MODALITAT: AUTOR LOCAL
Eric
Gilabert Zaragoza.
Natural de Guardamar del
Segura, este joven autor nace en 1982.Sus inquietudes profesionales lo
encaminan hacia el Derecho, profesión que ejerce en la actualidad. Su vocación
literaria se despierta muy pronto, siendo así que colabora y participa en
algunos concursos literarios. En el año 2003 también se alzó con el galardón
del premio de Autor Local en el VIII Concurso de Narrativa Corta Real Villa de
Guardamar.
VOLVEMOS A VERNOS, COMPAÑERO
La
verdad es que no fue el reencuentro esperado. Me hubiera gustado escribirte por
cualquier otra razón, y a cualquier otro sitio. Hubiera preferido enviarte la
carta a cualquier otro lugar del mundo y haber podido decirte que estaba frente
a la orilla de la playa, mirando al mar, y escribiéndote con un lápiz de ésos,
amarillos y negros, de ésos de la marca Staedtler, que tantas veces usamos en
nuestra infancia; pero como sabes, no ha podido ser así.
Te
escribo desde mi mesa de trabajo. La tarde se está haciendo noche y en este
pueblo ya nada es como hace quince años, bueno, casi nada. Aunque si te soy
sincero tendría que buscar dónde está ese “casi”. Posiblemente, el tiempo nos
ha hecho olvidar muchas de aquellas pequeñas cosas que vivimos en nuestra
infancia, y es que nuestra mente y nuestro corazón son caprichosos. Son como en
esos cuartos trasteros en los que dejamos tiradas las cosas viejas, y nunca
encontramos lo que queremos; pero en los que, sin embargo, un día, sin saber
por qué, nos reencontramos con los muñecos de Playmobil o los álbumes de cromos
de fútbol que tanto marcaron nuestra infancia.
En
fin, creo que tú eras uno de esos recuerdos que tenía anclados en ese disco
duro de mi memoria infantil. Yo te recuerdo como el típico niño pelirrojo, con
la cara llena de pecas (al estilo Pipi Calzaslargas), delgadito y físicamente
avanzado para aquella edad. Aunque tenías un semblante demasiado duro para los
años que tenías, nadie te tenía miedo, o al menos yo no, y eso que siempre fui
un miedoso. Siempre te consideré como un niño simpático, agradable, risueño, y
cómo no, algo abusón. Tu estatura te ayudaba y seguro que me llevé algún sopapo
tuyo, pero ahora no lo recuerdo, o no lo quiero recordar.
Como
comprenderás, cuando te encontré sentado en aquel banco apenas me lo podía
creer. Desde que empecé en esta profesión, muchas veces me he cruzado por los
pasillos con gente a la que conocía de algo, pero entre mis planes no estaba el
toparme contigo aquí ni el sentir esta sensación.
No
te puedo decir que me haya acordado de ti durante todos estos años, te estaría
mintiendo. Pero aquella orla tan cutre que nos regalaron en nuestro último
curso del colegio (y que aún tengo colgada en un cuarto de mi casa) me ha
servido para retener las caras y los apellidos de todos los que compartimos
clase en la infancia y, especialmente, de los que ya no vivíais por aquí.
Hace
un rato, rebuscando entre fotos de la infancia, he encontrado que tenía una
foto contigo del día de mi primera comunión en la Plaza del Ayuntamiento. Hoy
ya no están allí ni la fuente, ni las palmeras, ni los cuatro parquecitos, pero
tampoco nuestra inocencia ni nuestra ingenuidad. Como muchos de nuestros
recuerdos, los echaron abajo. Eso sí, me guste más o menos, en la Plaza del Ayuntamiento,
construyeron un parking subterráneo, y con nuestra ingenuidad y nuestra inocencia
todavía no tengo claro qué se construyó.
Y
hablando de esto, no sé cómo habrás encontrado Guardamar. No estoy seguro de
que sea más bonita que hace quince años, pero sí más grande y menos acogedora.
Aunque entiendo que, en estos momentos, esto no te preocupe mucho.
Volviendo
a nuestra infancia, igual me equivocaba, pero siempre creí que cuando te fuiste
con 14 años era porque tus padres se mudaron a algún país del centro de Europa
por trabajo, o al menos eso es lo que creo que se dijo por aquí.
Con
lo cotilla que era yo de niño seguro que te pregunté dónde ibas concretamente,
pero lo olvidé. No sé si habrás vuelto después de tu marcha alguna vez, pero
entiendo que no nos avisaras. Las amistades de la infancia se pierden si no se
cuidan mucho, y antes no existía ni Internet ni el teléfono móvil. ¡Qué
barbaridad! Parece que estemos hablando del siglo XV, y fuimos niños en los
noventa.
Intento
hablarte como a cualquier otra persona normal, y me cuesta bastante; pero, como
ves, todos aquellos niños nos hicimos mayores, cada uno a su manera, y
avanzamos en nuestra vida también, algunos para bien y otros para mal. Y si te
soy tan sincero como cruel, yo no creo en tu rehabilitación, porque no he visto
a nadie curarse de lo que tú sufres, pero quizás esta carta te sirva para matar
tu tiempo de sufrimiento o simplemente para olvidar.
Como
te decía, todos aquellos niños que tú conociste, hoy son hombres y mujeres con
problemas y dolores de cabeza parecidos a los que pudieran tener nuestros
padres en aquella época. Supongo que eso nos sucede a todos al madurar,
independientemente del sitio en el que vivas.
La
mayoría de nuestros compañeros de clase hoy me saludan y otros, más por
comodidad que por enemistad, prefieren no acordarse de mí. De algunos incluso
soy amigo y a otros, como a ti, os había perdido definitivamente la pista. Pero,
en realidad, os guardo un gran cariño a todos aquellos niños, y cómo no, al
niño que tú fuiste también se lo guardo. Por eso, sólo por eso, la extensión de
esta carta. Porque tú y el resto de los compañeros del colegio fuisteis una
parte fundamental de mi infancia.
Hoy
existen muchas contradicciones y mezcla de sentimientos en mi cabeza. Tu imagen
sigue reflejada en mi mente. Cada uno de tus movimientos, cada una de tus
palabras en aquella sala. Cada palabra que me decías era una losa que enterraba
a aquel niño que yo conocí.
Si
me hubiera tropezado contigo en otra situación, si nos hubiéramos chocado por
la calle apenas una semana antes, te hubiera preguntado por mil cosas. Te
hubiera contado que ya no había que entrar al pueblo por el puente de hierro. Que
nuestro colegio, el Molivent, lo habían cambiado completamente. Que nuestra
profesora Marina, “la seño”, seguía allí como maestra. Para mí aquella era una
mujer estupenda y dudo mucho que alguno de sus alumnos pueda tener un mal
recuerdo de ella. Hoy valoro más su trabajo porque, además de instruir, se
implicaba en su trabajo más allá que otros profesores y nos enseñara más o
menos (que sí lo hizo) nos hizo muy felices.
Creo
que también te hubiera recordado los ratos de recreo como los mejores de mi
infancia (y solo eran veinte minutos al día), los míticos partidos de fútbol sala
entre nuestra clase y la de al lado. ¡Que rivalidad! Con animadoras y todo.
Aunque creo que siempre miraban más a los chicos mayores que a nosotros.
Pero
una sola imagen ha cambiado muchos de mis recuerdos. La casualidad o la
desdicha nos ha hecho reencontrarnos en una situación difícil para ambos, pero
mucho más para ti que para mí.
De
ser otras las circunstancias, por las fechas que son, incluso te hubiera
invitado a venir al Canal del Tío Batiste con los amigos que quedamos por aquí.
A pasar un día entre pinos, arena y juegos tradicionales. A que te comieras la
mona el Lunes de Pascua o el Lunes de San Vicente.
Ahora
prefiero, simplemente, escribirte esta carta y olvidarme de nuestro reencuentro
para siempre, pero sé que no lo podré hacer. Y no me han hecho daño ni tus
gritos de rabia, ni tus lágrimas, porque durante estos últimos años la
experiencia profesional y personal me han transformado en un ser bastante frío,
mucho más de lo que yo quisiera. Y aunque pueda ser una cualidad importante para
mi trabajo, fuera de él me absorbe bastante humanidad, pero no la suficiente
como para poder distinguir el concreto límite.
Yo
no tengo hijos, pero sé que en Guardamar las calles ya no están manchadas de
tiza porque los niños no juegan a “la galleta”. Tampoco los veo jugar en el
parque a las canicas. Estoy alejado de la infancia actual, pero dudo mucho que
los niños sigan jugando a “beso, atrevimiento o verdad” o “al conejo de la
suerte”. Y no me puedo permitir el olvidar todos estos recuerdos.
Ahora
que ya termino te preguntarás por qué esta carta. Por qué no un simple formato
de modelo de renuncia. Normalmente cuando no estoy de acuerdo con un caso
asignado por el turno de oficio, cuando no me llevo bien con mi cliente,
simplemente le envío un telegrama y le digo que existe incompatibilidad entre
nosotros. En tu caso ha sido distinto.
No
quiero ser tu abogado. No quiero defenderte, no puedo defenderte. Mucho más
cuando me has reconocido la comisión del delito, algo que lógicamente guardaré
como secreto profesional. No quiero estropear los recuerdos de mi infancia, no
quiero borrar ni distorsionar más aquellas imágenes, aunque sé que desde que te
encontré en los calabozos y supe la razón por la que estabas detenido, parte de
mi infancia se ha derruido completamente.
Me
gustaría quedarme con la imagen de aquel niño pelirrojo y pecoso que jugaba tan
bien al fútbol, que soltaba sopapos al que le llevaba la contraria y al que yo
nunca tuve miedo, aunque tuviera la mirada dura y cuerpo de niño mayor.
No
puedo ayudarte desde mi defensa jurídica, porque ni siquiera me ayudaría a mí
mismo. Como te he dicho, no creo en tu rehabilitación, pero espero que esta
carta te sirva para que, si no te queda ningún tipo de remordimiento, te haga
florecer recordando la suerte que tuviste de ser un niño feliz y la mala suerte
que han tenido todos los niños con cuyas imágenes has comerciado. Aunque dudo,
dudo mucho, que llegues a comprender el daño psicológico que has causado a esas
criaturas.
Dentro
de la frialdad que tengo ahora, he preferido no ver ni saber qué fotos
guardabas en tu ordenador ni qué vídeos pasabas con el resto de detenidos.
Posiblemente he ido perdiendo juventud conforme he ido asimilando que muchos de
mis sueños no se iban a poder cumplir, pero aquéllos que quedaron en mi
infancia, no quiero que se pierdan, y menos por tu culpa.
Es
más, prefiero despertar ya de esta pesadilla que ha sido tu detención y nuestro
reencuentro. Y, como en cualquier otra faceta, tú en tu medida y yo en la mía,
debemos asumir nuestras responsabilidades. Entiendo que la mía era el renunciar
a tu defensa, el perder el respeto a tipos como tú, a pesar de lo que diga mi
código deontológico y que, sin embargo, la tuya es, simplemente, el tener que
ir asumiendo tus miserias.
Como te
digo, hubiera preferido no saber; no conocer. Haberte encontrado una semana
antes en el Paseo Marítimo o en el mercadillo de los miércoles y hablar de
nuestra
No hay comentarios:
Publicar un comentario