martes, 21 de septiembre de 2021

XXVI CONCURSO DE NARRATIVA CORTA “REAL VILLA DE GUARDAMAR DEL SEGURA”, 2021

 MODALIDAD: RELATO DE AUTOR LOCAL

GANADOR: PATRICIA ALDEGUER MORALES

TÍTULO: LA BICICLETA ROJA

Patricia Aldeguer Morales nace en Guardamar un Septiembre de 1981, y aunque su formación y trabajo la obligan a habitar distintas ciudades de España e incluso Europa cumple su deseo de volver a retomar sus raíces y actualmente reside en Guardamar desde hace unos 15 años.

Se Licenció en Geología en la Universidad de Salamanca, realiza un máster de educación en la Universidad de Alicante, y paralelamente a ello se forma en cultura árabe, mediación, y en diversas técnicas didácticas y pedagógicas.

Durante esta trayectoria es colaboradora en columnas de varias revistas y coodirige un fanzine. 

Actualmente es autónoma y trabaja por cuenta propia como profesora de diferentes materias, además dirige e imparte talleres lúdico-educativos, trabajando principalmente con un sector infantil y adultos con diversidad funcional.

LA BICICLETA ROJA

Quizás nunca llegue a saber dibujar un caballo, por mucho que me insististe en que con perseverancia lo conseguiría. Es posible que no lo intentara demasiado, que nunca tuviese paciencia en ello. Lo de dibujar nunca fue mi cualidad más destacada, pero hoy…Hoy te voy a pintar un cuadro.

Es un cuadro en el que aparece el mar, una bicicleta roja con una sillita detrás, una pinada, palmeras. Una mujer muy joven y una niña, pequeña. Tan pequeña que ni siquiera sabía todavía que tendría miedo de cruzar el camino, que se empeñaría en decir que no sabía dibujar caballos, que fracasaría, una y otra vez, y otras tantas alcanzaría triunfos.

La niña, parece muy segura de sí misma, quizás un poco testaruda. Es valiente, fuerte, y piensa que casi todo lo sabe.

Por suerte, es la mujer la que conduce la bicicleta roja, es decidida, tiene un poder que quizás la niña todavía no conoce, pero será quien, con mucho trabajo, la lleve al otro lado del camino.

Aunque el camino es largo y duro, la mujer no ha parado de sonreír; por esta razón la niña no tendrá absoluta conciencia de ello.

Creo que si ampliamos el cuadro, puedo ver cómo crece; parece que ahora es ella la que conduce una bicicleta verde; la mujer le enseñó cómo hacerlo de la mejor manera y dicen que es algo que nunca se olvida. En la sillita de atrás, ahora hay un bebé. ¿Puedes verlo? Si ampliamos la imagen podremos ver que también aprenderá a conducir la bicicleta verde, y habrá otro, y otra… ¡Así hasta 4!, que siguen a la bicicleta roja que va abriendo el camino.

Como ves mamá, estoy pintando con letras, al fin y al cabo es mi idioma. Podría escribirte mil dibujos y sentirme cómoda con ellos.

Podría escribirte con muchísimos colores cómo ponías mi mano en tu barriga cuando mis hermanos estaban dentro de tí. ¡Qué privilegio el mío el poder haber vivido esto!

Podría escribirte una tarde de cualquier mes, en Guardamar, quizás en la tienda, leyendo un libro o sentada en aquel sofá marrón.

Podría dibujar con trazo firme el camino, ahora sí, el que no me atrevía a empezar y me empujaste a que lo hiciera.

Podría hacer un mosaico de colores con cada palabra. Con tus triunfos, y con los míos. Un cuadro abstracto, con cada una de esas discusiones en las que nunca nos pondremos de acuerdo. Pues eso, dicen, también forma parte del arte.

A mano alzado podría dibujarte un camino, con algún tramo de curvas, al que no le tengo miedo, pues ¿sabes?, sigo viendo la huella de la rueda de la bicicleta roja.

En tu camino y en el mío, mamá. Aprendimos a montar en bicicleta.

Querida madre, fueron tantos los días y los cuadros que hemos pintado...

Te observé tantas veces, mientras sostenías un bebé en tus brazos. Interpreté tantos brillos en tus ojos.  Grabé tantas imágenes en mi retina. Aprendí tanto de ti, que sólo deseaba, al menos un poquito, hacerlo como tú.

 Mi empuje para cualquier acto de valentía, la mano que agarra y acompaña en cualquier línea que haya que cruzar.

La que me enseñó a luchar por mis sueños, la que me dio raíces y esas alas que a veces me cuesta alzar.

Si aprendí a volar... Fue porque supiste mostrarme tu vuelo.

He volado y vivido muchas vueltas al sol, cada año, con mil historias y mil cuadros que podría pintar, intenté varias técnicas, varios escenarios y, al final, todo parece rondar el mismo lugar.

Querido hijo:

Sigo sin aprender a dibujar caballos, aunque he de reconocerte que tampoco lo intenté demasiado. Sin embargo, quizás sí que lo hice en aquellas facetas que eran billetes de avión hacia aquellos lugares que quise viajar. Y es que... ¡Cuántos viajes hice con su empuje!

Esa mano que me empujaba y que hace poquito sujetaba encima de mi vientre para que pudiese notarte, en ocasiones las manos están en diferentes posiciones, pero siguen estando juntas.

Querido hijo, en Guardamar, en cualquier mes, leyendo un libro y sentados en este sofá, que esta vez es de color gris.

No puedo prometerte ser la mejor madre del mundo, pero te prometo que seré la mejor madre que pueda llegar a ser.

Ahora es mi turno, y abro esas alas para enseñarte a volar, para protegerte de cada tormenta, hasta que puedas volar por ti mismo.

Llevo algo más de un año conduciendo torpemente esa bicicleta roja, la cogí con tantas ganas, sin apenas saber nada de su mecánica... y entonces empecé a pintar un cuadro...

Al arrancar, veía de frente el camino que, aunque sinuoso, no dejaba de regalarme un atractivo indescriptible.

Dos pedales y la fuerza de mi cuerpo, sin más, y me sentí como ella. Fuerte y capaz de llegar a donde hiciese falta. Y un bebé tras de mí, con una mirada que cualquiera hubiese dicho que pudo entenderme desde el primer día.

Aquel día que cogí las riendas de esa bicicleta, de la que durante tanto tiempo observé como se conducía.

Curiosamente, la maquinaria de ese vehículo es más bien el conductor y abro mis alas para que puedas volar, hasta que tengas las tuyas propias.

Aquel día, aquellos tres días, ella no dejó de pedalear y de llevarme por el camino, de algún modo, aunque eras tú el bebé que estaba a punto de llegar, me sentía como aquel bebé que ella tomó por primera vez en sus brazos con tan solo 20 años.

Ella estaba allí, cerca de mí, y entonces supe que nada podía pasarme. Mi bicicleta roja estaba lista para empezar la marcha.

Parece que esto es para siempre; espero que algún día, si me notas cerca puedas sentir algo parecido.

Todavía no hemos podido recorrer el mundo en bicicleta, no pude llevarte al sur, como tantas veces deseé. Pero pude mostrarte el mar con apenas días de vida.

Viajaré por donde nos permitan, intentaré que nunca sientas frío; pero, si lo sientes, estaré cerca para arroparte.

Si se estropean las ruedas te enseñaré a ser paciente, y las arreglaremos juntos, para poder seguir pedaleando.

Quiero pintarte un cuadro, con una amplia paleta de colores, donde brille el sol, donde siempre puedas ver el mar y donde, en la arena, puedas ver las huellas que alguien dejó con una bicicleta roja.

Quiero pintarte un cuadro donde puedas ver todas las sonrisas, sin excepción de ninguna. Donde suene cualquier tipo de música, y donde nada tape el sonido de las olas. Donde haya mucha gente, y junta, y que puedas ver cómo se abrazan, y que te abracen. y que tengas el deseo de hacerlo también.

Quiero pintarte un cuadro donde aparezcas tú y que seas sencillamente del color que más te guste.

Quiero pintarte un cuadro donde tus ojos estén abiertos y observando todo ese mundo que te queda por vivir.

Vuelve a aparecer un mar, una pinada, palmeras. Una mujer que conduce una bicicleta roja, al son de unas huellas que antes alguien le dejó de guía. Un bebé, que mira atentamente todo lo que ocurre. Parece no tener miedo a nada, y sonríe, como si absolutamente todo le invadiese de alegría. Y, entonces, esa mujer vuelve a perder toda la consciencia más allá de esa sonrisa.

El bebé apunta a ser testarudo, como su madre, activo, invencible, algo caprichoso. Despierto, con los ojos muy abiertos, atento a todo, y a cualquier voz que pueda relatarle algo.

La cesta de la bicicleta va cargada de felicidad, desde lejos podría verse, un concepto muy ambiguo que algún día aprenderás; si miras al cuadro podrás ver que esa felicidad viaja alrededor de ella, parece haber conseguido todo lo que quería y se muestra orgullosa que en tan poco espacio tenerlo todo.

¿Puedes verlo?

Quiero pintar una bicicleta verde, para cuando puedas conducirla por ti mismo. con dos pedales, y ligera como el viento, para que puedas volar.

Querido hijo, prometo estudiarme el método y todos los estudios que sean necesarios; prometo ser yo, y amarte. Siempre, y por encima de todo.

Prometo esperarte en la meta, sea cual sea tu posición, porque si corres, habrás ganado.

Prometo ponerte límites con el fin de que puedas vivir y conseguir lo que quieras sin ellos.

Prometo enseñarte a dibujar o, al menos, darte las herramientas para que puedas aprender si lo deseas.

Prometo no darte todo lo que pidas, mas sí ofrecerte todo lo que necesitas.

Quiero labrarte las sendas, para que puedas verlas y, aún así, seas solo tú el que elija tu propio camino.

Puedo imaginarme ampliando este cuadro y recordando y celebrando todos esos caminos por los que pasó tu bicicleta Puedo imaginarme esas discusiones de las que seremos partícipes, pero eso, también será parte del arte.

. Puedo imaginarme calmando tus miedos, abrazándote siempre que me sea posible, puedo imaginarme con la cesta llena, como hasta ahora. Puedo imaginarme loca, envuelta en orgullo y embriagada por cualquiera de tus carcajadas.

Puedo imaginarme aquí, en este cuadro, en este lugar que nos vio nacer a los tres.

Adelante; ahora es tu turno, tu bicicleta verde está casi lista para arrancar. 



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