lunes, 28 de septiembre de 2015

XX CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2015

AUTOR LOCAL


ÁFRICA FRESNEDA ROCA


África Fresneda Roca nació en Guardamar del Segura el 1 de febrero de 1989. Está licenciada como Profesora Superior especializada en interpretación de Piano por el Conservatorio Superior de Música “Óscar Esplá” de Alicante. Ha actuado en diferentes concientos programados por el Conservatorio en aulas de la CAM, MUBAG, Teatro Arniches y en diferentes pueblos. En agosto de 2010 forma el Trío Vysehrad, como pianista actuando en el Palacio de la Música de Torrevieja. También en 2010 obtiene el primer premio en el XII Certamen de Interpretación de Orihuela.

Además de sus estudios musicales, cursa estudios de inglés y alemán en la Escuela de Idiomas de torrevieja, así como imparte clases particulares de música y es pianista acompañante en la Banda de Música de San Fulgencio.


LA ESPERA

Tan sólo la oscuridad y el ambiente caldeado por el vapor que desprende la madera del suelo de la habitación. Tan sólo el silencioso murmullo de una respiración profunda, de una tranquilidad mullida entre acolchados blancos. Cualquier movimiento estropearía ese delicado momento. Pero las ganas de correr la cortina para ver más allá pueden con ella. Los ojitos se le llenan de magia al contemplar el escenario. Se abre el telón, y comienza el espectáculo en la Bohemia… Minúsculos trocitos de algodón caen muy despacio del cielo, y es inevitable abrir el ventanal para extender la mano y dejar que se posen en ella algunas de esas delicias. Hace frío, pero un frío agradable, porque en todo momento cabe la posibilidad de volver a cerrar el ventanal para sumergirse de nuevo entre el vapor. Cae la nieve muy deprisa, pero aunque no se puedan distinguir las casas del otro lado de la plaza, y aunque tan sólo se pueda ver el suelo helado tiñéndose de blanco cristalino y un ambiente en continuo oleaje por el vaivén de los copos, sigue habitando el más absoluto silencio… Esta es la magia que guarda Praga para quienes la habitan.
Penélope desea salir, esta vez sí. Cuánto tiempo hacía que no se sentía tan viva, tan ansiosa y tan extrañamente feliz. Ahora necesita saborear la ilusión que le regala el día, aunque no sabe muy bien por qué. Cada trece de octubre le pasa lo mismo…
Siempre había sido una persona muy activa, con ganas de exprimir la vida, de alcanzar sus metas, de planear viajes y hacer maletas, yendo a ninguna parte o a todos los sitios, tenía que tenerlo todo pensado: rutas, tiempo, accesorios, comida, cama… y a disfrutar. Siempre caminando. Varias circunstancias la frenan ahora, sobre todo la salud. Hace ya unos tres meses desde aquel… “lapsus”. Mientras su físico de mujer inquieta la llevaba donde quería, su mente de sesenta y dos años había sufrido ya su primer deterioro, pero Penélope no le daba gran importancia a la gravedad de su enfermedad.
“Mira sus caras, les oye hablar… Para ella son muñecos”, decía una canción.
-Los años pasan, y con estas edades ya se empieza a tener despistes… Lo raro sería que no me pasaran, ¿no? -reflexionaba para sus dos viejos amigos, Claire y Albert, cuando se juntaban para recorrer, una y otra vez, el parque del barrio de Kampa, justo a la derecha de la casa de Penélope. Claire y Albert estaban casados desde hacía treinta y cinco años, y siempre que podían, aprovechaban las ventajas de su jubilación para regalarse largos paseos a lo largo del río Moldava. Por lo demás, no tenían la vivacidad de la que había gozado Penélope. Hasta hacía unos diez años, todavía subían los tres a las colinas para ver anochecer, y observar y estudiar el cielo estrellado. Albert conocía mejor a Penélope que a su propia mujer. Sus pasiones, sus sentimientos, sus penas, sus reflexiones… y la historia que la empujó a no volver a España, su país natal, y asentarse en Praga, con tan sólo veintidós años.
-No entras en razón… -le replicaba Albert- ¿Aún sigues creyendo que son simples despistes?
-Albert, no deberías hablarle así -murmuraba Claire a su marido aparte, sintiendo compasión por Penélope-. ¿Cómo quieres que entre en razón? En pocos días, las palabras que estás diciendo habrán caído en el olvido para ella. Esto ya no tiene vuelta atrás, y por desgracia no podemos ayudarla.
-Yo creo que ella, haciendo un esfuerzo, aún puede recordar lo que le pasó –Albert parecía ver más allá de su enfermedad, como si pudiera curarla fácilmente-. ¡Si se acuerda de la historia que le hizo quedarse a vivir aquí, y fue hace cuarenta años! La misma historia que la ha ido consumiendo todo este tiempo. 
-Pero ya sabes que… ha avanzado más rápido durante estos tres meses. Es lo que tiene este infierno mental –le explicaba con calma Claire-. ¿Cómo quieres que recuerde cómo se perdió para volver a su casa? Sólo es un hecho puntual. Pero su historia ha vivido con ella toda la vida, y aún sigue convencida de que él volverá, y creo que ese recuerdo vivirá con ella aún estando en el peor de los momentos. Antes olvidará su propio nombre que el de él, hazme caso.
-Bueno, lo mejor de esto es que todavía desprende esa ilusión que tenía cuando la conocimos, y eso la mantiene feliz, sobre todo cuando se acerca el mes de octubre… 
Qué frío hace en lo alto de la Torre de Petrin, el mirador de la colina, desde donde se ve toda la ciudad fundiéndose a lo lejos con la niebla, y pasando del color más cálido de los tejados rojos hasta un azul pardo, característico de las lloviznas en Praga. Desde allí arriba se puede observar a la gente pequeña andando muy despacio por el Puente de Carlos, siempre con caras largas y serias, como si sus vidas consistieran solamente en pasar desgracias una tras otra. A lo lejos, también se oyen las trompetas y los tambores que indican el cambio de guardia. El aroma del frío de la mañana se mezcla con los sones lejanos de la música y el lúgubre paisaje, y eso le provocaba a Penélope un estado de nostalgia y tristeza, que muchos años después se transformarían en soledad y rutina.
Pero no en estos tiempos. Penélope no está sola. Sus veintidós años le proporcionan una imagen radiante y llena de alegría, y la compañía de aquel chico le hace olvidarse del fúnebre paisaje, y hasta le hace disfrutar del frío, insoportable para cualquiera. Julián había sido para ella mucho más que un amigo inseparable. Desde que escuchó su voz arriba de un escenario, declarando su amor a Tosca entre lágrimas del más puro deseo, además de convertirse en una apasionada de la ópera, se enamoró de él.
Los años no pasaban para ella desde entonces. Desde lo alto de aquella torre, recuerda fugazmente todos los momentos que había pasado junto a Julián, los innumerables viajes que habían realizado por su trabajo, la infinidad y variedad de besos que habían experimentado… Todo se recopiló de pronto en su mente, como si intuyera en los ojos vidriosos de él que alguna mala noticia se avecinaba aquel día. 
Julián era un hombre bueno, demasiado bueno. Siempre atendió a las necesidades de Penélope, y siempre procuró que ella fuera feliz, preocupado constantemente por su diferencia de edad. Él era mucho mayor que ella, y su cara, sobre todo, lo demostraba claramente. Sus rasgos indicaban experiencia, templanza y un ligero toque de tristeza, como si las lágrimas le fueran a brotar de un momento a otro. Nunca llegó a ocurrir eso, hasta ese día…
-Julián, ¿qué te pasa? Tus ojos hablan por ti… ¿Te ha deprimido el tiempo, la ciudad… o yo? –le inquirió Penélope, inocentemente, después de un largo silencio interrumpido por el repiqueteo de sus besos esporádicos. 
-Hace frío… Deberíamos bajar ya –añadió sin darle importancia a la pregunta, haciendo un gesto de incomodidad que ella nunca había visto en él.
Por primera vez en ese día, Penélope empezó a darse cuenta del frío que hacía, un frío que se apoderó de ella desde ese trece de octubre, y en el cual quedó sumergida hasta muchos años después…
Ese viaje a Praga había sido una sorpresa. Por primera vez no viajaban por motivos de trabajo. Tenía el presentimiento de que esa ciudad les despertaría muchos sueños, incluso el posible sueño de quedarse a vivir entre alguna de sus calles.
“Pobre infeliz…”, decía una canción.
Su paseo por el empedrado que bordeaba el río Moldava fue largo y lento. Hubo un momento en que se hizo agónico, porque ella esperaba una respuesta a los ojos de Julián, que expresaban un querer sonreír, y a la vez un no poder hacerlo. 
Cada vez, se oía más próximo el sonido de un saxofón, que parecía huir de la esclavitud que le provocaba su propia melodía. Esa melodía expresaba perfectamente la apariencia de Praga, y parecía la marcha fúnebre que anunciaba el final de algo que todavía no se sabía.
El rumor del gentío se hacía más cercano; estaban llegando, en silencio invernal, al Puente de Carlos, con su aspecto tan sombrío y tétrico, y a la vez, animado por la cantidad de músicos, que recibían a los que pasaban por él con ánimos de apaciguar los malos pensamientos que pudieran existir en ellos.
Julián escogió mal el momento para hablar, y sus primeras palabras hicieron confirmar los miedos de Penélope:
-Te quiero… Lo siento mucho.
-¿Ahora?
Con el intercambio de miradas se decían lo suficiente para que a Julián le entrara la desesperación y rabia de no poder hacer nada, y lo suficiente para que a ella se le empezaran a cristalizar los ojos, y la luna del contorno de sus labios pasó bruscamente de crecer a menguar.
-Al final, me dieron el trabajo en Barcelona… Son cuatro años. Tus estudios en Praga serán también cuatro años. El tiempo pasa rápido…
-¿Quieres decirme que te espere? ¿Quieres decirme que te olvide para siempre? ¿Quieres que te olvide mientras te espero?
-No quiero que me esperes, no sería justo. Pero tampoco me gustaría que me olvidaras… Es sólo un trabajo. Yo lo único que espero es volver aquí dentro de cuatro años… y verte. No quiero despedirme, no puedo despedirme, pero tengo que decirte adiós. No quiero que digas nada, no llores, no me des un último beso. Guárdalo para mi vuelta… pero no me esperes.
-No quiero pensarlo…
-No lo pienses… Me conoces lo suficiente, sabías que esto pasaría porque sabes de sobra cómo están nuestras situaciones. No puedo rechazar mi trabajo, y tú no puedes abandonar tus estudios. Me gustaría que nos volviéramos a encontrar, y empezar de nuevo otra vez, para poder vivirlo todo por primera vez… 
-Entonces no me digas que no te espere. Te quiero esperar, no quiero olvidarte… ¿Tú sí?
-No… -Las palabras de Julián se contradecían, pero Penélope, en el fondo, parecía entenderle muy bien, así que asintió y calló, volviendo a mostrar su careta de la sonrisa- Te quiero… Lo siento mucho.
No tuvieron valor de decirse nada más. No podían separar sus miradas, como si quisieran aprendérselas de memoria antes de separarse. Sentían miedo al rozarse, y no lo volvieron a hacer. Antes de que los dos corazones explotaran de rabia, él le dio a Penélope un libro con las páginas en blanco, para que lo llenara de sueños y pensamientos, para cuando se reencontraran, poder cumplirlos.
-Como no quieres decirlo, te lo diré yo… Estaré esperándote, escribiendo nuestra historia para que me la puedas leer algún día, y poder volver a recordar este absurdo momento… 
Mientras decía estas últimas palabras, sus cuerpos se iban distanciando uno del otro, poco a poco, aún con las miradas fijas, como dos grandes esfinges enfrentadas.
-No sé si volverás, pero ya estoy tachando minutos en mi reloj…
Ya entre ellos había un cuarteto de cuerda, un inspirado pintor y dos de las grandes estatuas del puente.
-Dentro de cuatro años, vendré al mismo muro donde me dijiste adiós, y te robaré el beso que me debías en tu despedida.
La figura de Julián se perdió entre la música y la multitud del puente.
-Por favor, vuelve… 
El saxofonista siguió tocando hasta muy tarde, pero la mente de Penélope quedó en absoluto silencio. Esa noche, mientras contemplaba las hojas en blanco del libro, dibujó en la primera página sus ojos.
Julián trabajaba demasiado. Toda una vida dedicada a los demás, al teatro, a sus dos criaturas de un matrimonio infeliz, a la preparación de un hogar secreto para su amor furtivo, que le esperaría toda una vida. Pasaron cuatro años, una ópera en decadencia y dos criaturas que crecían. Pasaron diez años más, un sueldo mísero como repartidor de propaganda y dos adolescentes problemáticos. Pasaron veinte años más, un hijo drogadicto, una mujer con absoluta dependencia y una hipoteca interminable de una casa con telarañas para un amor con telarañas. 
“Tristes, a fuerza de esperar, sus ojos parecen brillar”, decía una canción.
Pasaba el tiempo y se agotaba, y Julián entregó su cuerpo a una última voluntad: Praga.
Trece de octubre. Ilusión y unos ojos que la miraban desde una hoja en blanco, ya un tanto estropeada por la vejez que otorga siempre el tiempo. ¿Qué significarían esos ojos? Su mente divagaba y repetía constantemente “ve al puente y espera”. Su cuerpo respondía con unas piernas ya faltas de juventud, mientras sus manos, temblorosas, se agarraban fuertes a un bastón. Su pelo, del color de la nieve, empezó a revolotear en el frío viento. Sus ojos, faltos de visión, todavía brillaban. 
Julián reconoció su figura tan amada y recordada en años, tan deteriorada y a la vez, tan viva, tosiendo con ímpetu en mitad del puente de Carlos. Se acercó entre una melodía conocida y lejana de un saxofón, con una ilusión renovada, una sonrisa rozando un llanto desesperado y unos brazos que pedían amor. A dos metros de su amada Tosca, sus labios se entreabrieron y dejaron saborear cada letra de su palabra ideal:
-Penélope, mi fiel Penélope… He vuelto.
“Se marchitó en su huerto hasta la última flor”, decía una canción. Y con los ojitos ya vacíos del ayer, Penélope respondió:
-¿Quién es usted?













 

1 comentario:

  1. Excelente! Soy un antiguo amigo de Africa y me gustaría establecer contacto con ella, mi cuenta de correo es carlosdelriomtz@gmail.com ojala podamos establecer contacto nuevamente.

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