AUTOR LOCAL
ADRIÁN PÉREZ QUESADA
Adrián
Pérez Quesada tiene 28 años y es natural de Guardamar del Segura. Estudió la
Licenciatura de Publicidad y Relaciones Públicas en la Universidad de Alicante
y el Grado Superior en Diseño y Producción Editorial en el Instituto Carrús de
Elche. Sus influencias provienen de la música, el cine y la literatura
fundamentalmente, pero también de lo que sus sentidos y su corazón le han
transmitido desde el momento en que nació. El relato “Superhéroes”, presentado
a concurso, es el tercero que ha escrito, y
aunque sabe que la tarea de escribir bien es muy complicada, intentará
desarrollar en el futuro nuevas historias que merezcan la pena ser leídas.
Superhéroes
Este relato está
basado en hechos reales.
No se deben ignorar los
sentimientos que definen lo humano.
No se deben olvidar los hechos
que arañan el milagro.
Principios
de mayo de 1986 - Prípiat (Unión
Soviética)
Eran
poco más de las cinco de la mañana cuando Boris Baranov despertó. Había dormido
muy poco, pero había dormido bien, demasiado bien pensó. Pero sus primeros
movimientos le confirmaron que se sentía bastante débil y cansado, además, su
boca aún mantenía el sabor metálico de los días anteriores, lo que le indicó
que la pesadilla continuaba. Se alzó lentamente de la cama y sintió una gran
presión en las sienes y un mareo que le obligó a permanecer sentado unos
cuantos minutos. Fue al cuarto de baño, y mientras se cepillaba los dientes,
comprobó frente al espejo cómo el tono de piel de su cara se iba oscureciendo
según pasaban lo días. Puso la cafetera en marcha y se vistió con uno de los
monos blancos de seguridad que le habían obligado a llevar en la central. Una
vez vestido, se puso una taza de café, se encendió un cigarrillo dando una
profunda calada y se asomó por una de las ventanas del piso que daban hacia el
exterior. En la calle todo estaba oscuro y no pudo evitar recordar la noche del
accidente, cuando el sonido de la explosión le hizo levantarse sobresaltado de
la cama y observar, a través de esa misma ventana, cómo una gran luz blanca
como la de un descomunal flash de una cámara de fotos había provocado que el
día surgiera en mitad de la noche durante algunos segundos; y cómo también, al
regresar de nuevo la oscuridad, pudo contemplar un espectáculo sobrecogedor, la
visión más hermosa que hasta ese momento habían visto sus ojos. En el cielo, a
gran altura, se había formado un mosaico de colores espectrales sobre el manto
negro de la noche que al final terminaba por tragárselo todo.
De
repente, el teléfono sonó en el cuarto provocando que Boris regresara de golpe
a la realidad y comprobara como su cigarro era ya todo ceniza. Mientras lo
apagaba bien en el cenicero tuvo la certeza de que esa llamada sería el
principio de algo, y aunque no sabía de qué, lo más seguro es que no fuera nada
bueno. Descolgó el teléfono. Una voz se presentó como un alto cargo de la
Delegación Científica desplazada desde Moscú que quería hablar con el señor
Boris Baranov. Boris le informó que se trataba de él mismo y la voz le comunicó
que tenían algunos informes que revelaban que él tenía cierta experiencia en
inmersión subacuática y que por ese motivo, le necesitaban en la central para
un asunto de vital importancia; también le informaron de que un coche oficial
se desplazaría en menos de media hora hasta su domicilio para trasladarlo a la
central. Él confirmó que en treinta minutos estaría en la puerta del edificio y
colgó.
Aunque
tenía previsto acudir en algo más de una hora a la central nuclear, esa llamada
inesperada le hizo saber que había ocurrido algo que no podía esperar ni
siquiera unos pocos minutos, algo, que según la situación que había observado
la noche anterior, sería un asunto bastante serio. Un desastre dentro del gran
desastre. Un infierno dentro del mismo infierno.
Dio un
último sorbo al café y comenzó a prepararse todo el material poniendo gran
atención en que no se le olvidara nada. Cuando estuvo totalmente seguro de tenerlo
todo preparado, se dispuso a salir del apartamento, pero casi de forma
automática, sus ojos se fijaron en aquella vieja fotografía que tenía colgada
en la pared. En ella se podía ver a Boris de pequeño sentado en las rodillas de
su madre acompañado también por su padre. Esa fotografía, normalmente, pasaba
desapercibida a su acostumbrada vista por formar parte de la decoración
habitual de su casa, algo poco llamativo para la persona que habita en ella,
pero en ese momento, esa foto adquirió un enorme poder de atracción que
consiguió calar más allá de su mirada. Entonces cayó en la cuenta de que hacía
ya varios meses que no veía a sus padres y que habían sido raras las ocasiones
en que habían hablado por teléfono. De pronto sintió un gran pesar y deseó con
toda la fuerza que aún le quedaba acumulada en su cuerpo darles un fuerte
abrazo, pero, tras comprender que ese deseo era imposible, abrió la puerta,
echó un último vistazo a la casa y salió del apartamento.
Llevaba
esperando menos de cinco minutos en la puerta del edificio cuando apareció un
camión militar preguntando por él. Subió a su parte trasera y comprobó que
habían varios hombres sentados que vestían el mismo mono blanco que él. Saludó
al subir pero no recibió ninguna respuesta. La preocupación que pudo comprobar
en los rostros de aquellas personas le hizo saber que nada de lo que dijera
nadie tendría el más mínimo valor y haría más llevadera la situación. De camino
a la central el silencio era total y los ocupantes del vehículo simplemente se
limitaron a observar las calles de aquella oscura y fantasmal ciudad, una
ciudad que tan sólo unos días antes había albergado a más de 40.000 personas.
En ese momento, solamente el sonido del motor del camión y alguna que otra luz
solitaria que se divisaba en algún edificio hacían pensar que en aquella gran
mole de cristal, hierro y hormigón quedaran indicios de actividad humana.
Llegando
a la cercanías de la central nuclear, Boris sintió cómo dentro de su cabeza,
que parecía flotar sobre sus hombros, la visión de los primeros rayos de luz
del día se mezclaba mágicamente, como en un sueño, con el ruido ensordecedor de
los helicópteros que llevaban varios días arrojando miles de toneladas de arena
y ácido bórico sobre el reactor número 4. Llegó a disfrutar de ese extraño
momento, de esa asombrosa fusión de sus sentidos, aunque en el fondo sabía que
ese estado suponía una muy mala señal para su organismo, ya que se trataba de
una consecuencia directa de la ionización de sus neuronas provocada por la
radioactividad. El picor de ojos y el aumento del sabor ácido en la boca
indicaron a los ocupantes del vehículo que era el momento de ponerse las
máscaras antigas. Unos minutos más tarde llegaron a la entrada de la central
nuclear.
Varios
militares les dieron el alto y preguntaron al grupo quiénes habían sido citados
por la Delegación Científica por motivo de sus conocimientos en inmersión
subacuática. Solamente Boris y dos hombres más bajaron del camión y acompañaron
a un alto cargo militar hacia el interior de la central nuclear. Los
introdujeron en una gran sala donde les estaban esperando varios hombres
ataviados también con monos blancos,
algunos miembros de la unidad de bomberos, un par de militares y varias
personas de la Delegación Científica encargadas de gestionar y controlar las
consecuencias provocadas por el accidente nuclear. El alto cargo del ejército
mandó a todos los hombres que se pusieran en fila horizontal delante de él y de
los científicos. Boris pudo comprobar que eran poco más de diez las personas que
se encontraban en su misma situación. Todos expectantes, unidos como por un
lazo invisible a un propósito aún desconocido; ametrallados lentamente por los
ojos de los responsables de aquella misteriosa reunión. Después de unos
momentos de silencio, que parecieron durar más que la misma eternidad, un
científico comenzó a hablar.
«Señores,
intentaré ser lo más breve posible porque el tiempo es un factor de gran
importancia en las circunstancias actuales. Se os ha reunido aquí de manera tan
precipitada porque nos encontramos en una situación muy delicada que debe
resolverse con la mayor urgencia posible. Como todos ya saben, la explosión del
reactor número 4 provocó un incendio, que se logró extinguir durante las
siguientes horas al desastre por medio de la ejecución de peligrosas pero
necesarias maniobras del cuerpo de bomberos, que evitaron que el fuego se
propagara al resto de reactores. Una vez sofocado el incendio, que era lo
primordial en ese momento, nos dimos cuenta que los daños habían alcanzado al núcleo
del reactor, que se encuentra en este momento totalmente fundido y expuesto al
exterior, generando una increíble contaminación ambiental. El peligro reside
ahora en ese núcleo fundido, que conforma ríos de lava de corio a una
temperatura de más de 1600 grados. Hemos intentado rebajar el calor arrojando
toneladas de arena y ácido bórico pero está resultando muy poco eficaz y se
están barajando otras opciones de extinción. Por tanto, todo ese material
radiactivo sigue fundiéndose y generando unos niveles de radioactividad
inhumanos. Además, a dos niveles por debajo del reactor, se encuentran unas
piscinas de seguridad, con la función de enfriar en caso de emergencia el
reactor, pero ahora se encuentran llenas hasta arriba del agua arrojada por los
bomberos y de las tuberías reventadas del circuito de canalización del reactor.
Existe, por tanto, el gran peligro de que algunas gotas, e incluso el conjunto
completo de la lava radiactiva, traspase los bloques de cemento que separan el
reactor de las piscinas y entren en contacto con el agua generando una
explosión comparable con una gigantesca bomba atómica que arrasaría cientos de
kilómetros cuadrados provocando miles de muertos en cuestión de unas pocas
horas y proyectando también a la atmósfera cientos de toneladas de corio, lo
que podría provocar que toda Europa quedara inhabitable durante cientos de
años.»
El
científico se detuvo unos instantes tras haber detallado, paso por paso, el
Apocalipsis de todo un continente. Boris sintió un agudo escalofrío que le
atravesó de punta a punta la espina dorsal como una serpiente de hielo. Pensó
que todo aquello no podía ser cierto, que no podía estar sucediendo, que todo
había sido un lapsus mental, una terrible ensoñación de su cerebro generada por
la alta radiación. ¿Pero qué cabeza podría generar tal pesadilla?, ¿qué hombre
podría concebir tan siniestra idea? El científico reanudó de nuevo su discurso.
«Señores,
debemos actuar rápidamente, porque todo lo que conocemos puede volar por los
aires en cuestión de horas. Vuestra patria os ha requerido por vuestros
conocimientos en inmersión subacuática para una heroica misión. Debido a que
los sistemas de control electrónicos han quedado inoperativos, es necesario
vaciar cuanto antes el agua de las piscinas situadas debajo del reactor de
manera manual, abriendo las dos válvulas que se encuentran en su fondo para
evitar la explosión. El problema, es que se trata de una operación demasiado
arriesgada, dificultosa incluso en circunstancias normales. Alguien debe llegar
hasta el reactor donde los niveles de radiación son mortales en exposiciones
prolongadas y luego sumergirse en el
agua altamente contaminada de las piscinas para abrir las válvulas. No sabéis
lo que me cuesta encomendaros esta sucia tarea, ya que casi con toda seguridad,
los valientes que se ofrezcan voluntarios se dejarán la vida en el intento o
perecerán a corto-medio plazo. Comprendo que es un sacrificio muy duro al que
os enfrentáis, pero alguien debe hacer este maldito trabajo, alguien ha de
estar dispuesto a dar su vida por su patria, por su gente y por las
generaciones futuras. Por tanto, necesitamos dos voluntarios para afrontar esta
misión tan necesaria. Quienes se sientan preparados, que den un paso al frente.»
De nuevo el silencio, pero esta vez un
silencio afilado y frío que impedía el movimiento y amplificaba los
pensamientos que fluían a millones de años luz por segundo en cada cabeza de
esa sala. Boris a pesar del shock inicial, comprendió enseguida la situación y
la necesidad de realizar aquella insoportable operación, pero empezó a sentir
llegar desde algún rincón de su pecho el miedo a no existir, el temor a dejar
de ser. Aquel pensamiento creció y creció hasta que llegó a impregnar cada
célula de su cuerpo y a apoderarse por completo de su razón. Comprendió que se
trataba de una elección. Su existencia o la de sus seres queridos y
compatriotas. Una decisión tremendamente complicada cuando se presenta de
verdad. Una medida de balanza cuyos pesos poca gente se atreve a colocar.
De
repente ¡Pum! Trallazo en su corazón. Un hombre dio un paso al frente para
ofrecerse como voluntario alegando que él no tenía más remedio que ir porque
conocía exactamente dónde se encontraban las válvulas de apertura de la piscina
al haber cooperado como ingeniero nuclear en el diseño y la construcción de las
esclusas.
¡Pum! De
nuevo su corazón. Otro hombre, con paso firme de gladiador se prestó
voluntario. Este se justificó diciendo que trabajaba como ingeniero en la
central nuclear en el departamento de explotación y que al conocer
perfectamente el camino hacia las piscinas de seguridad tendrían más
posibilidades de éxito.
Una
cierta sensación de alivio recuperó su cuerpo, pero a la vez se sintió triste y
cobarde al ver a aquellos dos hombres que se disponían a escribir unas líneas
de despedida para sus mujeres e hijos por si la cosa salía realmente mal. Esos
hombres tenían una buena excusa para evitar hacer el trabajo y aún así
sacrificaban un futuro lleno de amor y cariño por el bien de todos ellos,
mientras que él, que no tenía nada, salvo la esperanza de ese amor que ellos ya
tenían en su mano, se había quedado congelado por las dudas y el miedo.
Entonces,
uno de aquellos hombres, mientras preparaba el equipo necesario sugirió a los
miembros de la delegación científica que haría falta un tercer hombre para
sujetar la lámpara que los iluminara mientras ellos se sumergían en las
piscinas, porque totalmente a oscuras sí sería una tarea realmente imposible.
Boris, al escuchar eso, se encontró insólitamente ante la misma situación
anterior. El destino, que pocas veces desanda sus pasos, le brindaba la
posibilidad de elegir de nuevo, y él, impidiendo que otra vez la cobardía y el
miedo pusieran en duda su decisión contestó de manera automática, casi sin
pensar… «Yo iré con vosotros», y juró para sí mismo que aquel trabajo supondría
su ofrenda como hombre a la humanidad, su último gran acto de amor, al
renunciar a su futuro, a su propia vida, por el devenir de un mundo mejor.
Era ya
media mañana cuando los tres voluntarios terminaron de equiparse con sus trajes
especiales y reunieron todo el material necesario para la misión. Recibieron
las últimas instrucciones, y los elogios y deseos de buena suerte de los
científicos y de los demás compañeros que quedarían atrás. Por último, tanto
Boris como Alexei y Valeriy, que así se llamaban los otros dos hombres, se
sirvieron un buen vaso de vodka para darse valor y brindaron por el éxito de la
operación. Después partieron hacia las piscinas, sin grandes despedidas ni
excesos de protagonismo, simplemente como tres hombres normales que deben
realizar un trabajo más.
Durante
el camino a Boris le impresionó la serenidad con que aquellos hombres se
enfrentaban a la fatalidad. En sus rostros no había ni rastro de vacilación ni
de miedo, cosa que le tranquilizó y le llenó de confianza para seguir con paso
firme hacia su objetivo. Conforme iban acercándose a la sala de los depósitos,
empezaron a notar los estragos producidos por los cinco mil roentgens por hora
de radiación que se emitían en la zona, cuando lo normal en el ambiente son
unos veinte microrroentgens por hora. Sus rostros empezaron a tomar un color
más oscuro a cada paso. Los mareos y las náuseas les hacían detenerse cada
pocos metros. Sus cabezas parecían ollas a presión y notaban como sus cuerpos
eran atravesados por millones de alfileres de cristal. Sobre sus cabezas, a
poco más de unos metros, solamente separados por una capa de hormigón, los
restos incandescentes de un reactor nuclear destruido. Nadie antes había estado
tan cerca de aquel misterioso e implacable asesino que es el material nuclear
radioactivo.
Tras
unos minutos avanzando iluminados únicamente con la lámpara por un pasillo que
parecía que les conduciría directamente al abismo, llegaron a la zona de las
piscinas donde pudieron observar cómo el agua emitía un siniestro resplandor
azul producto de la alta contaminación. Una visión hermosa pero suicida. Debían
actuar con rapidez, ya que cada segundo que pasaba los alejaba más del éxito al
sentirse cada vez más débiles. Alexei y Valeriy se ajustaron sus equipos y se
sumergieron con gran rapidez en el agua. Boris alumbrando desde el borde de la
piscina acordado en la charla anterior, contempló como sus compañeros
desaparecían en las oscuras aguas dejándole a él solo en medio de aquella
terrible sala que cada vez más se asemejaba a una gran tumba. En ese momento la
lámpara se fundió dejándolo todo a oscuras, y sus intentos de volverla a
encender fracasaron. Pensó que todo acababa ahí. Allí solo, en la más absoluta
oscuridad, acompañado únicamente por el suave balanceo del agua, su mente le
transportó misteriosamente al útero materno y comprendió, con la claridad que
acompaña a la muerte, que morir no es más que la antesala de un nuevo
nacimiento, igual o diferente al ya vivido, pero que al fin y al cabo se
trataba de un nuevo comienzo. Aquella sensación de certeza en la infinitud de
su existencia le hizo perder el poco miedo que le quedaba. Pero tras unos
segundos de auténtica paz se oyó un chirrido y el agua comenzó a ser succionada
a gran velocidad, lo que le indicó que sus compañeros lo habían logrado, habían
conseguido abrir las válvulas eliminando así la posibilidad de que se produjera
la gran explosión.
Cuando
los buzos regresaron a la superficie, fueron ayudados por Boris para salir de
los depósitos de agua y se fundieron en un fraternal abrazo que atravesó sus
pieles provocando la fricción de sus
almas. Jamás habían sentido una alegría tan intensa y eso que ellos eran los
auténticos perdedores de aquella situación. Como pudieron, gastando sus últimas
energías, regresaron a tientas por el largo pasillo, cogidos unos a otros por
sus manos hasta llegar a la salida. Llegaron totalmente extenuados, pero
conscientes para recibir los alabos y reconocimientos de sus compañeros por la
gran valentía mostrada, ya que habían sabido del éxito de la misión al ver la
salida del agua radioactiva en dirección a los depósitos exteriores encargados
de su recogida. En seguida fueron llevados a las unidades médicas que aprobaron
su inmediato traslado en avión militar a las unidades de radiología de Kiev y
Moscú. Boris, totalmente abatido en la camilla, no tuvo la ocasión de
despedirse de sus dos compañeros y les deseo con todo su corazón toda la suerte
del mundo. Seguidamente fue trasladado a Moscú, junto a otros contaminados por
radiación del accidente.
Ya en
Moscú, fue ingresado en la unidad de cuidados intensivos de la unidad de
radiología, aislado totalmente del resto de los enfermos. Su diagnostico:
síndrome radioactivo extremo. Tenía el cuerpo deshecho y toda su piel estaba
cubierta de llagas sanguinolentas. Su cuerpo estaba hinchado, casi no tenía
ojos y los huesos le bailaban dentro de la carne al mover los brazos y las
piernas. Su sistema nervioso había quedado dañado por completo y se ahogaba con
sus propias vísceras llegando a expulsar por la boca pedazos de hígado y
pulmón. En definitiva, un auténtico tormento físico. Tras dos días de inhumana
agonía y teniendo como último deseo que todo ese dolor y ese sacrificio
realizado sirviera para construir un futuro mejor, Boris falleció alejado de su
familia en una solitaria cama del hospital.
Su
cuerpo ya no era el cadáver de un hombre, ahora era material altamente
radioactivo a cargo de las autoridades. Varios militares metieron su cuerpo en
una bolsa de plástico y lo introdujeron en un ataúd que fue envuelto también en
otra bolsa de celofán transparente con el grosor de un mantel. Todo eso lo
introdujeron en un féretro de zinc soldado que permaneció varios días en el
hospital hasta que sus padres aprobaron que su hijo fuera enterrado de manera
especial en un cementerio de Moscú bajo gruesas planchas de hormigón.
Poco
después, al conseguir enfriar totalmente el núcleo del reactor número 4 de la
central nuclear de Chernóbil, se comprobó que el material radioactivo había
atravesado las capas de hormigón que lo separaba de las piscinas, llegando a
niveles inferiores de donde se encontraba el agua. Por tanto, la acción de
Boris Baranov, Alexei Ananenko y Valeriy Bezpalov evitó, con toda seguridad, la
mayor catástrofe que hubiera conocido la humanidad.
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