martes, 29 de enero de 2008

XIII CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "REAL VILLA DE GUARDAMAR", 2008


MODALIDAD: ACCÉSIT PARA MENORES DE 18 AÑOS 



ÁNGELA LÓPEZ GARCÍA

Resultado de imagen de fortuna

        

Residente en Orihuela esta joven autora cursa en la actualidad 4º de ESO en el Instituto Tháder de Orihuela.

Literariamente ha obtenido el 2º premio en el concurso literario “Los mejores relatos breves juveniles de la provincia de Alicante”, convocado por la Asociación Provincial de Libreros de Alicante y también el 2º premio en el concurso literario “Gabriel Miró” de prosa narrativa en la categoría de 2º ciclo de ESO convocado por el Instituto Gabriel Miró de Orihuela.

            
                                   FORTUNA

Entre sus aficiones favoritas destacan la lectura, la música y los idiomas. Tapé el Sol con las manos, con el fin de que no me cegase. El cambio de iluminación del interior de la biblioteca al exterior había hecho que cerrase los ojos y durante unos segundos lo único que pudiera ver fueran puntitos de colores. Cuando al fin mis ojos se habituaron a la intensa luz, me atreví a bajar la empinada escalinata que separaba el edificio de la pequeña plaza, en cuyo centro había una fuente con apenas agua y con el fondo repleto de monedas que gente supersticiosa había lanzado pensando que, así, se les cumpliría un deseo prácticamente imposible sin mover un dedo. Pisé las primeras baldosas del suelo, que dibujaban un círculo de tonalidades azules y blancas que poco a poco se iba estrechando hasta alcanzar el diámetro de la fuente y comenzar a formarla.
Me acerqué a la fuente y miré su fondo, repleto de sueños, ilusiones y esperanza en forma de monedas. Pronto vino a mí aquella descabellada idea que siempre cruzaba mi mente cuando me dedicaba a contemplar aquella fontana. Sopesé durante unos segundos la idea hasta que finalmente me decidí. Busqué en mi mochila el monedero y extraje una moneda de cinco céntimos. ¿Qué más daba que desperdiciase así tan poco dinero? Acerqué la mano que contenía la moneda a mis labios y le susurré mi deseo para después arrojarla a las aguas de la fuente y ver como, poco a poco, se hundía y tocaba el fondo, confundiéndose con las demás y haciendo que fuera imposible diferenciarla.
No es que creyera que todo aquello tendría algún efecto o que conseguiría que mi deseo se hiciera realidad… al menos, no del todo. A veces, cuando las cosas no tienen una solución aparente nos exiliamos, en cierto modo, a la fortuna y a las supersticiones con la esperanza de que algún día se cumplan. Suspiré. ¿Cómo podía haber pensado por unos segundos que al tirar una moneda al agua el centro de mi preocupación se disiparía? Era de necios pensar así, al fin y al cabo, pues la suerte no existe…, lo único real es nuestro esfuerzo y, a decir verdad, yo apenas tenía fuerzas para intentar seguir dando lo máximo de mí.
Alguien gritó mi nombre, pero no me giré…, ya sabía de quién se trataba y también que se acercaría a mí al no parecer haberle oído. Esperé hasta notar que me daban varios golpecitos en el brazo. Giré la cabeza con lentitud, como si me pesase. Posé mis ojos en ella, parpadeé dos veces y tomé aire para hablar.
-Pensé que no llegarías nunca, Edith.
Mi amiga sonrió.
-Me entretuve un poco con el trabajo de fin de curso.
-Ah. ¿Vamos ya?
-Sí, claro.
Salimos con paso ligero de la plaza. No sé muy bien por qué pero sentía como mi corazón se aceleraba cada vez más y más.
-Julia, ¿estás nerviosa?
Miré a Edith, que tenía sus ojos clavados en mis manos. Cuando tomé conciencia de mis extremidades, me di cuenta de que estaba temblando de manera exagerada. Traté de inspirar hondo varias veces pero no pude, mis pulmones parecían haberse colapsado. Comencé a marearme, sentí como mi cara perdía todo el color, un sudor frío recorrió mi frente y los escalofríos se sucedían uno tras otro en mi espalda. Pronto todo comenzó a dar vueltas hasta que noté cómo mi mejilla chocaba con la dura piedra del suelo. Después, todo desapareció.

No sé cuánto tiempo pasó desde que me desmayé hasta que me desperté, pero cuando lo hice no reconocí dónde estaba. Miré hacia la izquierda y después hacia la derecha, esperando ver a alguien durmiendo en una silla junto a la cama en la que estaba tendida, pero ahí no había nadie. Opté por destaparme y salir de la habitación, pero primero tenía que encontrar mis zapatillas y con la débil claridad de la luz de la luna no era posible. Después de tres minutos intentándolo, desistí. Andaría descalza si no quedaba otro remedio. Me dirigí hacia la puerta, que había localizado durante la fallida búsqueda de mi calzado. Agarré el picaporte con cuidado y lo giré con dificultad, pues mis manos habían comenzado a sudar sin razón aparente. La luz se abalanzó sobre mí como un león hambriento. Cuando me hube habituado a ella pude comprobar que todavía llevaba puestos los pantalones vaqueros y la sudadera que había elegido el día de mi desvanecimiento. Recorrí con la mano las paredes blancas sin decoración que tenía a ambos lados. No había ninguna puerta, como si la creación de aquel pasillo sólo hubiera tenido la finalidad de juntar una casa con una habitación que, durante el proceso de construcción, había quedado rezagada. Me paré en seco al llegar al final y encontrar un vestíbulo que, al contrario que el pasillo, estaba repleto de fotos y cuadros. A pesar de todo, lo que más me sorprendió fue ver a una mujer de unos sesenta años mirándome con una sonrisa gentil. Sus ojos, cercados por arrugas leves, eran de color grisáceo y desprendían una dulzura indescriptible que me ponía nerviosa. Abrí la boca para hablar pero ella alzó el dedo, indicándome que guardara silencio. A continuación, habló:
-Acércate y guarda silencio hasta que yo te lo indique.
Su voz parecía la de una persona mucho más mayor, sonaba como oxidada, como desgastada por haberla usado durante toda una vida… como si sólo fuera un fantasma de cómo había sido en su juventud. Pero, a pesar de todo, era uno de los sonidos más tranquilizadores que jamás había tenido ocasión de oír, como si pretendiera dar lugar a la aceptación de una noticia terrible evitando pasar por la ira y la incomprensión que ésta provocaría en una persona. Por eso supongo que le hice caso y me situé a su lado, de cara al pasillo que acababa de atravesar. No tenía conciencia del tiempo, pero tampoco me importaba… al menos, ya no. Observé las imágenes que colgaban de las paredes, una a una, pero sin moverme de mi sitio. Todas contenían escenas de la vida de un grupo de personas… de una familia. Parecía que de un momento a otro saldrían de los marcos y se colocarían a nuestro lado. El sonido de las chirriantes bisagras de una puerta abriéndose a nuestras espaldas me sobresaltó e hizo que mis pensamientos se esfumasen tan rápido como habían llenado mi cabeza. Me giré, instintivamente, a la vez que un escalofrío recorría mi columna vertebral pero antes de que pudiera ver nada, la señora tomó mi cara con sus dos manos y me obligó a seguir mirando la pared y dar la espalda a la puerta, con delicadeza. Al contrario de lo que había imaginado, sus manos eran extremadamente suaves, como las bufandas que mi madre solía tejer cada invierno y que siempre eran más grandes de lo normal para poder darles mil vueltas y que, aún así, colgaran hasta rozar el suelo.
-Me llamo Charlotte.
Me pilló desprevenida que me dijera su nombre de repente. Tardé unos segundos en reaccionar y decidir que lo más cortés y normal era presentarme yo también.
-Julia. Encantada.
Las dos sonreímos y a ella se le escapó una risita pícara, o eso me pareció oír. Después, se dio la vuelta y abrió la puerta, que se acababa de cerrar. Con un gesto de la cabeza me indicó que la siguiera.
-Vaya… -fue todo lo que pude decir al entrar en aquella sala.
-Bienvenida al salón de la casa en la que creciste.
Era imposible que estuviera allí… estaba en la otra punta del mundo, no podían haberme llevado allí después de desmayarme.
-Oh, tú has sido quien ha venido aquí… nadie te ha traído.
¿Acaso podía leer mis pensamientos? Y, sobre todo, ¿qué pretendía decir con lo de que yo había ido allí? La confusión estaba comenzando a crecer dentro de mí, imposible de ser parada si yo no tomaba cartas en el asunto.
-¿Cómo que hoy he venido aquí?
-Sí, has venido al lugar por el que más amor sientes…
-La casa de papá.
Charlotte sólo asintió. Después fijó su mirada en unas sillas que había en un rincón de la estancia. Seguía teniendo las paredes de color mandarina y la chimenea tenía gran cantidad de portarretratos sobre su repisa. El fuego estaba comenzando a extinguirse y la gran lámpara de araña que pendía del techo lanzaba destellos en todas direcciones cada vez que los rayos de luz que entraban por las ventanas atravesaban sus pequeños cristales. Todo era tal y como yo lo recordaba, incluso la silla en la que estaba sentada.
-Ahora sólo tienes que ver y escuchar… no es necesario que hables.
¿Qué se traía entre manos?
No me dio tiempo de encontrar una respuesta a mi pregunta, alguien entró en el salón y, sin que pudiéramos verle la cara, se sentó en el sofá de color marrón que estaba enfrente del televisor y que nos daba la espalda. Cogió el periódico y se puso a hojearlo, a la vez que encendía la televisión, a la espera de que comenzasen las noticias.
-No puede ser, murmuré.
En la cara de Charlotte se dibujó una sonrisa. No podía apartar la mirada de aquel hombre… se parecía tanto a él… pero volverle a ver era imposible, había muerto hacía mucho tiempo, quizá cuando yo más lo necesitaba. Pero, al contrario de lo que mucha gente podía pensar, la verdad es que lo único que quería, más que nada en el mundo, era poder hablar de nuevo con él, sólo una vez más aunque fuera imposible.
Cuando acabaron las noticias, a las cuales no presté ni la menor atención, él comenzó a hablarnos, sin girarse para vernos las caras.
-Gracias por todo, Charlotte.
-No hay de qué, viejo amigo. –Se levantó y fijó su mirada en mí- Encantada de haberte conocido, Julia.
Me abrazó y me dio un beso en la frente. Algo dentro de mí se conmovió ante tal gesto por lo que no dudé en corresponder a su abrazo.
-Julia, por favor, siéntate a mi lado.
Hice lo que me pedía y entonces lo vi. Seguía teniendo los mismos ojos verdes pardo que lo miraban todo de un modo extremadamente observador. Llevaba la barba de unos cuantos días, como acostumbraba a tener debido a su constante descuido. Su pelo todavía era un completo caos, como el mío. Pero lo que más me llamaba la atención era que estaba tan joven como yo lo recordaba… no alcanzaría los treinta y cinco años; el tiempo no había pasado por él como lo había hecho por mí.
-Hay tanto de lo que tenemos que hablar….-sonaba cansado, como si hubiera esperado durante mucho tiempo que aquello llegara.
Sentí, entonces, el corazón latir en las sienes. A pesar del vértigo repentino que estaba experimentando, fui capaz de articular algunas palabras:
-¿Cómo…?
-No creo que preguntarme cómo es posible que esté aquí hablando contigo sea lo que primero quieres saber, ¿me equivoco?
-En absoluto. –me temblaba la voz, lo que me obligaba a contestar con frases cortas.
-Julia, inspira y espira. Expulsa los nervios inútiles.
Lo intenté, pero no funcionó. A pesar de ello, hice como que estaba ya más calmada.
-¿Por qué fue? –me atreví a preguntar.
-Nada del otro mundo… una parada cardiaca. Venía de familia.
-Oh.                                         
Miré al suelo, a la vez que con mis manos comenzaba a arrugar mis pantalones, como acostumbraba a hacer cuando estaba incómoda.
-Te incomodo.- No era una pregunta, sino una afirmación.
No le contesté. ¿Qué debía decirle? ¿Que estaba pensando en que mi salud mental era pésima? ¿Que no creía que él fuera real? ¿Que sólo quería salir corriendo de allí, como una niña pequeña que se esconde de sus miedos? ¿Que, aunque mi mayor deseo había sido siempre poder hablar una última vez con él, ahora daría cualquier cosa para poder dejarlo de lado?
-No es eso… -¿A quién pretendía engañar?. Desde luego que a él nunca conseguiría hacerle creer cualquier falsedad que se escapase de mis labios. Éramos tan parecidos…
-Se  te da tan mal mentir como a mí.
Entonces se rió, con una placidez que yo jamás podría imitar. Seguía teniendo la misma risa cantarina de siempre, aquella que nos acompañaba cuando jugábamos juntos, aquella que me permitía dormir tranquila por las noches después de que me contase un cuento, aquella que durante tantas noches había invadido mis sueños y hacía que me levantase con buen humor…; seguía siendo su risa, nuestra risa. Al llegar a esa conclusión fue cuando me di cuenta de que no tenía razón alguna para que su presencia me incomodara porque él no había hecho nada para que fuera así. Y, en ese momento, me di cuenta de que todo aquello no era obra de mi imaginación, ni de mi subconsciente, sino que era algo más… algo que no alcanzaba a entender pero que me daba completamente igual. Al fin estaba sentada a su lado, al fin podría hablarle de todo lo que me había pasado por la cabeza desde su ausencia, al fin tenía cerca de mí a mi mayor confidente.
-Soy una estúpida -me dije en voz alta, sin darme cuenta.
-¿Tú crees?
-Sí, estoy absolutamente convencida de ello.
Me observó con una mirada inescrutable. Y luego, con calma, sacudió la cabeza.
-Tienes razón, eres estúpida… por pensar que lo eres.
Me reí. Me recordaba tanto los viejos tiempos…
-En serio, por unos momentos se me ha ocurrido dudar de que tu presencia aquí fuera real; es más, quería huir como fuera de aquí. No sabes lo mal que me siento por ello.
-No pasa nada. Es lógico que tengas miedo a aquello que se escapa de tu entendimiento. Pero por eso mismo, porque no lo entiendes, debes afrontarlo con más valor.
No pude evitar que mis ojos se inundaran de lágrimas al escuchar su consejo. Siempre sabía lo que debía decir  y cuándo era el momento más oportuno para hacerlo. Era un don natural, estaba convencida de ello.
-¿Por qué… por qué te tuviste que ir? –tenía miedo de formular aquella pregunta; en cierto modo no quería saber su respuesta.
-Ya te lo he dicho antes, Julie.
Sonreía, a la vez que secaba mis lágrimas.
-No me refiero a eso…
-No puedo responderte a esa pregunta… simplemente llegó mi hora.
-Pero no es justo.
-Claro que no lo es… pero, ¿acaso todo es justo, Julia?. Piensa en esos niños que por haber nacido en el tercer mundo se ven obligados a pasar hambre y vivir en la peor de las pobrezas, ¿qué me dices de ellos?. Su situación es muchísimo más injusta que la mía, ¿no crees?
Me quedé sin palabras, no sabía qué decirle… me había dejado desarmada, sin ningún argumento convincente que justificara mi repentino egoísmo.
-De todos modos, no estamos aquí para hablar de mí, sino de ti.
-De… ¿de mí?
¿A qué venía ese repentino cambio de tema? Yo no quería hablar de mí, quería hablar de él…
-Has dejado de luchar.
Me estaba mirando a los ojos con tal intensidad, que no tuve más remedio que huir de su mirada, dirigiendo  la mía al suelo.
-¿Te das cuenta?. Ya no puedes ni sostener una mirada.
Empecé a llorar otra vez. Tenía toda la razón… ya no era valiente como lo había sido antes.
-Yo…-comencé a murmurar.
-No te estoy riñendo, Juls, sólo quiero que encuentres de nuevo algo que te motive, que te dé una razón para levantarte cada mañana sonriendo y que no sea por rutina... quiero que puedas ser feliz de una vez y para siempre. No puedes pasar el resto de tus días aferrada a un recuerdo que ya no volverá.
-Pero yo no quiero olvidarme de ti…
Presentía que lo que me estaba pidiendo era que borrase toda memoria suya, todo momento que pasamos juntos, pero eso era imposible, ¿cómo destruir esos momentos dulces de mi vida?
-Nunca te pediría que lo hicieses. Es de locos decirte eso porque, además, yo no quiero que me dejes de lado y no te acuerdes de mí nunca más… sólo quiero que convivas con ello, que sigas siendo la misma niña que yo dejé atrás aquel día, la que cuando se caía contenía sus lágrimas para no preocuparnos, la que siempre estaba dispuesta a adoptar a cualquier animal abandonado en la calle, la que defendía con el mayor entusiasmo posible sus ideas…; sólo quiero que vuelvas a ser Julia, mi Julia. ¿Tan difícil es para ti?
Tenía toda la razón, después de su muerte me había convertido en una completa cobarde que no era capaz de sobreponerse a la situación y se había negado a afrontarla para tener algo en lo que regodear su pena. Me había convertido en todo aquello que yo odiaba en los demás. Y, por primera vez en mi vida, sentí que yo era una total desconocida para mí misma… ya no me reconocía, era una persona totalmente diferente de cómo  pensaba que era y eso no me apenaba, no, sólo hacía que sintiera rabia y, por eso mismo, lloré más y más. Estuve varios minutos llorando apoyada en su hombro. Él no me soltó ni un solo momento. Cuando al fin mis lágrimas se agotaron, mis enrojecidos ojos se cerraron, vencidos por el cansancio. No estaba del todo dormida, por lo que noté cómo jugaba con mi pelo y me hacía una trenza, como solía hacer cada tarde de verano cuando nos sentábamos en el jardín a ver las hileras de hormigas trabajar.
-Gracias por todo, papá.
Me rozó la mejilla y me lo imaginé sonriendo, como cuando me quedaba durmiendo después de cenar en el sofá de la casa mientras que veíamos una película. Recordando aquellos momentos, me sumí en un profundo sopor.

Abrí los ojos, estaba en un hospital. El silencio sólo era interrumpido por los ronquidos de mi compañero de habitación. A mi lado aparentemente no había nadie, lo que me extrañó porque mi madre para estos temas era como un guardaespaldas: nunca se separaba de mí.
-¡Julia! ¡Has despertado!
Se abalanzó sobre mí, haciendo que me quedara sin aire. Estaba temblando; debía haberlo pasado muy mal durante el tiempo que había estado aquí.
-¿Cómo te encuentras ?.–Su voz sonaba ansiosa, impaciente.
-Bien… ¿Qué me ha pasado?
-Los médicos dicen que ha sido por culpa de la ola de calor que estamos pasando.
-Claro, el calor… no lo soporto muy bien.
-No, en eso te pareces a tu padre.
Yo sonreí, y ella me respondió con otra sonrisa. Vi la alegría reflejada en sus ojos y supe que no tenía razón para estar triste o deprimida por nada… ya no. Ahora menos que nunca.
Entonces, mi madre clavó la vista en mi pelo y abrió la boca en señal de sorpresa.
-Vaya, te has hecho una trenza como las que te hacía tu padre.
-Sí, como las que me hacía papá…
Comprendí, en ese momento, que la suerte no obra milagros, pero sí que existe porque el hecho de que tuviera personas a mi alrededor que se preocuparan tanto por mí era todo un favor de la fortuna.



  

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