Hoy mismo mataré a la
niña y propinaré a mi mujer una buena regañina.
-Así me gusta
amigo… -- dijo Andrey sonriendo.
Galia estaba asustada. ¿Regañina? Ella sabía
perfectamente lo que aquello significaba. Significaba dolor y maltrato hacia
ella. Y además, él pretendía matar a su propia hija.
Tomó a la pequeña
en brazos y, mientras Mijail se despedía de su amigo, salió corriendo hacia el
bosque con la niña en brazos.
Se oían los
gritos salvajes de los jóvenes cazadores que arriesgaban su vida por conseguir
comida. Los lobos aullaban a lo lejos, hambrientos, esperando a que algún
cazador se despistara para lanzarse sobre él.
Galia corría rápido, temblaba de frío. La pequeña se
acababa de despertar, pero no parecía asustada. De repente se detuvo. Había
oído algo.
--¿Hola? – chilló.
No hubo respuesta.
Estaba claro, se había
perdido.
Siguió andando, no quería
perder la esperanza, pero finalmente, se tiró al suelo, desesperada ante la
situación.
La luna,
rabiosa, ante el intento de iluminar tras las oscuras nubes, nunca se rinde,
siempre está atenta, y guarda esperanzas. Es como un perro al lado de su amo,
siempre espera, con paciencia, al momento adecuado para suplicarle comida.
Las personas somos muy complicadas en comparación al
resto de los animales. Siempre queremos tener lo mejor, lo más rico, lo más
sabroso, lo más bello… ellos no. Ellos se conforman con un resto de comida
apenas comestible, solo quieren sobrevivir, sin importarles en qué condiciones.
Sin embargo, las personas tenemos habilidades que pocos animales tienen. Así
como la inteligencia, el amor, la astucia… Así pues yo digo, ¿cómo es posible
que los animales, sin estas habilidades sobrevivan mejor que nosotros? Pues la
respuesta es muy simple, porque nosotros somos cobardes, huimos si se nos da la
posibilidad, rehusamos y esquivamos determinadas situaciones que tarde o
temprano tendremos que afrontar. Ellos no. Ellos las aceptan, se acostumbran a
ellas, lo cual nos dice que no somos tan listos como pensamos.
Galia lloraba, temerosa, insegura.
Cuando cesó de llorar,
reparó en la niña, quieta, callada, inmóvil… sus ojitos observaban
pacientemente a su madre. No parecía asustada en absoluto, es más, parecía
disfrutar.
-No te das
cuenta de lo que pasa, ¿verdad? –preguntó Galia en tono cariñoso.
La pequeña
sonrió, lo cual relajó a su madre durante unos segundos de tensión.
De repente, un
rayo cayó con fuerza a escasos metros de ellas, lo cual provocó un incendio. Galia
cogió a su hija en brazos y empezó a correr.
Pronto se cansó, cayó al
suelo, sin fuerzas, lloraba, estaba muerta de miedo y abrazó a su hija con
delicadeza.
-Eres muy valiente, fuerte, sé que lo eres. Eres a la
persona a la que más he amado, iría
contigo hasta el fin del mundo, hasta donde fuera… pero no puedo, mis fuerzas
se han agotado, yo he vivido ya mi vida, me hubiera gustado verte crecer… pero
no va a poder ser así, ahora te toca a ti, vivir la tuya.
Acarició lentamente la cabeza de su hija y cerró los
ojos.
CAPÍTULO 2. (23 Octubre, 1999)
-¡Sergey! ¡Corre! ¡Ven a ver esto! –exclamó una mujer.
-¿Qué sucede mamá? ¿Estás bien? ¿Dónde estás? –Preguntó
preocupado.
-¡Mira ven! ¡Ay ,dios! ¡Que el bebé está vivo!
Sergey corrió rápido hacia su madre y examinó la
situación.
En el suelo yacía una joven
mujer cubierta de un manto y, en brazos, agarraba a un pequeño bebé de apenas unos
días de vida.
Anna recogió al niño y,
comprobando que la mujer estaba muerta se marcharon a su casa.
-Pero madre, ¿Qué vamos a hacer con este bebé? –Inquirió Sergey.
-He pensado en llevárselo a la señora Petrov, ya sabes,
que conoce a la dueña del orfanato. ¿Es una buena idea no? Ella le buscará un
buen hogar, estoy segura.
-De acuerdo. No te preocupes, se lo llevo ahora mismo.
-Muchas gracias hijo. De paso, si ves de camino a tu
hermano Nicolay dile que venga a casa, que tengo unos recados para él.
-De acuerdo madre. Voy pues a llevar a al niño con la
señora Petrov.
CAPÍTULO 3. (Marzo, 2003)
-¡Niña! ¡Tráeme
la botoaella de whisky! ¡Vengea! ¡Venga! Gue no tienemoos todo el duia. – Gritó
Yuri empujándola.
-Vaya Yuri… Veo
que tu ayudante no está muy dispuesta…
- ¡Cállaite Vladimir!
– exclamó. -¿Quierues peleia o quee? ¡¿Eh?! –añadió empujando a su
contrincante.
Se pelearon
durante un rato. Y, cuando al fin, cesaron de discutir hablaron de su negocio.
-¿Has repartido
ya toda la mercancía que te di? –preguntó Yuri.
-Dame un poco
más de tiempo… en una semana te aseguro que estará toda vendida.
-Más te vale Vladimir…
porque confío mucho en ti. Y no quiero que me defraudes. Así que, cumple con tu
parte del trato.
-Está bien.
Muchas gracias.
Era ya de noche. El viento soplaba con fuerza y hacía un
horripilante y estremecedor ruido en el tejado de la casa.
De pronto, escuchó
golpecitos en la ventana. Se asomó. Al otro lado, un niño mestizo sonreía bajo
la lluvia. La pequeña no dudó, abrió la ventana y el muchachito entró.
-¿Quién eres? – preguntó. – ¿Qué haces en mi casa?.
El niño, sacudió la cabeza.
Y se quedó callado.
-¿Quién eres? – repitió.
Sonriendo, alargó su mano y
añadió:
-Efim.
-¿Te llamas Efim?
El muchacho asintió. Y la
miró, esperando una respuesta. La miró extrañado y repitió:
-Efim.
-Pues… yo… --no contestó.
Tras un rato de silencio el
niño alargó de nuevo su mano y, señalándose a si mismo, añadió:
-Efim.
-Yo no tengo nombre.
La miró extrañado. En su
mano sostenía un libro y un lápiz. Los sujetaba como un preciado tesoro.
-¿Qué es eso? –preguntó.
Efim cogió el libro y en una
de las páginas escribió “Irina”.
-¿Qué pone?
-Irina –dijo.
Y de nuevo, alargó su mano y
dijo:
-Efim.
La niña rió. El muchacho
señaló lo que había escrito y sonrió.
-¿Irina? –dijo.
Efim sonrió. Parecía
contento. Y repitió en un suspiro:
-Irina…
-¿Sabes leer? –preguntó Irina.
Efim asintió.
-Por favor, léeme un cuento…
Sonrió, y empezó a improvisar
una historia:
“Había una vez un pajarito que puso un huevo. Unos cazadores se llevaron
a su madre y, el huevo quedó solo y abandonado en el bosque. Por suerte, otros
pajaritos lo encontraron y se lo dieron a una lechuza. Ella, estaba muy ocupada
y no tenía tiempo para cuidar del huevo. Entonces se lo dio a unos cuervos;
quienes cuidaron del pequeño pajarito durante un tiempo. Pero no lo cuidaban
muy bien.”
-… ¿Y…? ¿Ya
está? ¿Termina así?
Efim rió y negó con la
cabeza.
-¿Entonces? ¿Qué pasa?
La puerta se abrió se golpe. Y Vladimir apareció de
repente. Estaba borracho. El olor se podía reconocer a distancia. Irina se
giró, rápidamente, para advertir a su amigo que debía marcharse. Pero él no
estaba allí. La ventana estaba abierta. Se había marchado. Pero, ¿Cómo? Y…
¿Cuándo? No le había dado tiempo…
Con un ágil movimiento la
agarró y la empezó a pegar.
Indefensa, la pequeña
chillaba y lloraba de dolor. Pero no podía hacer nada. Él era muy fuerte. Y
ella… pues ella… ella no era nadie. Ella era sólo Irina.
A la mañana siguiente, Yuri la encontró moribunda,
herida. Asustado la cogió en brazos y la llevó al bosque.
-Por favor, no. Por favor, te juro que haré todo lo que
me pidas. Lo siento… ¡Lo siento! Por favor, ¡Perdóname! Si he hecho algo malo,
¡por favor! ¡Perdóname! No lo volveré a hacer… te lo juro. Yo… comeré solo las
sobras… o, ni siquiera eso. Yo buscaré la comida… Pero por favor, no me dejes
sola. Tengo miedo… ¡Por favor! ¡Nooo! – Lloraba; su voz no era la de antes…
antes apenas hablaba. Sólo, obedecía. Ahora gritaba, temblaba, apenas llevaba
ropa y, sus heridas necesitaban ser atendidas por un médico urgentemente.
Pero Yuri no se
detuvo. La dejó y se marchó corriendo.
CAPÍTULO 4.
La niña yacía en
el suelo, formando a su alrededor un gran charco de sangre, que no tardaría en
atraer a los lobos.
Su respiración
era lenta, suave, pero su corazoncito seguía latiendo, luchando contra las
heridas.
Aullidos;
aullidos y más aullidos.
Cada vez parecían sonar más
cerca, como si fuera un juego, algo divertido. Pero no lo era. Apenas podía
sentir los dedos, y sus piernas no obedecían a sus movimientos.
Lloraba, tenía miedo.
Deseando que su madre estuviese allí en ese mismo momento, consolándola,
curándole las heridas, todo cuanto una niña de tres años desea. Pero no estaba.
De ella ya solo le quedaba el recuerdo, su risa, su rostro…
Los aullidos de pronto cesaron. Estaban cerca, ya no era
un juego. Ahora venía la caza, la verdadera caza.
Había viento y los árboles se balanceaban fuertemente,
destrozando los nidos de los jóvenes gorriones que, deseosos de vivir la vida,
veían que no lograrían cumplir su sueño. El sueño de volar, ser libre. Soltarse
de un árbol y dejarse llevar por el viento, aquel necesario amigo de los
pájaros, enemigo de los polluelos.
Quien sabe lo
que quieren estos animalitos, lo que piensan, lo que admiran, lo que aman. Por qué
nacieron pájaros, y no personas. Por qué tienen alas, y no aletas. Por qué no
son grandes, y son pequeños... Nadie lo sabe.
Era tarde, y los lobos comenzaron a salir de sus
escondrijos, deseosos de volver a degustar el sabor de la carne.
Cerró los ojos. El miedo invadía
todo rincón de su cuerpo. Sus ojos, inmóviles, observaban en dirección a los
imponentes aullidos. Sus manos, frías y pálidas taponaban la sangre que,
lentamente, salía de la pierna.
De nuevo, un
extraño ruido procedente de un matorral estalló en el silencio.
Irina cerró los ojos, apretó
los puños. Deseaba estar muerta, que el dolor cesase. Esperaba el momento en el
que el lobo le mordiera, clavara sus afilados dientes como cuchillos y morir,
morir para siempre, viajar a un lugar donde reencontrarse con madre, donde el
viento no es malo, ni molesto. Donde con él todos pueden volar, extender sus
brazos y llegar muy lejos.
Unos ojos, amarillos, irrumpieron en la noche. Y poco a
poco la belleza de un gran lobo emergió de repente, dejando tras de sí toda una
hilera de arbustos y aproximándose lentamente hacia su presa.
Irina, esperó a su ataque.
Esperó a que sus dientes se clavaran en su cuello. Apretó los puños. Ella era
valiente, no temía al peligro. El peligro no es malo, si es aquello que tanto
deseas.
El lobo la miró,
fugazmente, a los ojos; y esbozó lo que parecía una leve sonrisa. Aproximó sus
dientes al cuello de la pequeña niña y, dulcemente y acariciando su frágil piel
hincó sus brillantes colmillos en su víctima.
Como la señora tanto
le había repetido…. “el miedo es algo de lo que no podemos huir; sólo podemos
acostumbrarnos a él. Cuando tengas miedo, piensa en cosas bonitas, cierra los
ojos, imagínalo todo tal y cómo te gustaría a ti que fuera. A tu manera.”
Y así hizo, cerró los ojos y
dijo:
“Entonces el pajarito, que tanto lleva sufriendo, decide que
es el momento de volver con su madre…”
Pero no pasó nada. Cuando abrió de nuevo los ojos todo
era distinto.
No había oscuridad, sino
luz. No había viento, sino sol. No había lobos, sino ciervos, conejos,
gorriones y petirrojos que, cantaban, cantaban alegres canciones con notas
agudas y afinadas.
Miró su pierna, intacta. La
herida había desaparecido. Pero el bosque seguía ahí.
A lo lejos,
alguien la llamaba. Alguien gritaba su nombre. Se giró, en sentido a las
palabras, a la armonía de aquellas palabras que tan familiares le resultaban. Y
entonces la vio. Una mujer; joven, con cabellos negros y largos. Muy guapa. Era
exactamente como ella siempre la había imaginado; su madre. Corrió hacia ella,
y la abrazó. Al lado, un pequeño pajarito sonreía y abrazaba a su madre también
y, todos, eran felices.
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